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Reportaje:Caos en los juzgados por la huelga

Una noche para un papel

Colas al raso hasta de 17 horas en el Registro Civil Central

Elena G. Sevillano

Se llaman Marta, Laia, Mohamed y Braulio. Pero ayer no tenían nombre. Eran números. El 1, el 12, el 8 y el 13. Las personas duermen en sus camas, en sus casas. Los números, anteayer, tuvieron que hacerlo en la calle. Sólo eran las once de la noche y a Marta Mejía, dominicana nacionalizada española, ya le dolía todo. "Sufro de artrosis", sonreía con resignación, ovillada bajo varias capas de ropa. Aún le quedaban diez horas por delante. Sentada sobre cartones, sin un baño en metros a la redonda, pero sintiéndose afortunada.

"Llegué pronto y tengo el número uno", asegura con aplomo agitando un sobre marrón garabateado. Es una lista. La lista. A medida que avance la noche, se irá completando hasta llegar al 35. Ni un número más podrá entrar en el Registro Civil Central de la calle de la Montera, en Madrid. Los funcionarios llevan cinco semanas en huelga. Si antes atendían a 150 personas, ahora sólo dejan pasar a 35 números. El Ministerio de Justicia dice que son servicios mínimos pactados con los sindicatos. Éstos, que se los han impuesto. Varias decenas de personas más se unen a la cola. No las atenderán.

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Se impone la autogestión. El primero que llega empieza la lista. Marta, bien pertrechada con sus bolsas -ropa de abrigo, comida, un termo con leche caliente- va apuntando a los siguientes. Mohamed Abdallah, de 45 años, lleva en España dos décadas. Esta noche será el número 8. Llega pronto y con la lección aprendida. Es la cuarta vez que coge el coche desde Mondéjar (Guadalajara) y se planta en Madrid para solicitar las partidas de matrimonio y de nacimiento de su hija. "Entiendo la huelga", dice, conciliador, "porque ellos tienen sus derechos, pero la sufrimos nosotros. Ellos duermen en su casa y nosotros en la calle".

La vigilancia mutua es férrea. El que se hace el listo y se va a dormir, se queda sin número. Mohamed ayuda a Marta a pasar lista. "¡El cuatro!" Nadie contesta. Alguien dice que se ha ido. "Espérense, a lo mejor está haciendo pis", ruega una voz femenina. Tarda demasiado. Lo borran y la numeración salta.

Laia González, catalana de 25 años, es el 12. La noche anterior la ha pasado en un autobús. De Barcelona a Madrid. Ocho horas. Ha pedido tres días libres en el trabajo para venir con su marido cubano a pedir la partida de matrimonio. Sin ella, Reynier, que es abogado, no puede solicitar su NIE, la tarjeta de los extranjeros. Y sin NIE, no puede trabajar. Hace dos semanas le ofrecieron un puesto de pasante. Si les hace esperar más, se lo darán a otro.

A pesar de sus 68 años, Braulio Galisteo, madrileño, también hará noche al raso. El mínimo, para casi todos, son 12 horas. Cuando abre el registro, media hora tarde, por cierto, la paciencia de la víspera se ha agotado. Demasiado tiempo pasando frío y haciendo las necesidades básicas entre contenedores. Para Marta han sido 17 horas. "Esto es humillante", resume el vigilante.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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