Desnudos por el 'underground'
Cranach (1472-1553) fue uno de los más insignes pintores alemanes, junto a Durero y Holbein. Ahora, sin embargo, su Venus, plasmada en el cartel que anuncia su exposición en la National Portrait Gallery, del 8 de marzo al 8 de junio, ha sido prohibida en el metro de Londres.
La Venus aparece ataviada tan sólo con un tocado, un colgante, una gargantilla y una sonrisa. ¿Qué otra cosa podía esperarse de una Venus como debe ser? Pero, ¿será obra de la sonrisa, más que del pubis, lo que convierte su desnudo en una provocación?
Entre una interrogación y otra, la cartelería ha sido retirada de la vista, puesto que en las normas del Underground londinense se prohíben las imágenes desnudas o semidesnudas de hombres, mujeres y niños. Hasta dónde debe llegar el semidesnudo es un enigma más. Lo mismo que el desnudo, el impacto de lo más o menos explícito se relaciona necesariamente con su poder para conturbar, alterar la conciencia o agitar el corazón.
"¿Cómo no sospechar que los artistas emplean cualquier estratagema para llamar la atención?"
Más que vetar el desnudo en sí, la prohibición trata de evitar el posible trastorno moral en el espectador. No hay desnudos buenos o malos, nocivos o inocuos de por sí. El problema radica en la reacción del ojo del beholder. En la mirada del espectador, puesto que la interdicción comporta, en este caso no tanto una trasgresión intemporal, como alguna interrelación circunstancial. No basta el desnudo para certificar el mal, sino que es el efecto negativo y resultante de coincidir la pupila y la carne, todo ello a través de las vibraciones neurológicas que mueven el plano moral.
Si todos los viajeros del metro pasaran ante el cartel de Cranach sin sentirse afectados carecería de objeto la prohibición. El objeto, la Venus sería neutra, la imagen no sería venal sino banal.
Dos letras deciden la acción, ¿pero cómo medir el supuesto veneno mental que reciben algunos espectadores? ¿Y cómo ponderar, en su caso, el beneficio de los otros? Entre las inducciones malsanas o saludables del desnudo sería necesario dirimir: Una parte de la población sigue empleando el pudor como la mascarilla ante la toxicidad del pecado, pero sería hipócrita no admitir que una importante parte del público estima al desnudo pintado hace 500 años como un lienzo y no como una piel. ¿Debe primar la erección de unos frente a la reacción museística de los otros?
El asunto ha venido a resolverse no por el camino del arte sino por la senda moral, porque ¿cómo no sospechar que los artistas emplean cualquier estratagema para llamar la atención? Y, en este caso, ¿cómo no presumir que Lucas Cranach, El Viejo, estaba más interesado en la concupiscencia patente que en la figuración por la figuración?
Ni arte pues, ni sublimación creadora. La estética del cuadro se toma como una deriva de la lujuria fundacional y su mérito recae, acaso, sólo en el donaire de la meretriz. Con ello se cierra la oposición entre arte y lubricia, entre pintura y porno. La supuesta malicia del artista llega hasta la exégesis de los legisladores y alcanza a las autoridades del Metro. Nunca el desnudo significó menos que ahora y jamás un cuerpo en cueros tuvo menos público que en nuestros días. Que el metro de Londres se obligue a retirar la Venus de la vista denota también cómo el Metro de Londres nunca se situó a un nivel más bajo. O, de otro modo: el caso registrado brinda con extraordinaria facilidad la memoria de las catacumbas.
En la oscuridad del subterráneo el desnudo de Cranach deslumbra con una radiación luciferina. Precisamente en el subsuelo, más que en otro espacio, puede presentirse la temible presencia de una imagen diabólica, tan pervertida como corresponde al explícito cuerpo de la mujer, tan amenazador como se deduce de sus labios risueños. ¿Envenenada la multitud con su impureza? ¿En salazón todos con su salacidad? ¿Locos de lujuria todos a pesar de que hasta los bomberos, las limpiadoras o incluso los taxistas cristianos se desnudan en los almanaques implorando amor?
www.elboomeran.com
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