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Rechazo a la supresión del modelo A
Columna
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Cuestión de moral

Hace unos días, un avatar de Llamazares quemó una fotografía de la familia real en un vídeo. Y, luego, pidió disculpas. La anécdota va más allá de la noticia y de las posibles reivindicaciones republicanas que se quisieron publicitar con el acto -es decir, con el vídeo-, porque plantea serios problemas éticos. Si Llamazares se sintió compelido a disculparse fue porque se sentía responsable de un acto virtual realizado por su doble virtual.

Vivimos en la era de la duplicación. Cierto, vamos siendo un tanto biónicos, es decir, mestizos de carne y de chatarra, pero sobre todo somos gente inmersa en una sopa virtual. Vivir con las orejas enchufadas a un hilo continuo de música nos lleva a un universo mental vacío en el que no somos nada, que es lo que se pretende, vivir sin pensar. Nuestro doble musical flota en un espacio carente de pensamiento. Le llaman relajarse. Bueno, a lo mejor se consigue algún beneficio adicional, ya que dicen que la música amansa las fieras, pero no parece muy prudente vivir sensorialmente aislado de cuanto nos rodea. Porque un cerebro en música no deja mucho espacio para que le lleguen conscientemente las informaciones de la vista y del tacto o del olfato.

Desde el primer avatar, aquel cromagnon llamado Comecocos, hemos evolucionado bastante

En realidad, el que camina por las calles es un zombi, el doble de un alma hecha de notas y pentagramas. ¿Será la armonía de las esferas la que se expresa a través de esas sombras vagabundas? No lo sé, pero nos hubieran venido bien aquellos filósofos franceses de la Ilustración a quienes gustaba mucho especular sobre todo lo que tenía que ver con eso, información sensorial y construcción del pensamiento.

Tampoco es como para decir que hemos cortado con el problema de la manera en que Alejandro Magno deshizo el nudo Gordiano, se decir, cortando por lo sano, pero estamos construyendo un tipo de vida humana que se prolonga en lo virtual. Desde el primer avatar, aquel cromagnon llamado Comecocos, hemos evolucionado bastante. Vinieron los juegos de ordenador y las videoconsolas para convertirnos en jugadores de fútbol, conductores de coches, soldados y delincuentes. Y ahí es donde quería ir a parar.

Matar en un videojuego no se considera reprobable moralmente hablando. Y eso a pesar de que las imágenes han ido ganado en calidad y expresan bastante bien las heridas con su sangre y los rictus de sufrimiento. La sociedad sólo ha elevado la voz cuando los videojugadores -esa excrecencia de nuestro yo- atropellaban voluntariamente peatones o rajaban embarazadas. Matar es el resultado banal de un juego. En cambio, la violación no se tolera. También es verdad que hay lugares virtuales donde tampoco se tolera lo primero, por ejemplo en Second Life, la prolongación fantasmagórica de nuestro mundo donde es bueno consumir y acumular riquezas (previo pago).

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Total, que Llamazares hubiera podido quemar retratos y disparar o apuñalar a mansalva en determinadas prolongaciones virtuales de su ser y en otras no. ¿Será una simple cuestión de contexto? O, no será, más bien, que el contenido simbólico de determinados actos virtuales (no-actos) es tan fuerte que supera las barreras entre realidad e irrealidad para emplazar al yo moral. Al loro. En los tiempos de una virtualidad atenuada, Diderot dijo que podríamos matar a una persona si la viéramos del tamaño de una mosca pero, en cambio, no podríamos matar un buey a cuchilladas.

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