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Columna
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Criterios de país

La creciente influencia del nacionalismo gallego en Madrid, donde avanza lentamente, pero avanza, está viéndose acompañada de movimientos que no pueden pasar inadvertidos en los otros dos grandes partidos, el PP y el PSOE. Más que valorar la presencia de políticos nacidos en Galicia en el poder central -siempre los hubo-, la clave está en comprobar si esos dirigentes actúan en defensa de los intereses de Galicia o, por el contrario, desempeñan el papel de empleados en Madrid.

Franco era gallego, tuvo ministros gallegos -entre ellos el ex presidente Manuel Fraga- y no por ello eso supuso ninguna ventaja para Galicia. Al contrario, fue clasificada como territorio apacible y bucólico donde ni siquiera había que compensar su desapego a la causa con mejores aranceles, como sucedió con Cataluña, o con más industrias de fundición, como pasó con Euskadi. También con UCD hubo gallegos en Madrid -alguno tan brillante como Pío Cabanillas- e incluso el andaluz Felipe González le dio cierta cancha en su Gobierno a políticos todavía en activo como el ex ministro y ahora alcalde Abel Caballero, quien se había llevado de ayudante a Emilio Pérez Touriño, ahora presidente de la Xunta. El propio Salvador Fernández Moreda, presidente de la Diputación coruñesa, fue miembro de la ejecutiva federal del PSOE y un guerrista convencido y complaciente, sobre todo en aquel verano del 87 en Mera.

El problema de Galicia no se resuelve contando los políticos gallegos que están en Madrid

Aznar fue igualmente considerado con los populares gallegos y se llevó de ministro a un buen ex conselleiro como José Manuel Romay Beccaría, al tiempo que le daba cancha a Mariano Rajoy, que terminó siendo vicepresidente y sucesor del propio Aznar, aunque sin tanto éxito electoral como su mentor político. Y de vuelta al poder, el PSOE quedó en manos de un gallego de Palas de Rei, de quien se decía que era el chico que le ponía cafés a Paco Vázquez en la vieja sede compostelana del PSdeG, pero que demostró una capacidad de mando y organización en el aparato socialista que para sí quisieran muchos de los cátedros que le ningunean.

Pero el problema de Galicia no se resuelve contando los políticos gallegos que están en Madrid, entre los que también destacan Elena Espinosa, César Antonio Molina, Carmela Silva o Ana Pastor y, hasta cierto punto, Alberto Núñez Feijóo, quien se sabe más valorado allí que aquí. El problema es la capacidad de decisión de todos ellos en clave gallega, algo que aquí se estila tan poco y que, en cambio, forma parte del manual de navegación de cualquier político del PSC, por poner un ejemplo del partido que gobierna, que es al que más hay que mirar en estos casos.

El PSC actúa en Cataluña y en Madrid como un partido cohesionado que no sólo defiende los intereses de Cataluña, sino que tiene una visión propia de los asuntos de España y de Europa. Pero pasa lo mismo con la prensa catalana y con tantos otros estamentos de Cataluña. Es un papel que Galicia parece encomendarle en solitario al Bloque, pero sin echarle suficiente gasolina para tamaño viaje.

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Ahora que el BNG de Anxo Quintana habla el mismo lenguaje de Artur Mas o de Íñigo Urkullu -más bien habría que decir Josu Jon Imaz, pero no está- es también un momento ideal para comprobar hasta dónde llega el proyecto del PSdeG en clave de país y hasta dónde es capaz de abrirse el PP para dar cabida al lenguaje de una España plural frente a una España centralista que se ancla en las cabezas de Aznar, Acebes y Zaplana. Mientras, parece ir soltando lastre en los nuevos tiempos que abandera Mariano Rajoy, ese gallego que no habla gallego pero que traduce del gallego cada una de sus expresiones y casi, casi, de sus gestos, a menudo incomprendidos, por cierto, en Madrid.

Galicia es un proyecto en común de los gallegos, del mismo modo que lo es España para los españoles. A estas alturas, no se trata tanto de buscar la contradicción entre una cosa y otra, sino de aplicar una pizca de realismo a la acción política, con criterios de modernidad, altura de miras y todo lo que se quiera -tampoco es imprescindible llevar boina- pero, sobre todo, con criterios de país. Empleados en Madrid ya hay muchos. Gallegos, gallegos, más bien pocos. ¿O no? xeira@mundo-r.com

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