Desesperada por 16 euros
La sospechosa de causar la explosión de La Verneda se obsesionó con un mísero aumento del alquiler - Moreno y dos hermanos son las víctimas del estallido
La vida de Ana Moreno Pardillos discurrió envuelta en la desgracia y así ha terminado. Esta mujer de 53 años y más de 100 kilos de peso es, según todos los indicios, una de las tres víctimas mortales de la tremenda explosión que el lunes sacudió el popular barrio de La Verneda, en Barcelona. Ella misma originó el suceso, de acuerdo con la principal línea de investigación que siguen los Mossos d'Esquadra.
No se sabe si Moreno actuó como lo hizo con la firme idea de suicidarse y evitar así un desahucio inminente: los funcionarios judiciales, acompañados de policías, tenían previsto llegar a su casa a las 9.30 de ese mismo día, dos horas después de la explosión. Se desconoce si, por el contrario, trató de vengarse de quienes, en su mente, eran sus mayores enemigos: su hermana y su cuñado, propietarios del piso donde residía como inquilina.
Los investigadores han hallado restos de combustible en el piso siniestrado
La policía aclara que dos cadáveres son de mujer y uno, de hombre
La madre de los dos jóvenes fallecidos se recupera de sus graves quemaduras
Moreno se lanzó a una guerra porque no quería pagar más por el alquiler
Moreno se llevó por delante, supuestamente, la vida de dos personas inocentes: dos de los tres hermanos de una misma familia. Los muertos -un chico y una chica de unos 20 años- desayunaban en la cocina cuando, en el piso contiguo, se sucedieron varias explosiones. La acción de las llamas calcinó sus cuerpos por completo. La madre, María Antonia Heras Morales, sufrió quemaduras en ambas manos. Ayer fue dada de alta del hospital.
El tercero de los hermanos, un varón mayor de edad que había salido de casa para ir a trabajar, ya ha podido ver a su madre, que además es viuda, según confirmaron fuentes del caso. Por eso cobra fuerza la idea de que la tercera víctima sea la propia inquilina sospechosa. En su piso, el primero tercera, los investigadores hallaron restos de un combustible que podría ser gasolina.
Aunque la policía autonómica confirmó ayer que los cadáveres corresponden a los de dos mujeres y un varón, la identificación definitiva pasa necesariamente por las muestras de ADN, que deben cotejarse con algún tejido vivo de la víctima o con el de un familiar, algo que, en el caso de Moreno, no será fácil. Los pocos familiares que tiene o la ignoranban huyeron de su lado. "Llevamos años sin saber nada de ella, pero siempre ha tenido el mismo carácter problemático. Dio muy mala vida a su marido, y por eso él la abandonó", explicó ayer José García, su cuñado. Con su pareja, Moreno tuvo gemelos: la niña murió al nacer; el varón se fue de casa en cuanto pudo y entró a trabajar como vigilante de seguridad.
García y su mujer son los propietarios del piso donde Moreno residía como inquilina desde la transición. Como no pagaba el alquiler, o lo hacía cuando le venía en gana, García la demandó. La sentencia confirmó que la renta debía aumentar de 77 euros a 93, una diferencia de apenas 16 euros en concepto de IBI. "Todo esto se ha originado por un mísero aumento del alquiler", dijo el abogado Ramon Contijoch, que llevó el caso.
Moreno no se lo tomó nada bien y se lanzó a una guerra sin cuartel. Recurrió contra la sentencia judicial y perdió. Acudió a espacios de testimonios y a programas de sucesos de la televisión, pero su situación no mejoró. Incluso recurrió a la magia y a métodos poco ortodoxos. Un día, contaron los vecinos del bloque, roció la escalera con aceite y sal para, en su opinión, "ahuyentar los malos espíritus".
No era la primera vez que la mujer, que desconfiaba de todo el mundo y tenía manía persecutoria, se comportaba de forma extraña y conflictiva. Mientras la comunidad decidía renovar las instalaciones de agua y gas, ella se negó a abrir la puerta y sólo se relacionaba con los vecinos para pedirles que se dejaran leer las manos o para echarles las cartas del Tarot.
Hace 12 años, Moreno fue juzgada por un delito de lesiones, confirmaron fuentes judiciales. Aunque había trabajado en una oficina, estaba en el paro y era usuaria de los servicios sociales del barrio, adonde acudió para pedir alguna ayuda económica. También cobraba por hacer lavativas a domicilio.
Los 16 euros de incremento mensuales que se negaba a pagar acentuaron su desequilibrio mental, atestiguado por vecinos, conocidos y familiares. En su desesperación, envió cartas a diversos medios de comunicación. A última hora buscó el cobijo de su primo Francisco, con quien se puso en contacto a través de la guía telefónica. "¡Yo ni la conocía!", dijo ayer este familiar, que el lunes no podía salir de su asombro al ver las imágenes del bloque calcinado, por obra de su prima, en la Rambla de Prim.
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