La barbarie contra el deporte
Hubo un tiempo en el que el patriotismo deportivo de los españoles, en su versión más grosera, experimentaba secretos pero no menos reales efluvios de satisfacción pensando en los hooligans, que afeaban a las islas Británicas con su bárbara conducta en un partido del otro en pos. Ellos, y no nosotros, eran el bochorno de su país. Pero el británico supo poner remedio a esa incivilidad y hoy todo aquello es historia antigua. La nuestra, en cambio, es muy de hoy, y no parece que nos la tomemos en serio.
El sábado pasado, Armando, portero del Athletic, recibía desde la grada un botellazo en el ojo que ha exigido puntos de sutura, atención médica y jornadas de reposo; el año pasado, el entrenador entonces sevillista Juande Ramos perdió el conocimiento de un botellazo similar, y ambos incidentes se dieron en el estadio del Betis. La justicia ha actuado con encomiable celeridad, pero sin entrar ahora en si la imposición de la sanción va a ser lo bastante rápida o cuantiosa, una multa no puede servirnos de placebo.
El mal sólo es atacable de raíz, y por los propios clubes, que han de prevenir con vigilancia, prohibir con contundencia y afear esas manifestaciones, en tanto que las reacciones conocidas hasta ahora, de la primera a la última, se han limitado a la palinodia maloliente del hecho aislado, o lo de que por unos pocos no se puede juzgar a la mayoría. ¡Faltaría más que no fuera una minoría!
No es sólo en el fútbol donde hay que buscar la barbarie. Los botellazos son sólo la versión descalabrada de los improperios racistas contra el corredor de F-1 inglés Lewis Hamilton, al que recientemente en un circuito catalán se le echó en cara el color de su piel.
El salvajismo es un único e incivil comportamiento, aunque en unos casos agreda sólo con la palabra y en otros haga el pleno, porque el racista oral es carne de cañón para manifestaciones de más elaborado salvajismo.
Yel problema no tiene solución si no nos lo enfrentamos de cara, rehuimos las excusas y creamos un contexto en que nadie ose manchar el nombre del deporte, que es lo mismo que mancharnos a nosotros mismos, a todos.
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