Presidente en campaña
Retrato del candidato socialista. EL PAÍS lo acompaña en sus sextas elecciones
Faltan cinco minutos, tres minutos para que esté aquí, avisan, y se pone en guardia la cámara de televisión, a las diez de la mañana, en la Casa Rosa, sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía, y la pareja policial tiene listo el saludo. Aquí llegan, el coche negro, los escoltas, el presidente, Manuel Chaves, que cruza el portal mirando al suelo y abrochándose la americana de pana marrón oscurísimo, sin corbata, como si se dirigiera al escenario de un mitin. Estrecha manos. Desaparece tras la puerta transparente que protege con visillos blancos la antesala de su despacho. Es sábado, 23 de febrero. Antes de entregarse a la jornada electoral, el presidente preparará con su equipo el Consejo de Gobierno del martes.
"Todo lo he aprendido de la UGT'. Y no le falta convicción"
"Obedece al médico, que lo tienta a alargar la velada, a tomar una copa"
"Sabe enfriar el contacto, no ver a quien lo halaga blandiendo carnés"
"Si esto fuera una boda, estos 50 metros durarían una hora"
Es el momento de pasar al despacho, donde hay dos espejos envejecidos en los que es difícil verse, y tres cuadros de Javier de Winthuyssen: la mezquita cordobesa convertida en una ensoñación de columnas y colores tenues y terrosos, un paisaje y un jardín. Dos puertas-balcón dan a los jardines de la Casa Rosa. Ahora es complicado ir al gimnasio, comenta el presidente. El único deporte que podría hacer estos días es salir al jardín a echarles pan a las torcaces, bromea, y extiende la mano vacía de pan. El viernes fue largo, hasta las doce de la noche, por Cádiz. Hoy podría haber ido al gimnasio, pero se le han pegado las sábanas. Y a veces es una felicidad que se nos peguen las sábanas. "Lo he tenido en ese sofá", dice, y habla de Manuel Pizarro, el nuevo genio económico del PP. Puede hablar de él porque lo ha conocido, y lo encuentra "inconsistente, un hombre sin poso". A petición de la televisión, lee disciplinadamente el periódico en su mesa. "Kosovo", dice. "Nos están metiendo en un buen lío".
Frente a la Gasolinera La Raza esperan los dos autobuses electorales, para el candidato y para los periodistas, Mercedes flamantes recién estrenados, blancos, con fotos de Chaves en compañía de jóvenes en bata blanca y niños contentos. El paisaje es bueno para el principio de una película de carretera: un descampado, nubes, grúas sobre los hangares del puerto sevillano, las banderas de Repsol como restos de una celebración electoral pasada y vieja, con el gastado cartelón de las tarjetas de crédito y los precios del combustible. Llega el coche del presidente. Viene con su secretaria, Priscila de Domingo, y su amigo Juan Manuel Pérez Sánchez, médico. Subimos al autobús. El médico se preocupa por la temperatura. ¿Cuánto hace en el exterior? 16 grados. ¿22 grados será suficiente en el autobús? Hay que cuidar la garganta, el frío.
El presidente se ensimisma en los folios manuscritos para su intervención en el Homenaje al Afiliado que la UGT del Metal y la Construcción ha montado a 16 kilómetros de Sevilla. Subraya con amarillo fosforescente, añade observaciones con tinta azul. Lo llaman al teléfono móvil, en el hueco para el vaso. "Sí", contesta. Fue muy cansado el viernes, y el mitin empezó con una hora de retraso. No, ahora no puede ser. No, de verdad. Ya se verá más adelante. Cuelga. Vuelve a los papeles. Bosteza. Se pone las gafas. Mira por la ventana, brazos cruzados, piernas cruzadas. Le trae unas fotocopias Priscila de Domingo, su secretaria desde los años de Madrid. No oigo sus palabras silenciosas.
Estamos en Bollullos de la Mitación, villa de 7.000 habitantes transformada en zona residencial sevillana, en una especie de club de campo o cortijo regio, un centro de congresos y celebraciones, donde la UGT impondrá insignias de oro a sus veteranos, y Alfredo Pérez Rubalcaba y Manuel Chaves se dirigirán al público. Las autoridades sindicales nacionales y regionales abrazan al presidente al pie del autobús, todos sin corbata, menos uno. "Tened cuidado con el árbol", avisa Chaves. Ahora llega el ministro del Interior. Y ya van todos al salón de las bodas multitudinarias, entre un clamor de mesas de diez comensales, todo listo para el banquete sindical. El espacio es amplio como un campo de fútbol, flanqueado por altísimos simulacros de columnas grecorromanas en falso mármol verde, y dominado por un panel de fotos en blanco y negro, los veteranos del Metal. Suena el himno de Andalucía, un karaoke de dos pantallas con la letra de la canción sobre una bandera ondeante. Chaves canta en la mesa presidencial, exclusiva para hombres, diez hombres.
"Un día juntos, un día agradable, con el corazón en la mano", dice en su discurso el secretario general andaluz, Manuel Pastrana, el único encorbatado. "El espectáculo desde aquí es impresionante", dice el ministro Rubalcaba, chaqueta negra y vaqueros, y explica el concepto de sociedad líquida. Chaves es tan vehemente como los aplausos que recibe. "Todo lo he aprendido en la UGT", proclama, y no le falta convicción ni emoción. Es la primera vez que el cronista lo ve hablar en público. Mueve simétricamente las manos abiertas, acentúa las frases levantándose sobre las puntas de los pies. "¿Llevamos mucho en el gobierno? Exactamente lo mismo que el PP en la oposición. La gente no tiene en cuenta los años, sino los hechos", dice. Besa a la presentadora, vuelve a su sitio, bebe agua, mastica caramelos para la garganta, se pone las gafas, se ensimisma con las manos cruzadas y los codos en la mesa, hace una casa uniendo los dedos de las manos, mientras hablan el secretario general Cándido Méndez, y Lito, el líder del Metal. Acaban los discursos, y la mesa sigue como al principio, a la espera de bebida y comida, y se levantan los líderes, siguen al presidente hacia la puerta, y el presidente acelera, se pierde, produce una convulsión en la comitiva, todos hacia los baños.
Y otra vez habla silenciosamente con su secretaria en el autobús. Algo parece no haberle gustado. Toma más caramelos para la garganta. La periodista Fátima Ruiz le pregunta al presidente si se conservan imágenes de sus primeras campañas. "Debe de haber", dice Chaves, que recuerda perfectamente su primera entrevista para la televisión, cuando las elecciones de 1977 para el Congreso. "Es como si lo viera ahora mismo", dice, "en los chalés de La Palmera, en Sevilla". Era verano, iba vestido con una cazadora. "Tiene que estar en casa, las personas de cierta edad lo guardamos todo". Comenta con gusto el libro que hay sobre la mesa, Los Vulcano. El gabinete de guerra de Bush, de James Mann, la historia del ascenso al poder de un equipo de políticos formados al servicio de Nixon, Ford y Reagan, y contrarios a las políticas de distensión de un moderado Henry Kissinger. Los protagonistas se llaman Rumsfeld, Cheney, Wolfowitz, Armitage, Powell, Rice. Los neoconservadores vienen de los años setenta. Juan Manuel Pérez Sánchez, el amigo médico, confiesa no entender la aventura sangrienta de Irak: son incomprensibles la crueldad y la matanza. Bebemos refrescos. El presidente toma caramelos para la garganta, patatas fritas y aceitunas rellenas. Tiende el plato. La campaña electoral es una especie de vacaciones, dice.
Está bien el autobús, pero el mejor autobús que ha visto el presidente es uno que usó José Bono, de dos pisos. Iban arriba los periodistas, y abajo Bono, y sólo se podía pasar de abajo arriba. Bono, que suda bastante, incluso llevaba un dispositivo en el atril, que, obediente a un botón, lanzaba aire fresco, recuerda el presidente, a propósito de su compañero. "La campaña me coge físicamente preparado", dice Chaves. Se cuida, hace deporte. Obedece al médico, que es mala compañía, porque lo tienta a alargar la velada, a charlar, a tomar una copa, un dedo de whisky, alguna vez, la única bebida dura que le gusta. El día de ayer fue excesivo, se queja el médico, el presidente hizo esfuerzos inútiles con la garganta. ¿Por qué hablar hora y media para una emisora, monólogo de noventa minutos que nadie podría aguantar, y con una luz horrible, de luminoso de hotel, propaganda, que producía brillos y reflejos criminales? Hay risas. ¿Es que el doctor cuida, además de la salud, la imagen del presidente? Estamos ya en Huelva, a las tres de la tarde, en la alameda Sundheim, frente al Museo Provincial, y llueve. Las pancartas electorales del PP cuelgan de las farolas.
En el puerto de Huelva esperan las fuerzas de la cultura capitaneadas por Mónica Randall, en Bollullos se reúne el pueblo en la Cooperativa Vinícola. El presidente habla en Huelva de pluralidad y diversidad y protección al flamenco y sus artistas, más un bono de 60 euros para que la juventud se lo gaste en cultura. Los altavoces amplifican el aplauso, y el presidente se pone las gafas, se deja absorber por la fiesta de garaje y los saludos sucesivos, con un litro y medio de agua en la mano, y los grafiteros pintan con aerosol, y niños rumberos cantan fandangos con percusión. El disc-jockey mueve los platos para la entrada de los raperos. Es una gran reunión familiar, de sábado por la tarde. Chaves tensa los músculos de la cara, aprieta los dientes. Se quita las gafas. Se deja fotografiar con móvil y cámara digital. Un niño le acaricia el pelo mientras les sacan la foto. Tiene el presidente habilidad para desprenderse de quienes lo adoran, ir de unos a otros, ser un espectador del rap y sonreír a veteranos del partido. Sabe defenderse cariñosamente, enfriar el contacto, no ver a quien lo halaga pidiendo reconocimiento y blandiendo viejos carnés del partido. ¿Te acuerdas de mí?
Subo al autobús de los periodistas para ir a Bollullos Par del Condado, y nos perdemos entre bodegones y cocederos de mariscos, y alguien se baja y pregunta, y los dos ucranianos con los que se encuentra no lo entienden. "Esto es más estrecho que la ley", dice el conductor, a la salida de la calle de San Ginés. Aquí estamos: sillas de plástico y al fondo barra con grifo de cerveza, sobre albero y entre barricas. En Bollullos el presidente cambia el ritmo del discurso. Marca con las manos el compás de palabras y frases, flexiona las rodillas, se alza sobre las puntas de los pies, se le ahonda el pliegue entre los ojos claros, como si lo irritara la falta de respeto al trabajo bien hecho. Recuerda una conversación con Rodríguez Zapatero: "José Luis, tenemos que conseguir que mujer y hombre sean iguales". Ole, grita una señora. Manuel Chaves se va al son de una rumba electoral montada sobre cinco notas del himno de Andalucía, estrecha manos, éste es su oficio, y los ancianos le acarician el cogote, las mujeres lo besan. Si esto fuera una boda, estos cincuenta metros durarían una hora. El escolta dice: "Lo hemos sacado en tres minutos". Y ya son más de las diez.
EL PAÍS ofreció al candidato del PP, Javier Arenas, la realización de un reportaje similar, pero no respondió.
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