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OPINIÓN
Columna
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La otra América

Joaquín Estefanía

Hay unos EE UU diferentes de lo que sucede en Wall Street, las elecciones primarias del Partido Demócrata o el ala oeste de la Casa Blanca. Lo acaba de recordar la Oficina Presupuestaria del Congreso, cuando ha dado la cifra oficial de ciudadanos que hoy utilizan, para comer todos los días, el programa de cupones públicos de alimentos: 28 millones de personas, millón y medio más que un año antes, y el nivel más alto desde que en 1964 el presidente Johnson adoptó ese programa dentro de la "guerra contra la pobreza". La crisis ha saltado a los estómagos.

Ello significa que en el país más rico del planeta hay pobreza. La tasa que mide ésta es del 13%, un nivel que apenas se ha movido en las últimas décadas, desde que Reagan inaugurase la época de la revolución conservadora, que ha tenido sus discípulos predilectos en los neocons de Bush. Ese porcentaje se mide en una renta anual de 21.500 dólares (alrededor de 14.000 euros) para una familia de cuatro personas.

En EE UU, 28 millones de personas recurren al programa de cupones públicos de alimentos para comer diariamente

La pobreza convive con una extrema desigualdad. A explicarla se esfuerza un libro excepcional, recientemente aparecido: Después de Bush, del economista Paul Krugman. Una de las tesis que en él se plantean es que la historia estadounidense de los últimos 30 años vendría a ser la siguiente: fuerzas impersonales del mercado tales como el cambio tecnológico y la globalización han sido responsables de que la distribución de ingresos se haya hecho cada vez más desigual, con una élite minoritaria destacándose del resto de la población.

Sin embargo, Krugman complementa la anterior con otra tesis más original: ha sido el cambio político, entendido como polarización creciente, la que ha representado la causa fundamental del incremento de la desigualdad. A la igualdad en lo económico corresponde la moderación en lo político. Y viceversa: ahora hay una desigualdad de ingresos tan elevada como en la década de los años veinte (antes del New Deal de Roosevelt) con unos niveles de crispación política más altos de lo que nunca habían sido. Esta creciente polarización política no está relacionada con una radicalización de los partidos Demócrata y Republicano, pues parece difícil argüir que los demócratas se hayan escorado hacia la izquierda; más bien se puede convenir que han sido los republicanos los que se han desplazado hacia la derecha. Basta comparar, por ejemplo, las líneas duras de Bush o Reagan con la moderación de Gerald Ford.

El filósofo norteamericano Ronald Dworkin también reflexiona sobre esta polarización política en su último trabajo (La democracia posible. Editorial Paidós): "Discrepamos ferozmente en casi todo. Discrepamos sobre el terror y la seguridad, sobre la justicia social, sobre la religión en la política, sobre quién es apto para ser juez y sobre qué es la democracia. Estos desacuerdos no transcurren de manera civilizada, ya que no existe respeto recíproco entre las partes". -

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