Igualada
Los sondeos preelectorales empiezan a converger hacia la igualada, al compás de unos datos económicos que van agudizando la percepción pesimista de un brusco ajuste a la baja. Lo cual podría ser entendido como una injusticia histórica, si tenemos en cuenta el exitoso balance de la legislatura, que ha cerrado 2007 con un crecimiento del 3,8% y un superávit del 2%. ¿Por qué habría de pagar Zapatero los platos rotos del tsunami hipotecario estadounidense, cuya onda de choque está llegando ahora mismo a las costas españolas? Pero también cabe interpretarlo como justicia poética, pues el Gobierno actual no ha sabido reestructurar la desequilibrada economía que heredó del PP, caracterizada por su grave dependencia de la construcción inmobiliaria, y ha preferido continuar viviendo de las rentas del efecto-riqueza propiciado por el espejismo de su burbuja especulativa. Así que ahora, cuando el globo se pincha, crece el desempleo, cae el consumo y aparece el no menos imaginario efecto-pobreza, el Gobierno de Zapatero debe arrostrar en las urnas sus lógicas consecuencias.
Pugnan por los electores indecisos y no alineados con ofertas sensacionalistas imposibles de superar
Pero la igualada demoscópica de las expectativas electorales de PSOE y PP no es efecto tan sólo de la recesiva coyuntura económica. También cuenta, y mucho, el efecto de sus respectivas estrategias políticas, que cada vez están más igualadas como ya venía sucediendo a lo largo de la legislatura. Sencillamente, tanto uno como el otro competidor se dedican a copiar el programa político del adversario, tratando de robarle sus medidas más efectistas para ofrecerlas también a su electorado recrecidas al alza con un plus de sensacionalismo: estrategia de la tensión, miedo al adversario criminalizado, mucha demagogia populista y sobre todo indignos subsidios a mansalva, pues ambos aspirantes a La Moncloa nos regalan cada día los oídos con un rosario indiscriminado de dudosas ofertas low cost, desde retrógradas rebajas fiscales hasta degradantes subvenciones caritativas.
Es como una partida de póquer en la que ambos jugadores pujan por ir subiendo las apuestas de su rival a ver quién aguanta más, en una escalada de promesas simétricas que hacen almoneda del superávit presupuestario. Y es tanta la igualada entre sus respectivas ofertas políticas que, contra su intento de criminalizar al rival, sólo consiguen reforzar el dicho antipartidista que reniega de los políticos acusándoles de ser los mismos perros con distintos collares. Sólo que en este caso parecería que incluso los collares son los mismos, dada la igualada de sus programas electorales. Eso si se los puede calificar de verdaderos programas políticos, pues en realidad no son tales, sino meros catálogos de seductoras promesas yuxtapuestas en mosaico sin hilo argumental que las justifique, al modo de esos muestrarios de baratijas que los colonizadores ofrecían a los salvajes para engatusarles.
Esta incapacidad que los dos contrincantes demuestran por ofrecer un programa coherente y convincente se debe a que ambas partes, al competir por los electores indecisos y no alineados, adoptan la misma estrategia interclasista (o de tercera vía a lo Blair) que sustituye el eje bipolar derecha-izquierda, basado en las diferencias programáticas, por el eje bipolar Gobierno-oposición, que tiende a la simetría de programas. Si se presentasen como derecha e izquierda, tendrían que diferenciar sus propuestas ofreciendo políticas contradictorias entre las que los votantes pudieran elegir de verdad. Pero al presentarse como centristas (es decir, desclasados o interclasistas), tienen que ofrecer programas idénticos, como en un partido de fútbol donde ambos equipos sólo se diferencian por los colores de sus camisetas. De ahí que sólo pugnen por ver quién mete más goles en la portería del rival, con ofertas sensacionalistas imposibles de superar.
Puestos a dilapidar el superávit en almoneda con su puja bipolar, ahora se les presentaría a los contendientes una inmejorable oportunidad para diferenciarse entre sí, ofreciendo sus distintas propuestas para enfrentarse a los peores efectos de la crisis económica. En efecto, como el paro está creciendo mucho, ello repercutirá muy gravemente no sólo sobre las cuentas de la Seguridad Social (cuyo actual superávit también podría saldarse) sino también sobre el nivel de la conflictividad social entre autóctonos e inmigrantes, con seguro deterioro del clima de inseguridad ciudadana: pobreza, exclusión, criminalidad, hacinamiento penitenciario, etc. ¿Qué hacer para evitarlo? ¿Cómo gastar con eficiencia el superávit presupuestario? Aquí hay dos opciones. La conservadora opta por la represión punitiva del conflicto y la devolución de impuestos. Y la progresista apuesta por potenciar la red protectora de servicios sociales, donde podrían crearse medio millón de nuevos empleos. ¿Adivinan qué ofertan el PSOE y el PP?
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