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¿Nuevos ministerios?

Joan Subirats

El nuevo Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero presenta rasgos interesantes desde el punto de vista de la configuración de carteras y responsabilidades. Aún es pronto para saber cómo se concretarán esos perfiles aparentemente innovadores. Más allá del indudable simbolismo de la presencia mayoritaria de mujeres, hemos de estar atentos a cómo se van distribuyendo responsabilidades, competencias y recursos. El juego de verdad empieza con el nombramiento de ministros y la denominación de carteras, pero lo que acaba decantando fortalezas y debilidades es la cascada de nombramientos de secretarías de estado, subsecretarías y direcciones generales. A partir de ese organigrama final, disponible dentro de pocas semanas, sabremos más a ciencia cierta cómo se materializan y se hacen operativos esos cargos, y con qué fuerza cuenta cada uno de los ministros. Por el momento, lo que destaca es la nueva distribución de áreas y tareas en los ministerios. Más allá de las evidentes continuidades en ministerios tradicionales (Asuntos Exteriores, Interior, Justicia, Economía, Defensa,...), lo más nuevo surge en las transferencias de competencias entre los demás. Si bien conceptualmente no es una mala solución combinar las políticas de medio ambiente con las tradicionalmente vinculadas a agricultura y pesca (hoy etiquetadas como medio rural y marino), no resulta nada claro que exista la capacidad de combinar las perspectivas ambientales con tradiciones de sectores que, si bien presentan rasgos de innovación, siguen muy acostumbrados a la lógica de las cuotas y del desarrollismo protegido. Asuntos Sociales se desgaja de Trabajo, pero en ese ministerio se quedan las cuestiones de inmigración. Familia pasa a Educación junto con Asuntos Sociales, pero se crea el Ministerio de Igualdad, cuando ése es un tema transversal que indefectiblemente deberá relacionarse y buscar su espacio en áreas muy configuradas técnica y profesionalmente. Una mirada a sus competencias señala una visión muy sesgada de lo que debería ser una perspectiva de igualdad en el conjunto de las políticas públicas. El ministerio que preside Bibiana Aído asume básicamente competencias en temas de igualdad entre sexos, violencia contra la mujer y políticas de juventud. Dejando al margen los evidentes solapamientos competenciales con las políticas que despliegan las comunidades autónomas, sorprende que no se hayan incorporado al nuevo departamento asuntos como la lucha contra las discriminaciones por razón de discapacidades de toda índole y que no se parta de un marco más centrado en el reconocimiento de la diversidad.

Cada vez es más difícil facilitar las exigencias de la cotidianidad y las movilidades que exige una ciudad

Se persiste en el Ministerio de la Vivienda, cuando quizá la propia crisis del sector inmobiliario y las evidentes necesidades de replantear el desarrollo urbano y territorial hubieran podido conducir a nuevos planteamientos, evitando los inconvenientes de seguir confundiendo políticas urbanas con políticas urbanísticas o con políticas de vivienda. Entiendo que se necesita un planteamiento más global sobre los problemas urbanos. Lo urbano abarca hoy un denso conjunto de fenómenos socioecónomicos, organizados en un ámbito territorial específico que acostumbra a tener diversos centros de gravedad, con evidentes relaciones de dependencia funcional entre ellos (movilidad, servicios, vivienda, redes de interacción, etcétera) y que precisan un cierto sistema de acuerdos y convenciones sobre cómo usar espacios y otros recursos imprescindibles. A partir de ahí, los dilemas emergen fácilmente: densidad y dispersión, mixtura y segmentación, homegeneidad y heterogeneidad, vínculos y fronteras... El medio urbano presenta características específicas, en términos de viabilidad, de qué consideramos eficacia, habitabilidad o facilidad para trabajar y desplazarse. Todos sabemos, además, que en esos espacios urbanos se acumulan capacidades de intervención de distintas esferas de gobierno (europea, estatal, autonómica, local...) y que nada puede hacerse sin contar con la gran cantidad de actores económicos y sociales que se mueven por esos enclaves y por sus entresijos.

Seguramente, a partir del reconocimiento de que existe una realidad compleja como la que tratamos de describir, seremos capaces de descubrir las limitaciones de una concepción de planeamiento urbano y de creación de viviendas que parte de supuestos racionales cada vez menos útiles para lograr acercarse a esa nueva y cambiante realidad. Una ciudad, un tejido urbano, acumula espacios y tiempos de trabajo, cuidado y reproducción, y cada vez resulta más difícil facilitar las movilidades y las exigencias de la cotidianidad. Probablemente, si aprendiéramos de las experiencias de otros países al respecto, evitaríamos errores de planeamiento que fuerzan homogeneidades o mixturas, que presuponen tipos de organización familiar o del trabajo que ya no son operativos, o que simplemente ven las ciudades como un problema que gestionar. Realmente, uno llega a pensar que quizá es mejor que no se haya creado un Ministerio de las Ciudades si la concepción que lo había de inspirara fuera el tecnificar algo como la vida urbana, que demuestra su plenitud en la autonomía de sus intercambios espontáneos, en su horizontalidad. Pero al menos deberíamos trabajar para evitar que la falta de políticas urbanas de nuevo cuño no implique el seguir persistiendo en el error de considerar lo urbano como un problema que resolver desde lejos y con instrumentos obsoletos.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UB.

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