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OIGO LO QUE VEO | MÚSICA
Columna
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La solfa mezquina

Es curioso -¿o no tanto?- que el libro de Eugenio Trías El canto de la sirena (Galaxia Gutenberg), mil páginas en las que el autor habla de las músicas que le gustan, haya tenido mucho más éxito entre los buenos aficionados que entre los profesionales del ramo, no del filosófico, donde no tiene nada que demostrar, sino del musical, en el que no ha faltado quien lo considere un advenedizo. Del libro se habló en Babelia por extenso y no voy yo a repetir ahora de qué va. Pero sí diré que se trata de una incursión apasionada en una suerte de segunda vida que por momentos se adivina casi primera en los intereses de su autor, en la relación entre lo cotidiano y el arte que ayuda a sostenerlo con el mejor humor posible. Es esa pasión que ponía, por ejemplo, Harold Bloom en El canon occidental (Anagrama), aunque aquí no haya deseo alguno de establecer taxonomías sino simplemente de compartir gustos y razonarlos desde el conocimiento que otorga una cultura que no se reduce, afortunadamente, a la solfa y sus cercanías. Dos veces he comentado el libro de Trías con algún profesional de la investigación musical. Uno me ha torcido un poco el gesto, como diciendo que podrá estar muy bien pero que no dejan de ser opiniones de aficionado, y el otro, simplemente, no me ha contestado. Y en ambos casos he respondido interiormente lo mismo: haberlo escrito tú. Debe ser lo que tiene a veces el saber tanto, que no apetece contárselo a nadie, mientras el puro placer del descubrimiento más deportivo que profesional anima a compartirlo rápidamente, a proclamarlo a los cuatro vientos como si uno fuera el primero. En estos días recordamos el centenario de Adolfo Salazar, que fue crítico de periódicos y musicólogo, que pensó por su cuenta y que escribió libros, entre ellos La música en la sociedad europea (Alianza), que todavía no ha sido superado por sus presuntos sucesores. Y esperan también unos cuantos congresos de musicología en los que seguro que se presentan elevadísimas tesis doctorales, magníficos trabajos de recuperación del patrimonio, ediciones críticas de zarzuelas, qué sé yo. Ojalá también se hable de la importancia de pensar, de liberar la investigación a los terrenos de una reflexión a la que seguramente se teme por si la academia le tacha a uno de impresionista. Qué le vamos a hacer, aquí somos de otra pasta. Mientras, en Estados Unidos, Alex Ross, el crítico del New Yorker, acaba de ganar el National Book Critics Circle Award por The rest is noise (Farrar, Straus & Giroux), un libro sobre la música del siglo XX, esa bicha que todavía da tanto miedo a unos y a otros, a los que no se atreven y a quienes quieren hacerla obligatoria. Y déjenme terminar recordando que a Nietzsche le gustaba Chueca. Aunque no se diga en la última entrega de la estupenda revista de la SEDEN -Sociedad Española de Estudios sobre Friedrich Nietzsche-, que dedica su último número a las relaciones del filósofo con Richard Wagner y que les recomiendo con entusiasmo.

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