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Diario de una brasileña en Madrid

Carla Guimarães

Nací madrileña a los treinta años. Es lo que dice una carta que he recibido esta mañana. Bueno, no dice exactamente eso, pero es como la interpreto. Finalmente he conseguido la nacionalidad y en pocos días estaré jurando fidelidad a su majestad el Rey, a la Constitución y a las demás leyes españolas. Con lo republicana que yo soy... Que me perdonen los monárquicos, pero en Brasil por no haber, no hay ni Reyes Magos.

Me acordé de las últimas navidades que pasé en Salvador de Bahía. Durante la cena le conté a mi familia que estaba solicitando la nacionalidad española, y mis primitas pequeñas me preguntaron si iba a dejar de ser brasileña. Jamás voy a dejar de ser brasileña, les dije, una cosa no quita la otra, sino que añade. Quisieron saber cómo hace uno para ser español y yo les expliqué que me harían una entrevista y un examen. ¿Qué clase de examen?, me preguntaron. Les conté, aguantando la risa, que tendría que demostrar que sé bailar sevillanas, hacer tortilla de patatas, dormir la siesta e incluso torear. Curiosamente, hace pocos días, vi mi absurda broma hecha realidad en la propuesta del "contrato de integración para los inmigrantes", y ya no me parecía tan graciosa. Eso sí, mis primas pequeñas se quedaron fascinadas con los exámenes. De pronto todas querían ser españolas. Pero a Andréia, la menor, le dio un poco de miedo eso de torear. Si ella supiese...

La broma del "contrato para los inmigrantes" no me pareció graciosa

Torear es lo que más he hecho en estos años. Torear con los papeles de trabajo, de residencia, con los trabajos en negro, con el simple hecho de alquilar un piso teniendo acento extranjero, con la dificultad de escribir en una lengua que no es la mía, con el no conocer a nadie, con el empezar de cero.

Toqué tierra en Barajas sola y hablando un castellano macarrónico. Aún no termino de entender cómo conseguí hacer amigos. ¡Si ni yo misma comprendía lo que hablaba! Lo cierto es que he conocido a españoles y extranjeros de todos lados. Gente que también estaba sola y desesperada por hacer amigos. Quizás por eso congeniamos tan rápido. Casi todos, como yo, venían a hacer los Madriles... Eso tiene esta ciudad, uno puede sentir rápidamente que es su hogar.

Aunque no siempre fue así... Recuerdo que hasta hace muy poco tiempo los papeles me daban pesadillas todas las noches. Soñaba que la policía venía a mi piso a decirme: señorita, tiene usted tres minutos para abandonar el país. Y cada vez que llamaban a la puerta, especialmente en épocas de renovación de permisos, yo pensaba que eran ellos y que me iban a sacar de España en un vuelo charter ese mismo día. Pero espere un momento, señor policía, ¿no comprende usted?, estoy escribiendo una novela y no puedo dejarla a la mitad. He alquilado este piso por cinco años, estoy pagando a plazos mi ordenador y mi móvil es de contrato, no es de tarjeta que puedes dejar así como así... Además, lo más importante para mí, quizás no para usted, comprenda, pero sí para mí, lo más importante... Me he enamorado. Sí, señor policía, me he enamorado. Es español y me dijo "Eu te amo", en portugués, el otro día. No me puedes expulsar del país, no es justo... Yo sé que hay gente que tiene motivos mucho más importantes para estar aquí: enviar dinero a su familia, escapar de una guerra, no morirse de hambre... Mi argumento no es el mejor, pero es el más escueto: yo simplemente quiero estar aquí.

Ya tenía todo el discurso preparado. No sé si sería muy efectivo, pero era todo lo que yo tenía. Ahora no, ahora tengo en manos una resolución que dice: al carajo con todo, soy española. Y espero ansiosa el día en que la policía venga a mi puerta sólo para enseñarla. En realidad estoy ansiosa para mostrarla a cualquier persona, incluso si no viene a mi puerta. Sin ir más lejos, la he enseñado a tres desconocidos en el ascensor. La verdad es que a veces puedo ser muy ridícula... Como el otro día, que pasé delante del Palacio Real a las cuatro de la mañana, un poco borracha, y le grité a uno de los guardias: ¡Viva la República! Él me miró con cara de coño, déjame en paz que estás de fiesta y yo estoy aquí trabajando, y respondió: ¿A mí qué me cuentas?

Todos tenemos algo que contar. Yo, por ejemplo, en estos siete años que he vivido en Madrid, he sido camarera, intérprete de portugués para prostitutas arrestadas, profesora de samba, vendedora de arte africano, traductora de catálogos de armas, guionista de cine... Me falta mucho por hacer, es cierto, pero ahora que tengo la oportunidad de empezar otra vez, creo que ha llegado el momento ideal para narrar todas las aventuras de mi vida anterior. Como aquella vez que estuve hospedada en una casa que tenía un inmenso cuadro de Franco en el salón y por las noches... Bueno, creo que se me acaba el folio... Lo dejaré para la siguiente entrega. De todas maneras hoy tengo mucho que celebrar, nacer dos veces es un privilegio. Quizás debería cambiar algo, no sé, mi peinado, mi armario, mi acento... ¿O quizás debería organizarme un bautizo?

Carla Guimarães es escritora.

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