Candidatos y candidatas
Las listas para las próximas elecciones generales han permitido comprobar que, a fin de cuentas, la montaña parió un ratón, cuando lo que se esperaba era otra cosa: según se han confeccionado las candidaturas, el Congreso que se constituya el 9 de marzo podría no atenerse a los porcentajes de hombres y mujeres fijados por la Ley de Igualdad. De repetirse los resultados de 2004, sólo se añadirían cinco mujeres al número de las que hoy ocupan un escaño. Se daría así la paradoja de que la Ley de Igualdad no se cumple en el lugar mismo donde se aprueban las leyes, con lo que los legisladores tendrían que adoptar severas medidas contra sí mismos.
Según se han elaborado las listas electorales, el recurso de inconstitucionalidad contra la Ley de Igualdad que interpusieron los populares parece ahora un simple trámite burocrático, sólo emprendido para dejar constancia ante el órgano competente. El Tribunal falló a favor de la ley, pero los aparatos de los partidos han fallado en contra. Y a juzgar por los resultados, éste es el fallo decisivo. El 70% de las candidaturas están encabezadas por hombres, que también son mayoría en los puestos con más posibilidades de resultar elegidos.
Falta por saber cómo reaccionarán sus señorías cuando se constituyan las nuevas cámaras y se compruebe que, si se cumplen los pronósticos, las mujeres no alcanzan el porcentaje mínimo establecido por la ley. Si se imponen a sí mismos el deber de hacer pedagogía, a lo mejor retoman las viejas costumbres españolas, esas que el PP pretende fijar en una norma, y algunos diputados, en un alarde de caballerosidad, se precipitan a ceder su escaño a las diputadas que les siguen en las listas, como antes se hacía al atravesar las puertas. Por descontado, se trataría de un fenómeno prodigioso. Pero no menos prodigioso que el hecho de que una montaña pueda engendrar.
Y, sin embargo, nos lo habíamos creído. Es verdad que parecía difícil, pero llegamos a pensar que gracias a la Ley de Igualdad era posible, y que, tras el 9 de marzo, la montaña no alumbraría un ratón: alumbraría un ratón y una ratona.
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