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Columna
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Cargar con el mochuelo

Los linotipistas eran tipos bregados que sabían lo que significaba cargar con el mochuelo, pues así es como se le llama en la jerga tipográfica al error de imprenta. En la Unión Soviética de Stalin podían ser fusilados por una letra mal puesta. Cualquiera que haya conocido el mundo de los talleres gráficos con olor a plomo, entenderá mi fascinación por esta profesión desaparecida. La primera visita que hice a un periódico fue durante una excursión escolar a La Voz de Galicia y recuerdo a los linotipistas con sus botellas de leche al lado de la máquina. Eran tiempos en que el periodismo todavía se ejercía con visera y manguitos. A pesar de que en EE UU los reporteros del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, ya habían destapado el caso Watergate y se habían convertido en héroes para una generación de periodistas, aquí todavía podían leerse titulares de prensa como: "Sigue grave el minero muerto ayer el León".

Las erratas en los libros son todavía peores que las de prensa, porque tienen el inconveniente de su perpetuidad. Mark Twain solía advertir que había que tener cuidado al leer libros sobre la salud, porque uno podía palmarla de un error de imprenta. De hecho el Papa Clemente XI murió de una apoplejía al descubrir una errata en una de sus homilías. Sin embargo, hay errores tipográficos que han servido para revalorizar la obra de un autor en el mercado bibliófilo. Es el caso de la primera edición de Arroz y tartana, donde el simple cambio de una vocal hizo que aquella mañana doña Manuela se levantara con "el coño fruncido", en lugar de hacerlo, como resultaría más sosegante, con el ceño fruncido. Las erratas persiguieron a Blasco Ibáñez hasta la tumba. Cuando murió el novelista, la prensa encargada de relatar el traslado de sus restos mortales a Valencia apuntó que "el féretro de este escritor universal iba cubierto por una Señora". Aunque don Vicente tenía fama de mujeriego, es razonable pensar que en semejante ocasión lo que en realidad cubría su ataúd fuera una señera con el escudo de Valencia.

Cuando yo estudiaba bachillerato en el libro de texto de Historia había una errata que nos hizo tomar partido incondicional por los cartagineses. El párrafo en cuestión explicaba como durante la 2ª guerra púnica, el ejército de Aníbal se abalanzó sobre el enemigo y en el combate cuerpo a cuerpo le hizo 2000 pajas, con lo cual nadie se extraña que dejaran K.O. a las aguerridas tropas romanas.

Pero el error tipográfico más famoso se lo debemos al poeta Ramón de Garciasol, que quiso homenajear a su mujer en un verso que debería decir: "Mariuca se duerme y yo me voy de puntillas", pero misteriosamente la "n" de la última palabra desapareció y como consecuencia, mientras la sufrida Mariuca dormía, el poeta se iba de "putillas".

Y a estás alturas ustedes se preguntarán por qué demonios me ha dado hoy por ponerme tan irónica y lírica a la par. Les seré franca, después de la resaca postelectoral, he decidido que durante una temporada me voy a dedicar a la fe de erratas, porque si el encefalograma de la derecha valenciana no mejora, esta sección será pronto la única de los periódicos donde todavía será posible la práctica de la moral al tiempo que la de la sintaxis. Felices Pascuas.

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