"No había ninguna medida de seguridad"
Israel Espinosa se recupera de sus heridas tras caer desde un cuarto piso de una obra
"¿Por qué te llevas mis cubos?". Esta frase, enunciada en tono de broma, es el último recuerdo que guarda Israel Espinosa de su compañero en el andamio. Segundos después, el trabajador se precipitó al vacío desde un cuarto piso y falleció en el acto. Espinosa cayó igualmente al intentar retenerlo. Tuvo más suerte: acabó con una mano, una pierna y la mandíbula rotas, pero aún puede contarlo.
Transcurridos dos meses desde el accidente, a este peruano de 27 años ya no le consuela la idea de haber sobrevivido. Su obsesión consiste en "quedar bien para poder trabajar". El anhelo no es gratuito: Espinosa tiene seis hermanas y una madre muy enferma en Perú que dependen de sus ingresos. Desde que está de baja, su sueldo de 900 euros se le ha quedado en 720, de los cuales 180 van a pagar un préstamo y 350, a la habitación que ocupa en un piso de alquiler. "Estoy sufriendo hasta para comer", admite con timidez, como si se sintiera responsable.
Su novia lo mantiene alejado de la pobreza y del desánimo. También los responsables de UGT, que han denunciado su caso y confían en ganarlo. "Estamos esperando el informe de la inspección de trabajo. Mientras, le he pedido al empresario que le pague algo [después de dos meses es la mutua la que se hace cargo del sueldo], pero aún no ha contestado", explica Domingo Martínez, secretario de salud laboral de construcción y metal del sindicato en Madrid.
La clave de este caso reside en demostrar lo que según el testimonio del accidentado parece un incumplimiento flagrante: "No había ninguna medida de seguridad". Éste es un elemento demasiado común en el millón de accidentes con baja que se producen al año en España. La situación que describe Espinosa es temeraria: llevaba tres meses trabajando en la empresa con un contrato temporal. "Y no había recibido nada de formación", asegura, pese a que la ley obliga a impartir cursos.
Los acuerdos firmados entre el Gobierno, los empresarios y los sindicatos y, sobre todo, la ley que entró en vigor el año pasado para limitar la cadena de subcontratas en la construcción pretenden desterrar este tipo de casos. De momento, Israel escruta cada mañana desde el taxi que lo lleva a rehabilitación las obras que encuentra a su paso: "Están llenas de mallas. Si las hubiera habido en mi caso no me hubiera roto nada", lamenta.
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