Champú de volumen
Las dos cadenas que Mariano Rajoy intentó imponer para sus debates con Rodríguez Zapatero fueron finalmente las únicas que decidieron abstenerse. Debió de parecerles una cosa de pobres, un producto de medio pelo, una limosna. Dado que ellas históricamente sólo han vendido alta costura, su imagen podía quedar dañada si se sumaban a ese ejército de indigentes dispuestos a proporcionar un servicio público en plan Seguridad Social. A la Seguridad Social (sobre todo si es la Seguridad Social de Esperanza Aguirre) sólo acude quien no puede pagarse una mamografía privada o una agonía digna.
Rajoy luchó hasta el último momento para que le intervinieran a vida o muerte en esas dos cadenas a condición de que durante su internamiento se clausuraran las demás, como cuando internaron a Franco en La Paz, que desocuparon medio hospital para que las clases sociales no se juntaran a la hora de las visitas. Y no se trata de una cuestión ideológica, que siempre estamos pensando en lo mismo, sino de gustos personales. Y de facturación. Con Rajoy y Zapatero privatizados te forras. Nacionalizados, apenas producen cinco o seis minutos de publicidad. Calderilla.
En cuanto a Ángel Acebes y Eduardo Zaplana, por quienes muchos ciudadanos se preguntan estos días, están de vacaciones pagadas, para que no asusten al contribuyente. A lo largo de la legislatura Rajoy llevaba a uno a cada lado, a la altura de donde otros llevan las pistolas. Y demostraron su eficacia, vaya si demostraron su eficacia. Ahora, como conviene parecer un hombre de Estado, los lleva debajo de la chaqueta, que no le abrocha bien por culpa de las sobaqueras. El problema es que en los debates, cuando pierde la compostura, se le ven.
En todo caso, si las circunstancias, de aquí a las elecciones, aconsejaran organizar un poco de jaleo, ahí están sus obispos, preparados para salir en manifestación con Mena, un general golpista de los que creíamos extinguidos, bajo palio. Observando a Rajoy atentamente durante el debate del lunes, daba la impresión no ya de venir de un país lleno de sacristías y cuarteles, sino de un país donde no se hubiera inventado el suavizante para el pelo, ni el champú de volumen, ni la ducha diaria, ni los pañuelos de papel, ni el desodorante. Por eso olían tan mal sus alusiones al terrorismo y a la inmigración, asuntos con los que continúa jugando como los niños juegan con la caca.
No nos falta de nada, en fin, tampoco ese toque de verbena castiza tan nuestro y cuyo apartado corre por cuenta de Gallardón y Aguirre, que en los actos públicos, para divertimento del personal, juegan a besarse y a desbesarse como críos. ¿Es de verdad posible ese empate técnico del que hablan los expertos?
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