De madrugada, con frío y sin bus
Los usuarios de los 'búhos' esperan una hora por la huelga de la EMT
Rosa espera. Cruza sus manos entre las mangas de la rebeca gruesa y fija la vista. No, no viene ninguno. Un sombrerito de forro marrón le cubre las cejas a esta filipina menuda de 53 años que no para de reír. A pesar del frío inesperado de abril, de la espera, del cansancio acumulado al filo de la una de la madrugada, Rosa ríe en Cibeles junto a una parada de autobús vacía en la decimotercera jornada de huelga de la Empresa Municipal de Transportes (EMT). Aguarda el mismo búho que cada día la devuelve a su casa en Begoña tras colgar el delantal de ayudante de cocina en un local de Gran Vía. Pero no llega.
La mayoría de los que aguardan en Cibeles son 'curritos' del turno de noche
La protesta de los trabajadores de autobuses urbanos reduce el servicio nocturno a la mitad. Eso, en Cibeles, significa un vehículo cada hora, 30 minutos más junto a la marquesina, con el rostro helado y el sueño encima. La madrugada del viernes, la mayoría de los que esperan en las aceras no vuelve de juerga, sino de trabajar. Son los camareros, las cocineras, ayudantes, friegaplatos, pinches... Los curritos de los restaurantes del centro. Los que hoy llegan tarde a cenar después de servir la cena a otros muchos.
"Nunca, no cumplen el horario nunca, ni con huelga ni sin ella", refunfuña Antonio, de 43 años, camarero de doce de la mañana a una de la madrugada. Espera aferrado a su mochila desde hace tres cuartos de hora para volver a Argüelles. "Y éstos de los autobuses, ¿qué quieren, eh? ¿Qué quieren?". Su cabreo aumenta cuando se le pregunta por la alternativa del metro. "¡Qué dices! Con lo que pasó el 11-M... y esa gente que sube a los vagones bebiendo, las estaciones abandonadas, ni un vigilante por ningún sitio...". Descartado. Antonio se tranquiliza cuando empiezan a llegar los autobuses de la 1.45. Paran 14 a la vez. Hay un centenar de personas repartidas por las paradas. Otros muchos llegan a la carrera.
"Por fin". A Ígor y Víctor les queda todavía un buen rato por delante para llegar a casa. Ígor salió a las doce de la mañana de su casa, en un pueblo de Toledo. Dejó el coche en Laguna -"lo de los parquímetros está imposible"-. De ahí un autobús hasta el Prado para llegar a tiempo a trabajar. "Si nosotros fuéramos a la huelga, acabaríamos en la calle en un pispás". También se dedican a la hostelería.
Tras una veintena de reuniones fracasadas, aún quedan otros ocho días por delante de huelga de autobuses. La semana que viene habrá paros continuados de lunes a viernes. "Esto va a ir a peor", comenta un inspector de la EMT en Cibeles. ¿A peor? Sí, explica, más días de huelga, menos servicios mínimos, más manifestaciones... Y más esperas.
Natalia está resignada. Se sentó en el bordillo hace ya una hora. Y sabía que iba a quedarse en el mismo sitio exactamente eso: una hora. Se conoce al dedillo la huelga porque la ha sufrido "todita". Cada noche de paro significa aguardar esa irremediable hora acurrucada en el bordillo, tras una tarde entera de pie fregando platos en un bar. "Los que trabajan tienen derecho a estar temprano en sus casas", sentencia la dominicana de ojos pequeños y manos grandes. La chica de al lado se ha quedado dormida de tanto esperar.
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