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Jugando con agua

Joan Subirats

Un titular de un periódico del pasado sábado nos anunciaba, en plena fase final de la campaña electoral, el nuevo estallido de un conflicto ya conocido: la guerra del agua. Con ello se pretendía llamar la atención sobre la complicada situación que la persistente sequía está generando en los equilibrios territoriales que aparentemente enfrentan a los principales proveedores y a los principales consumidores de agua en Cataluña. La liebre saltaba precisamente cuando Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy recuperaban una de las cuestiones estrella en la pasada legislatura, la política de trasvases y el fenecido Plan Hidrológico Nacional (PHN). Del PNH hemos pasado al programa Actuaciones para la Gestión y la Utilización del Agua (Programa AGUA) y su opción de modificar la gestión del recurso en España, incorporando los tres valores básicos del recurso: económico, social y ambiental, buscando mecanismos más eficientes de ahorro y apuntando a la desalación como principal nueva fuente de obtención del recurso, siguiendo la estela marcada por Lanzarote hace ya más de 40 años.

Ni los gobiernos anteriores ni el actual han hecho las cosas tan bien como podían hacerlas en el asunto del agua

En Cataluña, la actual sequía, ha dejado nuestras reservas de agua en niveles muy bajos. En estos momentos los embalses de las cuencas internas de Cataluña están al 21% de su capacidad, mientras que los del Segre-Nogueres están al 24%. No se recuerda una situación igual a ésta desde 1953 (que ocasionó cortes de suministro en la ciudad de Barcelona), y evidentemente las necesidades de agua de entonces comparadas con las de ahora no admiten parangón. Lo grave es que nada hace suponer que estemos en un momento único o excepcional. Más bien, los datos que tenemos es que el impacto del cambio climático va a dejarse sentir de manera continuada en los próximos años. No me parece anecdótico que importantes compañías vitivinícolas del Penedès estén tomando posiciones en el Pallars Jussà. En esta situación, y a las puertas del inicio de la temporada de primavera-verano, con lo que supone de mayor demanda de agua, no me extraña que los nervios en la Agencia Catalana del Agua estén a flor de piel. Lo más grave es que el asunto, quizá por las apreturas de la campaña actualmente en curso, no se haya convertido en un tema prioritario de gobierno, con declaraciones contundentes del presidente Montilla, rodeado de los consejeros de Agricultura, Industria y Medio Ambiente, y con la colaboración de los agentes sociales. ¿Quién tiene la culpa de lo que pasa? ¿Estamos así por no haber hecho el famoso y caro trasvase del Ródano sobre el que insisten los desarrollistas de siempre, quizá porque asumieron compromisos que ahora no pueden cumplir? ¿O a lo mejor es que la misma lógica cortoplacista de siempre nos ha ido transportando a caballo del famoso qui dia passa, any empeny?

Las manifestaciones de Girona del pasado domingo y las declaraciones de los regantes del Ebro nos muestran lo peligroso que es jugar con criterios territorialistas estrictos, cuando de hecho todos estamos en el mismo berenjenal. Si cada uno trata de salvar lo suyo, sin transigir, al final lo que ocurrirá es que no tendremos agua en mayo y empezaremos a saber lo que significa cortar el suministro de agua en las zonas más pobladas del país. La cuestión del agua tiene el problema de que concita todo tipo de pasiones, desde las históricas hasta las identitarias, pasando por las puramente mercantiles. Es difícil distinguir quién habla del agua con racionalidad y sentido común, del que lo hace simplemente para conseguir que le sigan pagando el agua que alguien canalizó, o aquel que pretende contraponer forraje y frutales con agua para beber. Nadie quiere asumir los costos de nada. Y quizá una parte de razón tienen, ya que lo que han aprendido es que quien no llora no mama, y que si no te quejas cuando puedes y debes, luego ya es tarde, y nadie se acuerda de ti.

Cataluña se nos está descomponiendo en pedazos con agua y pedazos sin agua. Y la obligación del Gobierno es tratar de equilibrar esa situación, salvaguardando el agua-vida en relación con el agua-negocio. No podemos permitir que cada trozo del país se dedique a lo suyo, compartimentando recursos y bloqueando transferencias, de la misma manera que no se puede tolerar que, como antaño, Barcelona y su área metropolitana impongan su ley y ponga al resto del país de rodillas siempre que lo necesiten. Pero las prioridades están claras si hablamos de agua para beber, agua para vivir. La ACA nos dice que el año 2009 el asunto empezará a solventarse con la inauguración de la desaladora del Llobregat, entre otras actuaciones, y entonces empezaremos a no depender del tiempo. El problema es que 2009 no es mañana, y que deberíamos afrontar con valentía y capacidad pedagógica el notable grado de ataque que recibe la desalación desde el punto de vista de costes energéticos y tratamiento de residuos. Necesitamos que el Gobierno asuma su papel y comparta con la ACA el problema, incorporando la carga estratégica que tiene el asunto, y explicando detalladamente las opciones que tenemos. Conviene destacar que la gente de ponent está demostrando una seriedad y un sentido de país encomiable, como muestra la declaración Compromís per Lleida (continuación y ampliación del Manifest de Vallbona), en el que se abordan con sentido de responsabilidad temas tan polémicos como el canal Segarra-Garrigues (sin descartar, como decía la gente del Canal d'Urgell, la posibilidad del trasvase de las cuencas internas del Segre-Noguera al sistema Llobregat-Ter), mientras que se pide que se refuercen adecuadamente las potencialidades y especificidades de las "Terres de Lleida".

Necesitamos un gobierno que tenga un proyecto estratégico de pais, un proyecto que sea sostenible económica, social y medioambientalmente. Y no hay nada tan emblemático por ahora como el tema del agua. No vamos bien. No tenemos agua, y la poca que tenemos la queremos cada uno para lo suyo. Seguramente ni los gobiernos anteriores ni el actual han hecho las cosas lo bien que las podían hacer. Ahora, la opción tomada y ya en marcha es la del ahorro en el consumo, la modernización del sistema, la reutilización, la recuperación de acuíferos y la desalación. Y por esa vía en tres años la cosa estará aparentemente resuelta. Si cada uno tira por su lado, y desde el gobierno no se adopta una postura clara y definitiva, en pocas semanas, si el tiempo no lo remedia, la cosa será patética y entonces todo serán lamentaciones. Las sensibilidades están a flor de piel. Y es ahora cuando más necesitamos a la política, entendida como la capacidad de afrontar conflictos y buscar compromisos que permitan seguir conviviendo, asumiendo costes y distribuyendo beneficios. Con el agua es mejor no jugar, y menos ahora.

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