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Reportaje:FIN DE SEMANA

Refugios contra el olvido

Los túneles de Almería recuerdan los bombardeos franquistas

Aquella noche, cuando sonaron las sirenas, Domingo Molina se encontraba en el lugar más plácido del mundo: el vientre de su madre. Petronila, que así se llamaba ésta, pudo alcanzar el refugio de la plaza de San Sebastián antes de que cayesen las primeras bombas, pero no evitar que la oscura multitud la derribara y la pisoteara. En ese minuto de pánico perfecto, Petronila sólo pensó en proteger al niño haciéndose un ovillo, con una determinación tan salvaje como inútil. A las pocas semanas, Domingo nació con una lesión cerebral que le impediría caminar y hablar con normalidad el resto de su vida.

Recuerdos como éste retumban en las bóvedas de los refugios de Almería, cogiendo con el corazón desprevenido a los turistas que acaban de asomarse a la radiante bahía desde lo alto de la alcazaba o de comer en un chiringuito en la playa del Zapillo, sin sospechar que bajo la ciudad del sol se esconden cuatro kilómetros y medio de túneles, concebidos para guarecer a las casi 40.000 personas que vivían en ella durante la Guerra Civil.

Para que el contraste sea total, el kilómetro que se ha rehabilitado para la visita es el que discurre bajo el paseo de Almería, el principal de la ciudad, donde se suceden las alegres terrazas y las tiendas de moda y las pandillas de niños que juegan con sus consolas sentados en bancos que servían (y sirven) de respiraderos de los refugios; niños que tampoco saben, porque en el colegio no se suele explicar, que Almería fue bombardeada hasta 52 veces, muchas de forma indiscriminada, por no haber secundado la sublevación fascista.

El primer ataque importante se produjo la noche del 6 de enero de 1937. A la mañana siguiente, un hombre que inspeccionaba los escombros de una casa en la calle del Emir, propiedad del boticario de la plaza de Santo Domingo, descubría, cual macabro regalo de Reyes, a una mujer agonizante con su hija muerta en brazos. Ese hombre, al que los bomberos hubieron de dar una copa de aguardiente para que recuperara la voz, era el arquitecto municipal Guillermo Langle, que a partir de entonces puso todo su empeño en la construcción de unos refugios que, además de un estremecedor recordatorio, capaz de espabilar la memoria más adormecida, son una obra de órdago, cavada a una profundidad de entre 8 y 12 metros, con 67 accesos, ventilación, almacén y hospital, sin parangón con ninguna de las que pueden verse en el resto de España.

Hacia el subsuelo

La visita se inicia en la céntrica plaza de Manuel Pérez García. Aquí, abrazando los raigones de la puerta mora de Purchena y una de las bocas de los refugios, se ha levantado un pabellón de hormigón y cristal donde se exhibe un vídeo con testimonios de niños de la guerra, todos los cuales tienen, como es lógico, de 70 abriles para arriba. Pero enseguida se acaban las presentaciones, y la risa escalofriante de la sirena pone a los visitantes en movimiento hacia el subsuelo. Imposible no evocar, mientras se baja por la escalera con acompañamiento sonoro de gritos y llantos, a la quinta del saco, reclutas cuarentones recién llegados del pueblo que se arrojaban con sus petates por encima de las cabezas de ancianos, mujeres, enfermos y niños, añadiendo una nota de indecorosa cobardía a aquel descenso a los infiernos y causando más muertos que muchas bombas.

Una vez abajo, sorprende lo cómodas y seguras que eran las galerías, con su bóveda de cañón rebajada de 2,20 metros de altura, apoyada sobre muros de hormigón de tres palmos de espesor, su iluminación, sus contrafuertes para evitar la propagación de las ondas expansivas, sus bancos corridos e incluso su despensa. Ocioso parece decir que sus usuarios no las conceptuaban así y que, si podían, dormían en un cortijo fuera de la ciudad. Además, en los refugios estaba prohibido fumar, hablar de política o religión y dejar a los niños solos, que así difícilmente podían jugar. Se cantaba mucho, eso sí, que es lo que un pueblo minero, como éste, ha hecho siempre para olvidar las profundidades.

Paneles luminosos

Cada pocos metros, en las galerías transversales, se encuentran paneles luminosos que rememoran lugares y momentos clave del conflicto. El peor de estos últimos, sin duda, fue el bombardeo del 31 de mayo de 1937, cuando una escuadra alemana liderada por el acorazado Admiral Scheer despertó a la ciudad con 200 cañonazos que mataron a 31 personas y destruyeron medio centenar de edificios: otro Guernica que hizo escribir a Neruda aquello de "un plato de sangre de Almería". Ese día se refugiaron hasta los topos. Valeriano Sánchez, director del Instituto de Estudios Almerienses, cuenta el caso inaudito de un tío de su abuelo que estaba escondido por su significación política y salió para volver a encerrarse, esta vez bajo tierra, con sus adversarios. Y nadie lo reconoció.

Avanzando por la calle soterraña se perciben, a través de los respiraderos, retazos de la otra, la superficial y soleada: el tufo a pescado del mercado central, la humedad de las fuentes, el ladrido de un can... Hacia la mitad del recorrido, en un contrafuerte, aparecen grabados nombres, fechas de hace 70 años y dibujos de trazo torpe pero de sentido nítido: varios aviones sobre una casa. Y, casi al final, se descubre el espacio más sorprendente, por inesperado, de los refugios: un pequeño hospital con salas de espera y de curas, botiquín con lavabo y quirófano, todo embaldosado con mármoles de Macael.

"Por una herida abierta en sus raíces / respira la ciudad viejos dolores... / Memoria permanente y superada". De esa herida cicatrizada, pero no olvidada, de la que habla el poeta Julio Alfredo Egea salen los visitantes en la plaza de Pablo Cazard, junto al teatro Cervantes. Muy cerca, en la plaza del Marqués de Heredia, éstos aún pueden ver uno de los quioscos que el mismo Langle diseñó al final de la guerra para tapar los accesos de los refugios y que han sobrevivido hasta nuestros días como puestos de prensa. Qué mejor lugar que éste para que un lector desavisado abra el periódico y recupere la memoria.

Uno de los 4,5 kilómetros de túneles-refugio de Almería está abierto a las visitas.
Uno de los 4,5 kilómetros de túneles-refugio de Almería está abierto a las visitas.ANDRÉS CAMPOS

GUÍA PRÁCTICA

La visita

- Refugios de Almería (950 26 86 96; www.refugiosdealmeria.com). Plaza de Manuel Pérez García, s/n. Junto a la Puerta de Purchena. Las visitas se realizan de miércoles a domingo,

a las 9.30, 10.00, 11.00, 11.30, 12.30

y 13.00. Duración aproximada: 75 minutos. Precio: adultos, 2 euros.

Información

- Turismo de Almería (950 28 07 48; www.almerianadamas.com).

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