Sólo faltó Bruce
Cuentan los miembros de Marah que un día tocaron borrachos con Springsteen. Bruce, que estaba (sobrio) viendo el concierto de su grupo preferido (¡sí!) en una pequeña sala de Nueva Jersey, les pidió permiso para subir al escenario. Ya lo había hecho antes, pero esta vez los hermanos Bielanko (Dave y Serge), jefes de Marah, se habían bebido el catering de los camerinos. Aunque se temía lo peor, la cosa se desarrolló más o menos con normalidad: tambaleos y mucho colegueo. Al terminar el concierto, la gente de Bruce (un ejército de managers, jefes de prensa, etcétera) recriminó a Marah por su embriaguez. "Bruce no se enfadó. Se enfadaron sus representantes. Hay gente que se toma demasiado en serio el rock and roll", dijo Dave. Los Bielanko no comparecieron ebrios en su concierto madrileño del miércoles, asunto que preocupaba a una aficionada que hacía cola para entrar en la sala: "Dicen que desde que ha dejado de beber sus directos no son tan divertidos". Dave lleva más de un año sin probar el alcohol, pero sus espectáculos no han perdido un gramo de ebullición rockera. Entendámonos: Marah se aplica a la testosterona de las guitarras sin apelar a los fuegos artificiales. Sus canciones son sudorosas, pero no se les escapa una nota mal tocada. La sala Joy Eslava quedó sumergida en un tsunami del rock del que la gente salió casi dos horas después con la sonrisa en la cara.
Marah
Dave Bielanko (voz y guitarra), Serge Bielanko (voz y guitarra), Johnny Pisano (bajo), Joe Gorelick (batería) y Christine Smith (teclados). Sala Joy Eslava. 800 personas (casi lleno). 18 euros. Madrid, miércoles 27 de febrero.
Escondido en su ya clásico gorro de lana con una chapa en la frente de una calavera, Dave exhibió un y anunció: "Esto es una fiesta". Da un poco igual que la banda se arme con guitarras acústicas, con armónicas u otros instrumentos no eléctricos. Incluso sólo con unas maracas, como demostraron, son capaces de crear rock and roll intenso. Marah encara su música como un deporte de contacto: se arrodillan, botan, cantan con la vena del cuello hinchada, bajan a tocar a la altura del público... Alguno de los asistentes (la mayoría treintañeros curtidos) se relamía con la siguiente hipótesis: que algún día Bruce diese vacaciones a la E Street Band y se fuese de gira con estos tipos.
Justo después del acorde final, el grupo cruzó toda la sala hasta casi alcanzar la puerta donde montó un tenderete para firmar discos a todo el que pagase 15 euros. Y fueron muchos. Si llega a estar Springsteen se lleva uno.
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