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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sublime ascensión

Al cinéfilo militante le gustaría pensar en los circuitos de exhibición como aquel territorio donde se satisfacen sus inquietudes inmediatas y se descifran sus deseos. A veces ocurre: en la onda expansiva de la fascinación y la discusión que genera a partes iguales Luz silenciosa, se recupera -y se descubre-, tardía pero oportunamente, la pieza que nos faltaba del puzzle Reygadas, su poderosa, enigmática y a ratos agresiva ópera prima Japón. Obra de un cineasta que nació con mirada propia y vocación radical, Japón permite corroborar lo que para muchos ya es certeza: que el mexicano es uno de los contadísimos autores que, en el paisaje del cine contemporáneo, conquista inéditos territorios de expresión. En suma, un gigante que formula un discurso sumamente exigente con el espectador, al que no le quedan más alternativas que rendirse a su hechizo o enfrentarse a sus muy excluyentes reglas del juego.

JAPÓN

Dirección: Carlos Reygadas.

Intérpretes: Alejandro Ferretis, Magdalena Flores, Yolanda Villa, Martín Serrano.

Género: cine de autor. México-Alemania-Holanda-España, 2002.

Duración: 130 minutos

En Japón, un pintor sin nombre viaja a la zona rural de sus vacaciones de infancia para terminar con su vida. Allí, la relación con la anciana que le hospeda transformará el sentido del viaje. Reygadas se diría heredero de ese estilo trascendental que en su día teorizó Paul Schrader: en su obra, la espiritualidad se expresa a través del cuerpo y la materia (siempre triste, a menudo cruel). Su caligrafía visual es la de un auténtico virtuoso, enemigo de fórmulas y soluciones probadas: rodada con una eficaz técnica posibilista que crea un efecto cinemascope sobre celuloide de 16 milímetros, Japón articula su relato a través de planos secuencia en estado de trance que parecen coreografiar el azar.

Afirma Reygadas que uno de los fundamentos de su poética es el llamado efecto Kuleshov: es decir, la construcción de sentido a través de la yuxtaposición de imágenes ajenas a ese sentido. En otras palabras: en el montaje (de amplios fragmentos de tiempo y vida) está el mensaje. Sus actores (no profesionales) no tienen acceso al guión ni al sentido de sus acciones, más allá de su movimiento físico en el plano. No obstante, lo que su cine tiene de construcción deja un margen a lo imprevisible: en una de las escenas finales de Japón, uno de los actores alude, espontáneamente, al hecho de que se está rodando una película. El rigor que se autoimpone el artista excluye toda posibilidad de repetir la toma. Incluso quien odie esta película, no podrá olvidarla jamás.

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