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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Alunizaje de San Valentín

La víspera de San Valentín, a la salida de Electra, hacía una noche muy buena, aunque algo fría, y nos dio por hacer a pie el camino a casa. En la esquina del Ensanche donde está la tienda de lencería Calamanda encontramos a varias patrullas de la policía -vestidos por cierto con esos chalecos fosforescentes o reflectantes que les despojan del aura de autoridad y dignidad consustanciales al oficio y que les confiere un aire circense; lo cual deploro. El cristal del escaparate había sido destruido por un alunizaje, como se llama ahora a ese sistema de atracar tiendas que consiste en embestir el escaparate con un automóvil, colarse por el hueco abierto y hacerse con los artículos expuestos. Miles de partículas de cristal rodeaban el hueco abierto por el impacto. Esparcidas por la acera, e iluminadas por todas las luces abiertas en la tienda, lanzaban destellos, como si fueran joyas. Que son precisamente lo que codician los ladrones de este tipo de asaltos: joyas o abrigos de pieles.

La verdad es que Electra me aburrió, aunque el libreto sea de Hofmannsthal, el autor de la Carta de lord Chandos, donde explica la insuficiencia de las palabras para dar cuenta del mundo y, por tanto, la miseria de la literatura. Este relato famosísimo le gustaba mucho a José María Valverde. Lo relacionaba con la famosa frase final del Tratado de Wittgenstein. Y decía que después de escribir la carta, Hofmannsthal, que había sido la mejor pluma de Viena, un niño prodigio de la literatura -así lo describe Zweig en El mundo de ayer: los escritores consagrados, deseosos de conocer al asombroso poeta Loris, le envían una invitación, y a la hora de la cita ven aparecer en el café a un chico en uniforme de colegial, con pantalón corto: Hofmannsthal-, dejó de escribir obras personales y se dedicó sobre todo a los libretos para óperas y a variaciones sobre obras famosas del pasado. Decir algo propio le resultaba imposible, o incluso tonto. Pero -alegaba Valverde-, aunque las palabras no basten, valen más que el silencio...

La tragedia de los hermanos Electra y Orestes, que matan a su madre Clitemnestra en venganza porque ésta había matado a su esposo Agamenón, el cual, a su vez... es muy sombría, pero en los teatros griegos a continuación se representaba un desenlace piadoso: Orestes se presentaba en Delfos para pedir a Apolo que le librase de la responsabilidad (pues al fin y al cabo, el matricidio lo habían dispuesto los dioses), la culpa y la locura que le torturaba con visiones espantosas, porque al matar a su propia madre había transgredido todos los límites. En cambio, la ópera de Strauss y Hofmannsthal parece sólo la espera, el sórdido cumplimiento y la celebración de la venganza... Valverde la definió como "una adaptación un poco extravagante". La mañana de San Valentín fui a Calamanda para interesarme por el robo de la víspera. Ya había pasado la policía científica, se había retirado el precinto y barrido la acera, y unos operarios estaban reponiendo el cristal del escaparate. Una dependienta lógicamente atribulada estaba poniendo orden en la tienda. Había un maniquí tumbado por el suelo, único y mudo testigo del delito, cajones abiertos y un gran cartel arrugado de una joven luciendo un modelo de la temporada Primavera-08. La dueña, que se llama Pili, me dijo que la noche de autos un vecino vio un coche que se saltaba el semáforo de la esquina y acto seguido sonó una alarma. En el coche iba un solo hombre, un sujeto calvo. Se llevó la caja, con las ganancias del día, y el expositor de La Perla, una de las marcas más sofisticadas y caras.

¿No le dio tiempo a más? ¿O es que sólo le gustaban los modelos de La Perla?

En lugar de éstos, Pili hizo colocar ropa de Lise Charmel. La tienda estaba asegurada. La vida sigue. Igual.

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