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Columna
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Expectativas y decepciones

Las elecciones del 9-M pueden ser analizadas exclusivamente en función de los resultados, pero también por la distancia que las separa de las expectativas partidistas. En la noche del domingo, los socialistas festejaron justificadamente la victoria tras una infernal legislatura dedicada por el PP a tacharles de cómplices o encubridores del 11-M, traidores a las víctimas del terrorismo, aliados encubiertos de ETA y promotores de la ruptura de la unidad de España. Pero la euforia suscitada en el PSOE por la revalidación ligeramente mejorada -cinco escaños y 40.000 votos nuevos- de su inesperado triunfo de 2004 ocultaba a pesar de todo una cierta decepción: no haber conquistado -ni cuando menos rozado- la mayoría absoluta del Congreso.

El realismo de los análisis electorales sustituye a las esperanzas frustradas

Los 169 escaños conseguidos obligarán a los socialistas a negociar con otros grupos el apoyo de los 7 diputados necesarios para que el Congreso vote la investidura presidencial de Zapatero en primera vuelta y las leyes orgánicas. Aunque los socios parlamentarios habituales del Gobierno durante la anterior legislatura podrían ayudarle en teoría a redondear la suma de los 176 escaños (el Bloque Nacionalista Galego repite sus 2 diputados mientras que Izquierda Unida pasa de 5 a 2 congresistas y ERC, de 8 a 3), esa eventualidad no dejaría margen alguno para la disidencia ni para la enfermedad. El respaldo de los demás miembros del Grupo Mixto (2 escaños de Coalición Canaria, 1 de Unión Progreso y Democracia, 1 de Nafarroa Bai) exigiría una negociación caso por caso. Los 6 diputados del PNV resultan insuficientes en solitario. Y aunque los escaños de la antigua minoría catalana ofrecen base sobrada para un acuerdo parlamentario estable en forma de pacto de legislatura o de Gabinete de coalición, la existencia de un Gobierno tripartito en Cataluña integrado por el PSC, ERC e IU y presidido por el socialista Montilla (del que se halla excluido CiU, el partido vencedor en las últimas elecciones autonómicas) daría lugar a un extraño episodio de bigamia política, agravado por el hecho de que los 25 diputados socialistas catalanes duplican sobradamente a los 11 diputados nacionalistas.

La ciega expectativa del PP de un inevitable vuelco electoral en 2008 descansaba sobre el carácter azaroso de la victoria en 2004 de Zapatero ("el presidente accidental") gracias al atentado de Atocha. Esa convicción irrefutable en la fuerza de un destino vengador guió la estrategia de los populares a lo largo de la legislatura. La mentira, la calumnia y la intoxicación fueron los fórceps utilizados por las comadronas de la teoría de la conspiración sobre el 11-M para acelerar la derrota de Zapatero como inevitable parto de la historia. La alianza del PP con una Conferencia Episcopal que ha dejado muy atrás las enseñanzas del Concilio Vaticano II y ha emprendido el camino de regreso al Concilio de Trento pretende destruir el clima de tolerancia de la Transición en materia de creencias y costumbres: el sobreactuado rechazo del principal partido de la oposición al matrimonio homosexual, el divorcio-exprés, la experimentación con células madre, la evaluación de la asignatura de religión, la Educación para la Ciudadanía, los cuidados paliativos a los enfermos terminales y la liberalización del aborto fue un adelanto del programa de Rajoy si llegaba al Gobierno. El asesinato por ETA del ex concejal socialista de Mondragón Isaías Carrasco dejó en evidencia la infamia de las acusaciones de los populares contra Zapatero por su imaginaria entente con la banda.

El balcón de la sede del PP la noche del domingo sirvió de escenario a la desconsolada consternación de los actores que habían apostado todo su capital político al negro en la ruleta. La sonrisa de anuncio dentífrico de Acebes no disimuló la entristecida frustración de Rajoy, perdedor por segunda vez ante un adversario al que desprecia. Pero el desaliento de las expectativas fracasadas terminará por dejar paso al análisis racional de los resultados electorales: tal vez la contrarrevolución apocalíptica ceda su lugar a la política gradualista. Aunque el PP haya ganado los mismos escaños que el PSOE, su avance ha sido mayor en término de sufragios: los 400.000 nuevos votos recibidos no le bastan para igualar, sin embargo, el récord de Aznar de 2000.

¿Aguantará Rajoy las conspiraciones detrás del trono iniciadas para derrocarle? En cualquier caso, parece improbable que el PP consiga en 2012 incrementar -o incluso mantener- los 10.167. 071 millones de votos cosechados el 9-M si decidiera continuar sembrando en los ya agostados terrenos de la derecha la cizaña de la confesionalidad del Estado, los enfrentamientos regionales y los odios ideológicos. Tampoco el PSOE, cuya victoria ha sido deudora otra vez del voto útil de la izquierda, podrá seguir confiando únicamente en una mayor participación electoral, que el 9-M también benefició al PP en sus plazas fuertes. Dentro de cuatro años, los terrenos del centro serán probablemente el principal escenario de la pugna electoral entre socialistas y populares.

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