"Te llaman porvenir porque no vienes nunca"
Las predicciones históricas sobre lo que sería la tecnología en el siglo XX están llenas de sueños y errores
"Te llaman porvenir porque no vienes nunca", escribió el poeta Ángel González. Pero el porvenir, ese futuro con el que soñó el siglo XX, es ya parte de nuestro pasado: todos, reconozcámoslo, hemos calculado alguna vez cuál sería nuestra edad en el año 2000, cota de un futuro aparentemente inalcanzable con el que varias generaciones han fantaseado como paradigma de una fría y aséptica modernidad. Simplemente, no contábamos con que llegase tan rápido. Nos faltan los coches voladores, aunque quizá sea la humanidad, y no la tecnología, la que no esté preparada todavía para ellos; no vestimos estrafalarios trajes plateados, pero nadie contaba con que diábolo, campana y cilindro pudiesen ser las nuevas tallas de ropa para mujeres. Tampoco hemos conseguido teletransportarnos, aunque ya es posible teletransportar documentos, fotografías, canciones y películas a cualquier lugar del mundo en cuestión de segundos. Paradójicamente, en este futuro sí existe el videoteléfono, tal como todos imaginamos, pero la gente ha demostrado que prefiere comunicarse mediante la voz y seguir preguntando: "¿Qué llevas puesto?".
No entraba en nuestros planes para el nuevo siglo que miles de documentos, hace años archivados en papel, pudiesen almacenarse ahora en un apéndice al que llamamos lápiz a pesar de que no escribamos con él, sino en él. Tampoco que chatear se refiriese a alternar en pijama desde casa frente a una pantalla, en lugar de acodado en un bar apurando chatos de vino. Podemos almacenar toda la música de una tienda de discos en el tamaño de una caja de cerillas; con ello hemos asistido a la canonización del vinilo como icono de románticos, a los que las acendradas canciones de la era digital les saben a fruta transgénica: nada como Debussy con crepitaciones a 45 rpm, o una manzana con gusano. Cualquier cosa que se nos ocurra aparece en Google, biblioteca universal para la que la lengua inglesa ya ha inventado un verbo, to google, que no tardaremos en importar al español. A Borges, quien dijo que la imprenta era un invento atroz porque ayudaría a difundir y conservar las muestras más variadas de la estupidez humana, le habría sobrecogido el fenómeno de los blogs, mal llamados bitácoras: cualquiera que se lo proponga está a un formulario de convertirse en su propio editor, con los riesgos y venturas que eso comporta. Y el correo electrónico, inmediato y coloquial, enemigo de formulismos, ha sepultado al telegrama, a la carta, al gesto amargo de ensalivar un sello, incluso al remoto género epistolar, que algún día recordaremos nostálgicos como una forma de expresión artística demasiado lejana y complicada de recuperar.
Efectivamente, predecir cómo será la tecnología del futuro no es tarea fácil. John Smart, nombre no ficticio de un futurólogo, afirmó que "una parte de nuestro futuro parece ser experimental e imprevisible, y la otra, evolutiva y predecible; nuestro reto consiste en inventar la primera y descubrir la segunda". Años atrás, en 1962, Arthur C. Clarke había formulado la primera de un grupo de tres leyes ("si tres leyes fueron suficientes para Newton, modestamente decido detenerme aquí") acerca de las profecías tecnológicas: "Cuando un provecto y distinguido científico afirma que algo es posible, probablemente está en lo correcto; cuando afirma que algo es imposible, probablemente se equivoca". Las otras dos llegaron en 1973: "La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un paso más allá, hasta el imposible", y "cualquier forma de tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia". Y aunque todavía quedan 11 años hasta el célebre Los Ángeles, 2019 de Blade Runner, el año 2000 ya ha quedado atrás, y con él, la resolución de muchas predicciones que, acertadas o disparatadas, en todos los casos validan las tres leyes de Clarke y dan la razón a otra cita, esta vez del futurólogo Jim Dator: "Cualquier idea útil sobre el futuro debería parecer ridícula".
640 K bastarán
Si hay que pensar en una profecía informática famosa o recordar una cita que Bill Gates haya regalado a la posteridad, la respuesta bien puede ser la misma: "640 K deberían ser suficientes para todo el mundo", pronunciada en 1981.
Gates aseguró recientemente haber dicho "algunas estupideces" como presidente de Microsoft. "Pero ésa nunca la he pronunciado", continuó, "a pesar de que sigue flotando como un rumor".
El desmentido es la pieza que suele necesitar una anécdota increíble para convertirse en leyenda, y ésta no merecía menos honores.
Mito o realidad, la cota de los 640 K era ya historia en la década de los noventa, y en el futuro que nos ha tocado vivir la memoria se mide en gigabytes, nada menos.
Cuando maldiga que el ordenador por el que pagó un dineral hace apenas dos años haya quedado obsoleto y codicie nuevos equipos mucho más potentes y económicos que el suyo, acuérdese de Gordon Moore, cofundador de Intel.
La ley de Moore
En 1965, mientras usted (o su padre) se maravillaba con las bondades de la máquina de escribir, Moore predijo que la complejidad de los circuitos integrados podría duplicarse cada año, con una reducción de costo conmensurable, o lo que es lo mismo: que la capacidad de los ordenadores crecería de manera exponencial año tras año a precios cada vez más asequibles. Diez años después Moore matizó su previsión y aumentó el plazo de crecimiento hasta los 18 meses. Y aunque actualmente se aplica a los ordenadores, Moore enunció su ley seis años antes de la invención del procesador y dos décadas antes de la popularización de las computadoras (así se estilaba llamarlas entonces) de uso personal.
Hoy por hoy la ley de Moore sigue cumpliéndose año tras año y no está previsto que se invalide hasta "dentro de 10 o 15", según afirmó el propio Moore el año pasado.
Cinco ordenadores, mil válvulas
Con la ley de Moore, atrás quedan otras profecías menos optimistas que vaticinaban un futuro distinto para la informática. Thomas Watson, presidente de IBM, vaticinó en 1943 que habría "un mercado mundial para, quizá, cinco ordenadores". La predicción tuvo el mérito de mantenerse vigente durante 10 años.
Por supuesto, como en el caso de los 640 K de Bill Gates, no hay evidencia escrita de que Thomas Watson realmente la hubiese enunciado.
En 1949, un ingenuo editorial publicado en la revista Popular Mechanics afirmaba: "Mientras que una computadora como la ENIAC está equipada con 18.000 válvulas y pesa 30 toneladas, las computadoras del futuro podrán funcionar con apenas 1.000 válvulas y pesar sólo 1,5 toneladas".
Casi seis décadas después, compañías como Sony y Apple han conseguido producir ordenadores de menos de medio kilo de peso (VAIO UX) y de dos centímetros de grosor (MacBook Air).
Y2K: el problema del año 2000
A mediados de 1995 comenzaron a oírse ecos apocalípticos que avisaban de un posible colapso informático a nivel mundial. John Hamre, subsecretario de Defensa de Estados Unidos, anunciaba: "El problema del año 2000 es el equivalente electrónico de El Niño y va a acarrear graves consecuencias en todo el mundo". Por lo visto, no todos habíamos tenido tan presente la llegada del año 2000 y muchas aplicaciones estaban condenadas a dejar de funcionar porque sus programadores habían olvidado computar el primer par de dígitos del año en curso, de modo que a 1999 le seguiría 19100, y el caos infraestructural podría conocer dimensiones espeluznantes.
A lo largo de los últimos años anteriores al cambio de milenio se desarrolló un plan de contingencia de un coste total cercano a los 300 billones de dólares.
Entre las medidas de seguridad propuestas, un comité del Senado de Estados Unidos llegó a desaconsejar los viajes al extranjero como medida cautelar por temor a que otros países no hubiesen revisado con suficiente escrúpulo sus sistemas de transporte.
El año 2000 llegó y todos nos asomamos después de las uvas con curiosidad malsana a la pantalla del ordenador para comprobar si algún programa había dejado de funcionar, si el sistema se había colapsado, si encontrábamos algún mensaje de error sobre fondo azul del ordenador. Nada.
Países como Italia, China y Rusia, criticados por no haberse acogido al plan de protección propuesto por Estados Unidos, no registraron ni un solo incidente reseñable en los ordenadores de sus administraciones ni en el sector privado.
Tampoco en Estados Unidos, donde 1,5 millones de pequeñas y medianas empresas no habían tomado medidas de precaución, se produjo ningún incidente que justificase las campañas de pánico, el esfuerzo y el gasto dedicados a poner el parche antes de lo que nunca llegó a ser herida.
La otra mitad de Intel
Robert Noyce, cofundador de Intel con Gordon Moore, supo anticipar (en términos tan metafóricos como el año 1976 permitía) la existencia de las aplicaciones de edición de música y vídeo, de YouTube, del correo electrónico y de la Wikipedia, en un artículo sobre la informática del futuro publicado en la revista Computer.
"En 2001 cualquiera podrá componer e interpretar sinfonías, óperas y películas en su propio ordenador (...), las máquinas de escribir electrónicas harán sombra al sistema de correos, ya que las cartas redactadas aparecerán automáticamente en la máquina del destinatario (...), todo el mundo tendrá acceso a cualquier biblioteca del mundo desde su sillón".
Kurzweil, tecnofuturólogo
Si Hortofruticultura y Jardinería ha podido convertirse en carrera universitaria, era sólo cuestión de tiempo que la tecnofuturología pudiese plantearse como, permítaseme el juego de palabras, una profesión de futuro. Ray Kurzweil es inventor multidisciplinar y dedica buena parte de sus esfuerzos a imaginar el futuro de la tecnología: ha publicado hasta la fecha tres libros con los que ha cubierto de profecías casi todo el siglo XXI, hasta el año 2099, y muchos de sus vaticinios se han ido cumpliendo en lo que llevamos de futuro con sorprendente exactitud.
En La era de las máquinas inteligentes (1990), Kurzweil anticipó que los programas de ajedrez conseguirían derrotar a los grandes maestros antes de 1998, y en 1997 Deep Blue venció a Gari Kaspárov.
También apuntó que a comienzos del siglo XXI el acceso a Internet se realizaría por medio de redes inalámbricas y que a finales del XX muchos documentos existirían sólo en Internet y permitirían insertar imagenes y vídeo. En La era de las máquinas espirituales (1999), predijo el éxito del intercambio de archivos interpares y la emergencia de Internet como el medio más habitual para acceder a películas, programas de televisión, diarios y música.
No obstante, y salvo sorpresa, no todo han sido predicciones exitosas: por ejemplo, según
Ray Kurzweil, en el año 2009 los ordenadores portátiles deberían estar integrados en la ropa y en artículos de joyería, y emplearíamos "al menos 12 distintos" cada año.
'METRÓPOLIS'
El filme de Fritz Lang se sitúa en una ciudad de 2026. Los obreros viven en su subterráneo explotados y los amos... disfrutan de la ciudad al aire libre. Para intentar hundir una revuelta popular, los amos, con ayuda de la ciencia, crearán un robot clónico de la líder de los obreros. Ellos, y la ciencia, fracasarán.
'BLADE RUNNER'
Mítica película de 1982 inspirada en una obra de Philip K. Dick. En el siglo XXI, una corporación crea robots replicantes de seres humanos. Usados como esclavos, se rebelan. Las brigadas Blade Runner deben eliminarlos. El miedo a la máquina humana y su drama, porque es una máquina con emociones.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.