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ELECCIONES 2008 | Campaña electoral
Columna
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Galicia y España

Ahora que nos acercamos a unas elecciones generales conviene pensar los términos de esta relación: Galicia y España. En particular, conviene salir de esa arquitectura mental que tiende, por ejemplo, a advertir que la población de Galicia era en 1857 el 11,49 de la población del Estado y hoy sólo el 6,19, o a constatar que nuestro PIB per cápita es el 82,8% del español. La comparativa es interesante pero esconde una mentalidad inercial que es incapaz de formular un proyecto propio y que todo lo fía a que el Estado central y el ciclo económico nos ayuden. Galicia ha tenido, y tiene, de sí misma una imagen gallinácea, de vuelo corto, en la que se daba por sentado que no había nada que hacer. Pero no podemos seguir así eternamente.

Además de disfrutar del autogobierno, alguien habría podido tener, en estos años, alguna idea

Lo cierto es que el destino de Galicia no sólo está sellado por oscuras conspiraciones en La Moncloa o Bruselas. En Galicia apenas si se han escuchado voces críticas con el modo en que se han gastado los ingentes recursos europeos que han regado el país en las últimas décadas. Con ellos se han sufragado algunas infraestructuras importantes, pero también se han inaugurado muchos monumentos a la estulticia, que han sido recibidos con grandes alabanzas y una sonrisa de satisfacción generalizada.

Es cierto, no hay ni que decirlo, que el enorme cambio que ha vivido Galicia en los últimos 30 años ha tenido que ver con el Estado. Concretamente con el modo en que el Estado pagaba pensiones a una población envejecida que dejaba sin sustitución sus pequeñas explotaciones rurales. Han sido los presupuestos del Estado los que han evitado que Galicia fuese una hoguera. Sin ese factor, el 60% de la población ocupado en el sector primario no habría pasado a ser un 60% ocupado en el sector servicios. La Gran Transformación ha tenido ese trasfondo.

La extensión de la sanidad y de la educación pública, así como las otras esferas de la Administración, han sido gestionadas por los que han ocupado la Xunta. El poder autónomo ha afianzado su prestigio porque ha manejado cifras importantes. Que Galicia tuviese un gobierno, y un dinero considerable: eso ha sido una revelación para gentes a las que no se les habría ocurrido ni en pintura. Algún que otro miembro, en su juventud, de Fuerza Nueva, por no hablar de un conocido conselleiro de querencias golpistas, han disfrutado de asiento de parlamentario autonómico. Es de suponer que su fe en el país ha aumentado de manera proporcional a sus sueldos.

Podría pensarse, sin embargo, que además de disfrutar de la democracia y el autogobierno -y concretamente de la posibilidad que dan de redistribuir recursos- alguien habría podido tener, en estos años, alguna idea. Que yo sepa no la ha habido. Quizás en algún lugar, pero no he conseguido enterarme. En Galicia se han hecho muchas carreteras, hospitales e institutos pero nadie se ha esforzado por definir lo que podría ser un modelo de país. Lo que se ha hecho, bien o mal, ha sido, en general, como reflejo de las transformaciones de la España moderna. Nos ha parecido mejor echar balones fuera que pedir cuentas a nuestros gobernantes.

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Los fondos europeos, el papel redistribuidor del Estado español, la eficiencia de la Administración autonómica han sido aportes positivos, sin duda, pero no bastan. Más allá de la gestión diaria, o del agregado de medidas más o menos convenientes y positivas sería bueno que el Gobierno bipartito explicitase ese modelo. Todos lo agradeceríamos. Una perspectiva de conjunto más clara le permitiría a la opinión pública leer las diferencias con el pasado, que existen, pero no conforman una imagen sostenida.

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