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ENTRADA GENERAL
Columna
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'Downtown'

- La plaza de Catalunya estrena piso. La rosa de los vientos central, de 2.292 metros cuadrados, ha sido restaurada, utilizando el mismo terrazo de 1959, que fue cuando se colocó, con discutible gusto sixty. Alrededor se ha pavimentado con materiales antideslizantes y los bancos han sido repuestos. La verdad es que el uso de todo este material es muy intenso. Ayer mismo, el centro estaba ocupado por jóvenes aprendices de sardanistas. Un poco más allá, una coral de pubilles, ataviadas con el traje regional -dispensen, pero es que llamarle nacional confunde-, cantaba canciones tradicionales. Dos afirmaciones de catalanidad sin duda necesarias, pues es muy difícil encontrar en este hábitat especies autóctonas. Humanas, queremos decir, sin ánimo alguno de ofender a las palomas que viven y trabajan en Cataluña. Turistas e inmigrantes se reparten la práctica totalidad de los 21.300 metros cuadrados de superficie total. Los barceloneses solemos pasar discretamente por los lados, como disimulando de nuestro downtown.

- Ha sido siempre una plaza despeinada. Es imposible encontrar una lógica en las esculturas dispersas por este territorio. La mayoría están sin titular, sólo cuatro lo llevan: Emporión, Sabiduría, Trabajo y Barcelona, esta última, obra de Frederic Marès: una ninfa, sentada sobre un percherón, levanta sobre su cabeza -la de la ninfa, no la del percherón- una carabela, mientras al pie un Hermes sujeta una rueda dentada. Industria y navegación, ferias y congresos: la urbanización, debida a Puig i Cadafalch, se hizo en efecto al socaire de los fastos de 1929. La diosa de Clarà da la espalda al pequeño busto de Macià bajo la imponente escalera invertida: una metáfora del desencuentro, en un lugar que debería ser todo lo contrario. Y de la inutilidad, porque una escalera invertida no sirve para nada. No hay más que tratar de subir por ella para darse cuenta del absurdo.

- Es una plaza rara. En lugar de plátanos, que sería lo suyo, tiene una doble hilera de encinas de bellota, conmovedora manifestación de ruralismo en pleno corazón urbano. Las pequeñas hojas de estos árboles producen una sombra incierta, rota, pesada, nada refrescante. Una sombra de entretiempo, con permiso de Óscar Tusquets, maestro de calidades umbrías. Es decir, una sombra que no sirve para nada, porque en las épocas de entretiempo lo que apetece es el sol. Tal vez por eso los barceloneses no solemos sentarnos ahí. Otra deserción sintomática se aprecia en las entidades bancarias que pueblan el perímetro: BBVA, Español de Crédito, Caja Madrid. Ni una mala caixa que llevarse a la cartera. Definitivamente, hemos dimitido de nuestro downtown. No nos extrañemos luego si se convierte en zona de acampada de los sin papeles. Alguien tenía que usar esta plaza. Suponiendo que lo sea, claro.

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