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Columna
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Miradas medrosas

Todavía no he tenido la oportunidad de ver la película Todos estamos invitados de Manuel Gutiérrez Aragón, de modo que nada de lo que se diga aquí tendrá que ver con ella. Son unas declaraciones del director y del principal protagonista de la película las que me han hecho reflexionar sobre un viejo asunto que ellos han reavivado. Director y actor manifiestan sentirse impresionados por lo que han percibido entre nosotros, por ese "mirar hacia otro lado" practicado por la población ante la persecución y las amenazas de las que son víctimas algunos ciudadanos. Todo esto es muy cierto. En Euskadi hace decenios que se mira para otro lado, pero haríamos un mal diagnóstico de la situación si lo atribuyéramos a una peculiar rareza de la población vasca, tan heroica hace unos años y tan villana ahora por comportamientos similares y que apenas habrían cambiado en todo este tiempo. Para algunos siempre será de agradecer esta nueva mirada, pero estoy convencido de que es tan equivocada como la anterior.

Por lo menos desde Lizarra, una mitad de la población está condenada al heroísmo o al silencio

No tengo un gran interés en defender a la población vasca, con la que tengo mis más y mis menos; pienso, simplemente, que no es muy diferente a cualquier otra, que tendría una actuación muy similar si se hallara en las mismas circunstancias. No creo que seamos especialmente cobardes, es más, considero necesario honrar a la gran cantidad de gente valiente que se da entre nosotros: esos cientos, tal vez miles, de ciudadanos que se presentan a unas elecciones conscientes de que a partir de ese momento estarán amenazados de muerte; los cientos de miles de votantes no nacionalistas que siguen manifestándose fieles, pese a las condiciones adversas y a lo ventajoso que les resultaría cambiar de voto; los miles de personas que se colocan detrás de una pancarta, aun siendo sabedores de que pueden hallarse bajo la mirada de un vecino adverso o de un pariente enemigo. Si algo ha mostrado la sociedad vasca a lo largo de estos años ha sido una resistencia coriácea al cambio de posiciones, pese a lo duro, lo difícil y hasta lo peligroso que suponía mantenerse en una de ellas.

Sin embargo, es cierto que se mira para otro lado, es cierto que quien está señalado puede además exponerse a una soledad abismal. Se convertirá en un portador de muerte que espantará a sus amigos y a sus vecinos. La muerte se contagia, y todos queremos huir de ella porque ante ella todos estamos solos. Esta es la razón profunda de lo que ocurre en Euskadi. No podemos reaccionar contra la muerte porque en esa contienda no existe el plural, sólo se le permite a cada cual que pueda reaccionar contra ella y ésa es tarea de héroes. Cuando alguien es señalado para la muerte está solo. La protección que le puedan ofrecer le dará seguridad, pero no mitigará su soledad. Le otorgará una mayor visibilidad y lo convertirá en el centro de una zona peligrosa que ahuyentará a quienes puedan acercarse: la máquina de la muerte le buscaba a él, pero si no puede con él buscará a otro; la máquina de la muerte siempre busca a alguien. Todo esto es terrible, aunque no escapa al alcance de nuestra comprensión. Y si es terrible, y sabemos que lo es, ¿por qué no reaccionamos?

Al hacernos esta última pregunta nos topamos otra vez con el plural. Pensamos en una reacción colectiva, cuando es evidente que ésta no puede producirse -salvo en las urnas-. Quien da un paso contra el terror lo da solo, y el amparo que encontrará será el de los perseguidos, o el de partidos en cuyo cobijo sólo se acentuará su desamparo. Una reacción colectiva de los desamparados propiciaría una guerra civil, que es lo que hasta ahora se ha evitado. Y los nacionalistas tendrán que preguntarse si no son los responsables de esa zona del desamparo.

Por lo menos desde Lizarra, una mitad de la población está condenada al heroísmo o al silencio -salvo en las urnas-, ya que nuestro Gobierno, que es quien podría haber dado impulso colectivo y amparo en la lucha contra el terror, y quienes lo sustentan, han gobernado olvidándose de ella, incluso contra ella. No es en los vascos entre quienes hay que buscar el quid de las miradas medrosas. Está en su Gobierno, en el vasco.

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