El centro en las elecciones del 9-M
La estrategia de la crispación ha alejado a ciudadanos moderados del PSOE, pero le ha ganado refuerzos entre la izquierda. Zapatero deberá librar mejor la batalla de las ideas y la comunicación
A finales de febrero de este año, el principal responsable de comunicación del PP, Gabriel Elorriaga, confesaba en el periódico británico Financial Times que, si su partido lograba sembrar dudas entre votantes socialistas indecisos sobre "la economía, la inmigración y los temas nacionalistas", quizás éstos no acudieran a votar el 9-M.
La participación el 9-M, del 75,3%, apenas tres décimas más baja que en 2004, indica que la estrategia desplegada por el PP, consistente en "sembrar dudas para buscar la abstención", ha fracasado: el PP se ha estrellado en su intento de desalojar por todos los medios al PSOE del Gobierno.
Ahora bien, un diagnóstico que diera por fracasada sin más la estrategia de la crispación sería demasiado simplista. Si se examinan con detalle los resultados de las elecciones de 2008, se puede llegar a conclusiones algo más complejas y del mayor interés sobre el futuro político de España.
El discurso españolista del PP funciona en comunidades con problemas con Cataluña
Son muchos más los lugares en los que Zapatero ha sido visto como garante de España
Uno de los rasgos destacables de las elecciones del 9-M es la concentración de votos y escaños a favor del PSOE y del PP. Si el agrupamiento en torno a los dos grandes se había ido acentuando a lo largo de los más de 30 años de democracia, en esta ocasión ha alcanzado su récord histórico: los socialistas y los populares casi suman el 84% de los votos, frente al 80% en 2004, y cosechan el 92% de los escaños en el Congreso, frente al 89% de la anterior legislatura.
Si el PSOE y el PP suman más es porque ambos crecen. El partido ganador en estas elecciones, el PSOE, avanza con respecto a 2004 tanto en porcentaje de votos (un punto) como en representación parlamentaria (cinco diputados). El PP, que reduce su distancia con respecto al PSOE de 4,9 a 3,5, mejora también sus resultados, incrementando su voto en 2,4 puntos porcentuales, y, al igual que el PSOE, gana cinco escaños. No obstante, desde una perspectiva histórica más amplia, el PSOE gana 44 escaños desde 2000, mientras que el PP pierde 30 diputados. Los datos indican que el ciclo político sigue en fase expansiva para el PSOE y en fase descendente para el PP.
Los resultados electorales parecen indicar que el crecimiento del PSOE ha sido posible gracias al descalabro de dos fuerzas políticas minoritarias, IU y ERC, así como al descenso del PNV. El avance del PP coincide con el retroceso del PSOE en Andalucía, Castilla-La Mancha, Madrid, Murcia y Valencia. Llama la atención que en todas estas autonomías, menos en la andaluza, haya participado alrededor de un 80% de españoles, con porcentajes siempre más altos que en 2004. En esos lugares parece romperse la tendencia de que la mayor participación beneficia siempre a la izquierda.
¿Qué relación tienen estos datos con la estrategia de la crispación? Dicha estrategia, anticipada por la Fundación Alternativas en su Informe sobre la democracia española de 2007, ha perseguido como objetivo fundamental la abstención de una parte del electorado socialista, menos disciplinado que el del PP. En España, donde hay más ciudadanos de izquierda que de derecha, la abstención de una parte de los ciudadanos más próximos al PSOE es requisito imprescindible para la victoria de los populares. La insistencia machacona en cuestiones en las que el PP se sabe con ventaja, como la política territorial y la política antiterrorista, sobre las que el PP ha llevado a cabo una oposición que ha ido más allá de lo democráticamente razonable, tenía como objetivo lograr que una parte de los votantes socialistas de 2004 centrase su atención en estos asuntos, y no en los avances en política social o en infraestructuras, a la hora de decidir si revalidaban o no su apoyo al PSOE.
A la espera de los estudios poselectorales, que permitirán corroborar o no lo que aquí se plantea como hipótesis, todo apunta a que el avance del PSOE se nutre sobre todo de la izquierda y del nacionalismo, pero no del centro político. Al margen de los movimientos que se hayan podido producir en este último mes, si se analiza la evolución de la intención de voto en las encuestas del CIS a lo largo de la anterior legislatura se observa que el PSOE, pese a mantenerse como partido ganador en el centro a lo largo de los cuatro años, pierde 13 puntos porcentuales en este periodo, mientras que el PP únicamente pierde dos (ambos sobre censo).
Éste es el auténtico éxito de la estrategia de la crispación: haber logrado ahuyentar del PSOE a una parte de los ciudadanos moderados. Los socialistas, pese a ganar en el centro político, no han logrado recuperar la fuga de votos que se produjo a raíz sobre todo del debate territorial. El PP ha sabido aprovechar las divisiones dentro del electorado socialista entre una izquierda con buena predisposición a aceptar las reformas estatutarias y un centro que no llegó a comprenderlas ni a verlas con buenos ojos. Con todo, esta estrategia ha tenido un alcance territorial limitado: su éxito se circunscribe a aquellos territorios en los que el PSOE tiene menos arraigo. Las encuestas poselectorales serán decisivas también para determinar la procedencia de los 400.000 nuevos votantes del PP.
La evolución de la intención de voto a este partido pone de manifiesto que los populares han podido recabar apoyos adicionales en la extrema derecha. Ahora bien, a la ampliación del electorado del PP también han debido contribuir los ciudadanos de centro-derecha. No está claro en qué medida la porción del centro perdida por el PSOE ha podido irse al PP o simplemente a la UPyD, aunque la encuesta preelectoral del CIS indicaba que hasta un 10% del censo electoral podía estar dudando entre el PSOE y el PP. Con todo, los resultados de las elecciones muestran que el ligero avance del PP se concentra en pocos territorios que comparten, y no parece ser casual, ciertos sentimientos de recelo con respecto a Cataluña. Cabe concluir, de esta manera, que el discurso españolista del PP habría terminado calando.
Lo que le ha faltado al PSOE para conseguir la mayoría absoluta es haber recuperado el espacio perdido en estos cuatro años en las posiciones de centro. Los avances en la izquierda y entre los ciudadanos nacionalistas no bastan para forjar una mayoría social suficiente que permita gobernar de forma autónoma. Hay que recordar que el PP es ahora mucho más fuerte que en los ochenta. Con un menor porcentaje de voto, el PSOE ganó por mayoría absoluta en 1986. Si el principal éxito de la estrategia de crispación del PP ha sido dañar al PSOE en el centro, su principal fracaso es haber contribuido a la movilización a favor de los socialistas de los ciudadanos más próximos a IU y a los nacionalistas de izquierda, que, en todo caso, tendían a valorar positivamente tanto al presidente Zapatero como a su Gobierno. La estrategia de la crispación, por tanto, también activa apoyos a favor del contrario.
El rechazo del PP en las comunidades con partidos nacionalistas poderosos es preocupante: un partido con vocación de gobernar España debe ser capaz de articular un proyecto que represente a todos. En este sentido, uno de los logros del PSOE es haber ganado votos en 13 de las 19 ciudades y comunidades autónomas. Son muchos más los lugares en los que los ciudadanos han visto a Zapatero como garante de España que como amenaza.
El principal reto para el futuro es impedir que los discursos catastrofistas del PP, que tanto daño han hecho entre los ciudadanos moderados de algunos, aunque pocos, territorios de España, se extiendan a otros ámbitos. Si la cuestión territorial ha protagonizado la legislatura terminada, la inmigración y la economía, muy presentes ya en la campaña, son candidatas a protagonizar los meses venideros. Es en el debate de las ideas en el que deberían centrarse gran parte de los esfuerzos de la izquierda.
Algunos votantes moderados se han sentido desconcertados ante iniciativas del Gobierno que no entendían ni en su planteamiento ni en su finalidad. El PP ha sabido aprovechar ese desconcierto haciendo demagogia. No se trata solamente de mejorar en las técnicas de comunicación política. También hace falta ofrecer mejores argumentos y explicaciones para que la ciudadanía pueda juzgar con conocimiento de causa qué políticas son más adecuadas para enfrentarse a los problemas que surgirán durante esta nueva legislatura.
Belén Barreiro es politóloga.
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