Un pueblo borrado en la Guerra Civil
El Membrillo Bajo fue destruido como represalia por un litigio de tierras
El Membrillo Bajo, en Huelva, es un pueblo que está más que abandonado. Está arrasado hasta sus cimientos. Sus ruinas, invadidas por las plantas, atestiguan lo que una vez fue una pedanía de Zalamea la Real, habitada por algo más de 100 habitantes. Cada una de sus piedras tiene una fecha invisible grabada: 1937. Ese año, en mitad de la Guerra Civil, el pueblo fue borrado del mapa, incendiado y bombardeado por un grupo de milicianos de Falange y miembros del Ejército. Los habitantes de El Membrillo huyeron a pueblos cercanos como la misma Zalamea o El Membrillo Alto. Detrás dejaron a una quincena de vecinos que, durante aquel año, habían sido torturados y fusilados o incluso pasados a cuchillo por los fascistas.
"Esto fue una matanza", describe José Moyano, hijo de uno de los pocos testigos de entonces que sobrevive. Su padre tenía siete años cuando 'volaron' el pueblo y perdió a varios de sus tíos en la carnicería. "Mi padre recuerda que, cuando quemaron el pueblo, unos falangistas subieron hasta El Membrillo Alto, donde él vivía. Uno de ellos lo cogió en brazos, lo aupó para que pudiese ver cómo ardía El Membrillo Bajo y le dijo: '¿Ves lo que le hemos hecho a ese pueblo? Pues con el tuyo vamos a hacer lo mismo", dice José. Por suerte, al final, las milicias que habían martirizado durante casi un año a los vecinos de El Membrillo Bajo, dejaron en paz a los de El Alto.
Novela
Una persona que ha estudiado el desgraciado periplo de El Membrillo Bajo es el periodista y escritor onubense Rafael Moreno quien, en 2003, publicó la novela La raya del miedo, basada en los hechos ocurridos en la aldea y en las entrevistas personales que el propio Moreno realizó a los testigos supervivientes.
"Al estallar la Guerra Civil, Huelva quedó en el bando de los rebeldes contra el Gobierno republicano. En el verano del 36, milicianos de Falange, procedentes probablemente de Lepe, se instalaron en El Membrillo Bajo. Los vecinos tuvieron que atender entonces las necesidades de quienes iban a convertirse en sus verdugos", destaca Moreno. Durante un año, el terror se impuso. "La represión fue lenta y sistemática. Un día se llevaban a una persona. Otro día a dos.", dice el periodista. "Pero el pausado castigo nada tenía que ver con la política ni la ideología. Era una ayuda del Ejército y las milicias falangistas a los terratenientes en su lucha por la tierra", recuerda el periodista.
Y es que la masacre, que terminó camuflándose con en el drama general de la Guerra Civil, escondía su génesis en un pleito por tierras que se remontaba al siglo XIX. Desde mediados de esa centuria, los campesinos de El Mebrillo Bajo y los terratenientes de Zalamea habían litigado por unas 150 hectáreas de monte.
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