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Vertebrando España: autonomías e inmigración

Pensaba Espinoza que "cada cosa se esfuerza, cuando está a su alcance, por perseverar en su ser", que todo tiene una lógica interna, una esencia que tiende a repetirse.

Si es así, en los próximos años veremos las dificultades para encontrar el nuevo ser del Partido Popular, condicionado, como está, por su pasado y por la presión del bloque de derechas -mediático, religioso- que, con ardor guerrero, ha ido fraguando. El predecible Rajoy está conduciendo a la derecha a un futuro impredecible. En cuanto al Gobierno, cabe preguntarse en este arranque de legislatura qué consensos puede aspirar a restaurar y qué políticas debe impulsar, aunque sea a costa del disenso.

El futuro se va a abordar desde un mapa electoral que refleja diferentes ideas sobre España. De un lado, el PP, con una política que requería perder en Cataluña y el País Vasco para vencer en el resto, fiel reflejo de su idea pesimista de patria: un lugar en el que la comodidad de todos se considera una quimera, un proyecto de suma cero en el que es imposible que todos ganen. De otro, el PSOE aceptando el reto de impulsar, siguiendo a Ortega, un "proyecto sugestivo de vida en común" como solución al drama nacional exagerado desde la derecha. De momento, los resultados del 9-M muestran que es posible una política que atraiga, simultáneamente, a los ciudadanos de Euskadi y Cataluña y a los del resto de España. Lo prueba el hecho de que el PSOE no baja del 33% en ninguna provincia, cuando el PP lo hace en nueve -y en seis de ellas con el 16% de votos de promedio-. Con una particularidad: estas provincias suman el 20% de la población española y el 25% de su PIB.

¿Cómo lograr acuerdos cuando al PP puede convenirle seguir mostrando dureza?

Si el federalismo del PSOE parece dispuesto a ganar la batalla a todos los nacionalismos, incluido el del PP, éste da la impresión de que ha agotado su discurso territorial y necesita modularlo en sus aristas más negativas para no seguir fracasando en el País Vasco y Cataluña.

Y lo mismo puede decirse del uso sectario del terrorismo si, como parece, ETA sigue matando. Ojalá ello permita reconstruir ciertos consensos, pero nada es seguro.

Lo que sí es seguro es que la crisis económica supone un nuevo reto a la vertebración de España y obliga al Estado autonómico a perfeccionarse en solidaridad y eficacia. Si éste se ha mostrado efectivo en satisfacer las demandas y necesidades sociales en los buenos momentos, no ha vivido todavía una crisis económica seria. Y la actual parece que lo es, por lo que reclama consenso para abordarla. Por un lado, los problemas económicos tendrán una repercusión asimétrica en las diferentes regiones, más intensa cuanto más dependencia tengan del sector de la construcción, más complicada cuanto más aguda sientan el fenómeno de la inmigración. Por otro, la ineluctable pérdida de fondos europeos obliga a dotar con más recursos el Fondo de Compensación Interterritorial, algo que se debe abordar, necesariamente, en la revisión del nuevo sistema de financiación de las comunidades autónomas. El futuro de España se juega mucho más en la eficacia del Estado para coordinar actuaciones económicas que en la imposible consulta de Ibarretxe.

La cuestión es qué puede hacer el Gobierno socialista para lograr el consenso -o impedir el disenso- del PP. Sobre todo cuando el interés político de este partido le aconseja mostrar su cara más dura en los temas económicos y sociales, donde puede capitalizar la intranquilidad generada por la crisis.

Los analistas han pasado por alto un hecho relevante que puede condicionar las actuaciones del PP: las subidas de esta formación coinciden -exceptuada Cataluña- con el mapa provincial de inmigrantes. A mayor presencia de inmigrantes, más subida del PP. Por un lado, la costa (Málaga, Almería, Murcia, Comunidad Valenciana); por otro, Madrid, su victoria más paradigmática. Si ya en las municipales tuvo éxito en barrios obreros madrileños como Vicálvaro, Usera, Villaverde, con el 18% de población inmigrante, ahora ha ascendido en todas las ciudades del cinturón sur, donde la izquierda, tanto el PSOE como IU, ha descendido. Dos terceras partes de ese descenso ha ido al PP y el resto, probable voto centrista, lo ha recogido UPyD.

Significa que el PP, como Sarkozy en Francia hace un año, no ha crecido por el centro y las clases medias, sino captando voto obrero y popular, quitándoselo al PSOE y a IU. Su capacidad para dibujar, rozando posiciones de derecha extrema, un futuro cargado de temores ha agudizado los rencores y miedos sociales de amplios sectores populares y el deseo de un "trato especial" -contrato de integración- a la inmigración. Esto anticipa un comportamiento muy duro en temas sociales y económicos.

A la izquierda le corresponderá dar solución a esos miedos y hacer mucha pedagogía si quiere zanjar esos trasvases de votos. La seguridad que reclaman los ciudadanos no se limita a disponer una red social si pierden su trabajo, sino que afecta a espacios íntimos que conectan con las dificultades y los recelos que acarrea convivir diariamente con la diferencia. Es ahí donde la derecha buscará su yacimiento de votos, pero es en la eficacia del Estado autonómico, y en la cohesión social ante la crisis, donde España se juega su futuro.

Ignacio Muro Benayas es economista.

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