¿Marx, Mao, Marcuse?
Con distintos grados de intensidad, las tres emes, Marx, Mao y Marcuse, fueron referencias emblemáticas para las movilizaciones de Mayo de 1968. Pero un simple repaso a los hitos de la producción cultural en la segunda mitad de los sesenta nos descubre que los signos de cambiose habían multiplicado desde los años precedentes. El punto de partida se localiza en América y tiene por protagonista la música asociada a la oposición universitaria a la guerra y al racismo. Es el We shall overcome! de Pete Seeger en 1963, con los muy jóvenes Joan Baez y Bob Dylan temporalmente unidos. Los tiempos cambian, anuncia Dylan. De 1965 son La broma de Milan Kundera, Las cosas de Georges Perec, el montaje de Brook del Marat-Sade de Peter Weiss, el "I can get no satisfaction" de Mike Jagger, y también los Cahiers marxistes-léninistes, en torno a un filósofo casi desconocido, Louis Althusser, que concreta su amenaza dogmático-revolucionaria en Pour Marx. Eso sin olvidar el Pequeño libro rojo del camarada Mao. Al año siguiente Foucault publica Las palabras y las cosas, Juan Goytisolo sus Señas de identidad, los Beatles Sergeant Pepper's Lonely Hearts Club Band, y Antonioni filma Blow up. Y entre el 67 y el 68 se suceden El sistema de la moda de Barthes, el Je t'aime, moi non plus! de Gainsbourg-Bardot, las ediciones francesa y española de El hombre unidimensional de Marcuse, el Yellow Submarine de los Beatles, La chinoise de Godard, La Cina è vicina de Marco Bellocchio, el éxito de Hair en Broadway, Coge el dinero y corre, de Woody Allen...
Los felices sesenta fueron un tiempo de cambios. También de sueños utópicos y revueltas que a veces tuvieron un desenlace trágico. Todo a la sombra de un acontecimiento bélico que interviene como factor de radicalización en todo el mundo occidental, la guerra de Vietnam, que precisamente en marzo del 68 registra su hito más trágico, la matanza de My Lai. Coincide en el tiempo con la entrada en escena del Movimiento 22 de Marzo que enciende la mecha de la contestación estudiantil en la Universidad de París-Nanterre.
El Marx académico tuvo poco que ver con todo esto. Por una de las jugarretas del viejo topo, la celebración en París del 150º aniversario de su nacimiento quedó sepultada por la insurrección estudiantil de mayo. En vísperas de que la invasión de Checoslovaquia recordase a todos que el estalinismo conservaba intactas las garras, los partidos comunistas aparecían como fuerzas reformistas en las democracias, y del "marxismo soviético" como teoría nada se esperaba. Lógicamente, la España franquista era otra cosa y aquí sí tenía sentido recuperar al viejo Marx, aunque fuera colando en 1965 como material de prácticas para la docencia la traducción del Manifiesto comunista o leyendo de segunda mano el "Marx de los jesuitas" a través del libro del padre Calvez. Incluso se podía llegar a Marx a través de Raymond Aron. Manuel Sacristán en Barcelona es la excepción. Censura obligaba. Pero en otros países lo que tienen lugar son lecturas heterodoxas, a veces creativas, otras simplemente rituales, favorecidas por la recuperación del esbozo del Capital, los Grundrisse o "fundamentos" y por la relectura de los textos del joven Marx sobre la alienación, perfectamente aplicable a las formas de reificación características de la sociedad capitalista de consumo de masas. Libros antes malditos, como Historia y conciencia de clase, de G. Lukács, pasaron a ser de cabecera, y la mirada se volvió a Rosa Luxemburgo y a Trotski antes que a Lenin (y en todo caso, para éste, hacia su "testamento"). Cambio de papeles: el filósofo puntero en los años cincuenta, Jean-Paul Sartre, a pesar del esfuerzo de su Crítica de la razón dialéctica y de su espíritu militante, jugará un papel de figurante en el 68, con su imagen asociada a la de Simone de Beauvoir vendiendo por la calle ejemplares del periodiquillo maoísta La Cause du Peuple.
En España, la crisis del PCE propició un desarrollo teórico singular, protagonizado por Fernando Claudín desde el Horizonte español 1966 de Ruedo Ibérico, al proporcionar en sus 'Dos concepciones de la vía española al socialismo' una explicación de una posible transferencia de los cambios económicos y políticos de la década al plano de la política revolucionaria. Un esquema muy utilizado por los jóvenes del 68 español. Paralelamente, a esa misma crisis del comunismo se asocian trayectorias literarias o literario-cinematográficas muy fértiles, en las obras de Juan Goytisolo y Jorge Semprún, de alcance forzosamente minoritario, aun cuando la censura vaya abriendo huecos hasta desembocar en una situación caótica bajo la férula del ministro Fraga. De ahí el papel desempeñado por la música, con los jóvenes cantautores que por así decirlo calientan el ambiente para las movilizaciones de la juventud, al invocar la libertad y denunciar o ridiculizar las formas culturales y a la represión del régimen. No en vano el 68 español tiene por emblema un recital de Raimon, el 18 de mayo en Madrid, en la Facultad de Políticas y Económicas, entonces epicentro de la agitación.
Sobre el horizonte europeo de reelaboraciones pausadas vino a caer el rayo de la verdadera revolución: la personificada por Mao Zedong en China. El maoísmo encajaba bien con una interpretación sectaria y cientifista del pensamiento de Marx. Es lo que representan en el plano doctrinal los Cuadernos marxistas-leninistas y el radicalismo grupuscular descrito por Jean-Luc Godard en La chinoise. La verdadera revolución tendrá que apoyarse por lo demás en la verdadera teoría revolucionaria: será la propuesta de interpretación estructuralista de El Capital, de Althusser, fundada sobre la existencia de un "corte epistemológico" entre la fase hegeliana y la fase científica de la obra de Marx. Un paso más, y llegamos al catecismo de Marta Harnecker.
Los grupúsculos maoístas y trotskistas dominaban en La Sorbona. En la nueva e inhabitable Universidad de París-Nanterre, los vientos eran otros. Los brotes de un nuevo tipo de relaciones entre estudiantes y jóvenes estudiantes progresistas favorecían otro tipo de ruptura, asentado esta vez en una puesta en cuestión de las formas de dominio del capitalismo, desde el ángulo de su interiorización por los miembros de una sociedad, con lo cual el estudio de aquéllas pasa a prevalecer sobre el diagnóstico final y cobran importancia los aspectos psicológico-sociales. El nuevo perfil revolucionario, el del Movimiento del 22 de Marzo y de Daniel Cohn-Bendit, arranca de ese planteamiento, cuya primera expresión fue en 1966 un panfleto de los estudiantes situacionistas de Estrasburgo, De la miseria en el medio estudiantil. Los dos principales teóricos del movimiento publicaron sus libros en 1967: La sociedad del espectáculo, Guy Debord, y Tratado de saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, Raoul Vaneigem.
El llamamiento al Gran Rechazo propuesto por Herbert Marcuse frente a la irracionalidad propia del orden capitalista conjuga asimismo crítica marxista y análisis freudiano de la represión en su obra más difundida, El hombre unidimensional. En la oscilación entre las formas de control cada vez más eficaces y la exigencia de libertad, la única salida consiste en un contra-movimiento que se inspire en la capacidad de lucha del pueblo vietnamita y proponga una ruptura con la sociedad represiva liberando la imaginación.
La sexualidad será un campo privilegiado para ese enfrentamiento. Y de hecho en torno al 68 cobra forma una revolución moral presente tanto en el episodio de Mayo como en la literatura escrita y en la canción. "¿Qué puede ser la revolución, sino una general copulación?", proponían ya los locos de Marat-Sade. "Je t'aime moi non plus!", susurraba una maravillosa Brigitte Bardot sobre letra y música de Serge Gainsbourg, liberando al sexo de la atadura amorosa. Antibelicismo, nudismo y orgía atenuada propiciaron el gran éxito mundial de Hair. "Haz el amor, no la guerra", reza el famoso eslogan de Nanterre. Por un instante, el Fourier de El nuevo mundo amoroso se imponía sobre el Marx de El Capital.
En Contrarrevolución y rebeldía (1972), Marcuse hace balance del 68 y apunta a un rasgo fundamental de la nueva situación: la reorganización de las formas de poder capitalista. Es una óptica diferente de la expresada por comentaristas inmediatos, favorables al movimiento de Mayo, tales como Didier Azieu ("Epistemon", Esas ideas que conmovieron Francia), Edgar Morin y Claude Lefort (Mayo de 1968: la brecha) o Alain Touraine (Mayo del 68 o el comunismo utópico). Por fin, en su intraducible La révolution introuvable, Raymond Aron sentenciaba: "No conozco episodio de la historia de Francia que me suscite en el mismo grado el sentimiento de lo irracional". -
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