La banda sonora
En el 68 se bailó el soul y el ritmo africano, los Beatles dominaron el microsurco y resonaron tres sílabas: la, la, la
Sat wuguga sat ju benga sat si pata pat. Otra vez. Sat wuguga sat ju benga sat si pata pat. En el verano del 68 la World Music ya reinaba entre nosotros y la voz de la activista surafricana Miriam Makeba, en lengua bantú, servía para abrir el baile de debutantes en las discotecas. Las go-go girls sobre los podios mostraban la misma energía que los camaradas de Cohn-Bendit por las calles del Barrio Latino unos meses antes. Los ecos del Mayo parisino, aquí en octavilla antifranquista, desembocaban en el recital de Raimon a la Facultad de Económicas de Madrid. Como recuerdo de la efeméride, 18 de maig a la Villa, aunque para cita y recordatorio, el 6 de abril en el Royal Albert Hall, con una Massiel que había devuelto, quinientos años después, la afrenta a la Armada Invencible a base de tres sílabas gloriosas como las tres carabelas: la, la, la. Y de paso el uso y conquista de la minifalda entre las chicas españolas, ahora ya sin permiso paterno. Hasta Serrat se atrevía a poner en tela de juicio uno de los mandamientos de la moral familiar española y el retorno inmaculado al hogar de las muchachas en flor poco antes de que den las diez. Aún con las cenizas del Verano del Amor, Guillermina Mota lanzaba desde una portada psicodélica del dibujante Enric Sió un entusiasta Visca l'amor y, de paso, un mensaje contestatario de que no le apetecía dormir sola, para sofoco de la clase boy scout catalana que acababa de cantar, entre otras, Tres pometes, Kumbaya y algún Dylan traducido a la lengua de Verdaguer en el parque de la Ciutadella. Por unas horas el parque barcelonés se había transformado en una sucursal de San Francisco, aunque sin los vapores lisérgicos y animados por el Grup de Folk, frente anglosajón y peludos de la nova cançó afrancesada, en su primera y postrera manifestación multitudinaria. Con los hippies a la vuelta de la esquina, o sea en Ibiza, Pau Riba y Sisa escribían su canción de juventud, Noia de porcellana y L'home dibuixat como primeras piezas canónicas de la nueva ola del folk-pop autóctono. Desde un ángulo más convencional, la voz de Lolita -sin twist-, de Jeanette, con el grupo Pic-Nic, emitía misteriosos mensajes de consuelo, los mismos que, a pesar de la versión original en inglés, se intuían en la voz de Otis Redding apostado en algún lugar del muelle ultramarino. Aunque el gato al agua se lo llevara un grupo español, Los Canarios, que hicieron bailar a medio país y pusieron de manifiesto que el soul también era uno de los nuestros. Y que España, a pesar del Ministerio de Información y Turismo, ya no era tan diferente.
Por unas horas el parque barcelonés se transformó en una sucursal de San Francisco aunque sin los vapores lisérgicos
Si en Francia un cantante como Léo Ferré abanderaba con su anarquismo épico a los rebeldes de La Sorbona -Gainsbourg lo hacía desde Chez Maxim's-, en España la televisión anunciaba a un primerizo Paco Ibáñez cantando a Góngora y García Lorca. Ese mismo año emergerá L'estaca, de destinación antifranquista y de genealogía pos-Mayo 68. El país, a pesar de la canción del verano que casi siempre desembocaba en el sol, el mar, el cielo y tú, descubría el gusto por la clásica y Los jardines de Aranjuez del maestro Rodrigo, gracias a un ex ye-yé llamado Richard Anthony que había osado hacerle un prêt-à-porter melódico a la pieza. Era la cara romántica del año junto a la desesperada Delilah, de Tom Jones, y la melancólica Anduriña, de Juan & Junior, frente a la invasión pop, con epicentro en Londres, que llegaba de la mano de los Beatles y los Rolling. Los primeros dejaban un álbum de portada conceptual y el Submarino amarillo, y los Stones se asomaban en la de Jumping Jack Flash como la pesadilla de cualquier madre con hijo adolescente y dejaban como regalo navideño un especial televisivo, Rock and Roll Circus, como colofón del Swinging London. Después de que Dylan se hubiera atrevido a sobrepasar el inviolable minutaje de los cinco minutos, Like a Rolling Stone, se había abierto la veda del microsurco, y los Beatles se eternizaban hasta los casi siete minutos en Hey Jude y Los Moody Blues, con Noches de blanco satén, elevaban el rock al cinerama. El pop sencillo, directo y de dos minutos anunciaba su canto de cisne, aunque un grupo como Equals devolvía la alegría a la pista con su ritmo ajamaicado y Tommy James and The Shondells, la fiebre del baile con su Mony Mony. La herencia de los Beach Boys como goma de mascar se estiraba en conjuntos como Ohio Express o 1910 Fruitgum Company y la nueva energía hippy, en formaciones como Steppenwolf y Canned Heat. En Italia, Paolo Conte componía el futuro himno nacional de la República en la voz de Adriano Celentano, Azzurro, y Jacques Dutronc, tributo municipal a la ciudad del Sena, Il est 5 heures Paris s'éveille. Y es que a pesar de los mayos y 68, la vida continuaba.
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