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ELECCIONES 2008 | El cara a cara en televisión
Columna
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Debates y tertulias

José María Ridao

Han tenido que pasar 15 años desde la última vez que los ciudadanos pudieron asistir a un debate entre los dos principales candidatos a unas elecciones generales. Muchas cosas han cambiado desde entonces, empezando por la propia relación entre los partidos y los medios de comunicación. Entonces eran menos las televisiones, las emisoras de radio, los diarios. Pero, sobre todo, era otra la manera de entender el papel del periodismo. El grueso de los profesionales se dedicaba a informar y su trabajo se consideraba mejor o peor en función de su capacidad para encontrar noticias y para no dejarse seducir ni confundir. Algunos eran escandalosamente acomodaticios y otros orgullosamente independientes. Pero lo que no había era un número desorbitado de ellos militando en la opinión. Tampoco disponían del espacio: aunque sorprenda recordarlo, entonces comenzaba a extenderse la fórmula de la tertulia radiofónica, que luego llegaría también a las cadenas de televisión.

Las tertulias ocupan el lugar del debate político, que hasta ahora han rechazado los partidos

Es injusto abominar de la tertulia por principio: a lo largo de los 15 años transcurridos desde que tuvo lugar el último debate, que no sólo fue el último antes de unas elecciones generales, sino el último en que dos responsables políticos relevantes se enfrentaban en un medio de comunicación, las tertulias, algunas tertulias, han desempeñado un papel insustituible en momentos decisivos y han permitido descubrir mucho talento; también mucha mediocridad y mucho servilismo, en dosis equivalentes a las de cualquier otra actividad. Lo que ha acabado poniendo en riesgo el sentido de las tertulias ha sido, tal vez, el contexto: sin que nadie diera la voz de alarma, fueron ocupando el lugar del debate político que los propios partidos rechazaban y convirtiéndose, así, en un extraño género periodístico: el debate político por delegación. Los medios de comunicación comprometidos con el pluralismo se han esforzado por reflejar en el terreno de la opinión las diversas sensibilidades políticas. A los medios sin escrúpulos les ha bastado con convocar a testigos falsos o se han decantado, sin más, por apuntar todas las baterías en la misma dirección, confiando en provocar la eclosión de amarillismo que se ha vivido en España y que alcanzó cimas inimaginables con la desinformación sobre los atentados del 11 de marzo.

A estas alturas, es claro ya el resultado de que algunas emisoras de radio y cadenas de televisión hayan albergado el extraño género periodístico de los debates políticos por delegación, en los que los participantes acaban desempeñando la tarea que corresponde a los responsables de los partidos: no es seguro que hoy exista más pluralidad informativa sólo porque existan más medios audiovisuales, sino que existen más medios audiovisuales voluntariamente alineados o a los que se les exige alinearse en cada trinchera. Buena parte de la responsabilidad corresponde, sin duda, a esos medios y a algunos profesionales de la información. Pero el cuadro no estaría completo si no se señalase, además, la gravísima responsabilidad de los dirigentes políticos, unos más que otros dentro de un mismo partido. Puesto que los medios de comunicación comprometidos con el pluralismo procuran reflejar las diversas sensibilidades, los partidos han interpretado esta preocupación como un derecho a reclamar fidelidad inquebrantable a cada ciudadano que opina, a cada participante en una tertulia. La opinión libre se ha convertido, así, en un acto cargado de consecuencias indeseables, por el que ya sabe a qué atenerse quien se atreva a disentir de los argumentos exigidos a la cuota que en teoría representa. Una de las razones por las que los dirigentes políticos se sienten fuertes en este terreno es porque disponen del maná que alimenta esa particular manera de estar "bien informado", de "tener acceso", que colinda con el sedicente "periodismo de investigación". Es decir, liquidados los fondos de reptiles cuando llegó al poder el primer Gobierno socialista, parece que los Gobiernos posteriores terminaron por convertir la discreción que exige la gestión democrática de las instituciones en un nuevo fondo más sutil pero no menos eficaz: si me tratas bien, te digo, te informo, te comunico antes que a nadie.

Esta noche se celebra el primer debate político en 15 años antes de unas elecciones generales; o mejor, algo que se parece suficientemente a un debate político. Después de tanto pedir a los periodistas que se pronuncien por delegación, los partidos les exigen ahora, paradójicamente, que no digan una sola palabra cuando se disponen a dirigir un cara a cara decisivo. Ojalá que el encuentro de esta noche devuelva definitivamente a los ciudadanos un derecho secuestrado durante demasiado tiempo. Pero, ojalá también, sirva para que la opinión, para que las tertulias sean lo que deberían ser: un espacio de libertad en el que cada cual puede y debe hablar en su nombre y sólo en su nombre. Exactamente como los partidos pueden y deben hablar en el suyo y sólo en el suyo.

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