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Columna
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Aprender a crecer despacio

Ángel Ubide

España ha disfrutado de una larga etapa de crecimiento económico extraordinario. Pero lo difícil no es llegar, sino mantenerse, y tras la euforia llega el momento de la reflexión. España se ha desarrollado a alta velocidad, y cuando se va rápido pasan casi siempre dos cosas: se cometen excesos, y no se aprecian los defectos. Los excesos están claros: el crédito y los precios de la vivienda han crecido a tasas elevadísimas, la inflación es persistentemente alta, la población ha crecido a tasas de mercado emergente. Los defectos se verán pronto, ya que los últimos años se han caracterizado por la escasez de reformas económicas.

Entendamos primero el factor clave del reciente acelerón español: un tipo de interés real cero o negativo, generado por la combinación de la política monetaria del BCE y la alta inflación española, que ha generado un círculo virtuoso: la rápida inflación inmobiliaria ha aumentado el valor del activo de muchas empresas, que han aprovechado para endeudarse al bajísimo tipo de interés disponible -facilitado por la titulización, que ha permitido a los bancos aumentar el volumen de crédito- y acometer agresivos planes de expansión, que a su vez han aumentado su valor en Bolsa y permitido ulterior endeudamiento y expansión. Mientras tanto, la rápida inmigración ha permitido generar una alta tasa de crecimiento y suavizar la rigidez del mercado laboral español, enmascarando las tremendas diferencias entre los trabajadores fijos y los temporales.

La explosión de la burbuja crediticia ha cortado de raíz una de las claves de la expansión, la titulización. Sin titulización hay menos crédito, sin crédito la inflación inmobiliaria se frena, el valor de los activos se estanca y el exceso de endeudamiento aflora. Por suerte, los gestores de riesgo macroeconómico -el Banco de España a través de la supervisión y el Ministerio de Economía a través del presupuesto- adoptaron una actitud conservadora, apropiada para una economía turbo-propulsada, y gracias a ello el sistema bancario está en buenas condiciones, el presupuesto en superávit y las perspectivas económicas optimistas a pesar de la crisis crediticia. Pero, mas allá de la coyuntura de corto plazo, la estructura de la economía es frágil y, tras unos años de ausencia de reformas, requiere profundos cambios.

Por un lado, es urgente reducir la disfuncionalidad del mercado laboral. España se distingue por tener a la vez la tasa más alta de temporalidad y el índice más alto de protección de los contratos permanentes -lo cual es lógico, porque cuanta más temporalidad haya más protegidos estarán los contratos permanentes-. La transición a un régimen de bajo crecimiento resaltará esta diferencia todavía más. La inmigración ha ayudado, pero no es una solución duradera. España necesita una fuerte reducción de la protección de los contratos permanentes para así poder aliviar la temporalidad, combinada con una mejora del apoyo a los desempleados y de los incentivos para la búsqueda de empleo -fomentando la protección del trabajador, no del puesto de trabajo-. El coste social, de no hacerlo, puede ser muy elevado.

Por otro lado, hay que mejorar el sistema de incentivos y control de los gobiernos regionales y locales. Con una gran cantidad de competencias transferidas, el Gobierno central tiene escaso margen de maniobra en temas tan cruciales como la liberalización de los mercados de bienes y servicios o la gestión del suelo. La alta inflación española se debe, en gran medida, a las rigideces del comercio, de la distribución, y de la gestión del suelo, competencia en general de los Gobiernos regionales. A su vez, la falta de transparencia de las cuentas públicas regionales, sobre todo la tardanza de su publicación, dificulta la gestión eficaz de los recursos. España necesita un sistema de control y comparación de las estrategias seguidas por las distintas autonomías, para identificar así las mejores políticas y, a base de presión y de ejemplo, reducir rigideces e ineficiencias. Ésta es la metodología preferida, hoy en día, por los estudiosos de los mecanismos de crecimiento (y aplicada con éxito en países fuertemente descentralizados como China, por ejemplo).

La liberalización de los mercados aumentará la competitividad, la gran asignatura pendiente, sin necesidad de aumentar el gasto público: como muestra la experiencia británica, cantidad y calidad de gasto público son cosas muy distintas, sobre todo en materia de inversión e infraestructuras. La evidencia empírica demuestra que la productividad aumenta cuando se crean y destruyen empresas, mucho más que cuando aumenta la productividad de las empresas existentes. La destrucción creativa, bien diseñada y apoyada por instituciones independientes y solventes, es el futuro.

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