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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Quítate la máscara

Diego A. Manrique

Las masas de fans siguen asombrándome. Estoy pensando en esas admirables multitudes que hacen cola en pleno invierno -o se queman los ojos ante el ordenador- para conseguir entradas y disfrutar de un "rockero del pueblo" en un inmenso campo de fútbol. Un déficit de espíritu religioso me hace difícil empatizar con ese afán por participar en tales sacramentos colectivos.

También pesan las malas experiencias. La muy real sensación de asfixiarme, inmovilizado a la salida del césped del Bernabéu, tras el concierto de U2, cuando un listo decidió vender clandestinamente 10.000 entradas extras. Las rituales tardanzas y humillaciones para acceder a algunos conciertos en el Vicente Calderón, estadio maravillosamente engrasado cuando acoge algún evento deportivo.

En vez de giras, veremos temporadas de conciertos en una ciudad, como hizo Prince en Londres

Y mis dudas respecto a la verdadera naturaleza de esa compulsión. He detectado devotos de los Rolling Stones, de esos que acuden a todas sus paradas en España, que en su casa apenas tenían discos del grupo (y nada de su fundamental época en Decca, desde luego).

Oigo la respuesta: "No es la música, estúpido". Vale, ya lo sabía: es La Experiencia. La experiencia de la comunión con el artista, de la inmersión en el gentío, de la exclusividad. Yo estuve allí y tú no, tengo derecho a la medalla. El mismo impulso que justifica libros como Make the most of your time on Earth, esa rough guide que detalla mil experiencias que uno debe vivir... para contar.

El valor de la experiencia personal explica que el negocio del directo siga creciendo, mientras el sector discográfico baja en picado. Un descenso que está llevando a compañías desesperadas a exigir un porcentaje del caché de sus artistas, antipático asunto del que nadie quiere hablar off the record. Ocurre que algunos cantores aceptan resignados y otros lo consideran una variedad del impuesto revolucionario.

Estamos ante una mordida que al menos debería llevar aparejada el replanteamiento de esos feudales contratos discográficos del presente. Pero no lo digan muy alto: los disqueros tienen últimamente los nervios muy sensibles. Mejor usen la jerga del momento: hablen de pactos de 360 grados, como el que une a Madonna con Live Nation.

Por un mínimo de 120 millones de dólares, la promotora gestionará todos los frentes del negocio Madonna durante diez años: grabaciones, giras, merchandising, películas, televisión, Internet, publicidad, etcétera. Si se hacen las cuentas, se trata de un acuerdo modesto: sólo se garantizan 12 millones por año. Pero suficiente para el ego de Madonna, ya que funcionará como socia de Live Nation.

¿Tendrá eso algún impacto en el espectador? Sí, debe prepararse para modificar sus hábitos. Las grandes estrellas quieren evitarse los rigores de las giras y veremos temporadas de conciertos en una ciudad, tal como hizo Prince el pasado verano, 21 actuaciones en un recinto londinense. Tampoco es una novedad: ese concepto funciona en Las Vegas desde hace tiempo, aunque supone subordinar la música a la industria del turismo y el juego.

Más novedades en gestación. Los artistas dorados y sus representantes se indignan ante la reventa, ahora facilitada por eBay y páginas similares. Al ver las cotizaciones que alcanzan determinadas entradas, se quejan de que los precios oficiales son ridículamente bajos: la sed de Experiencias Únicas hace que la demanda sea superior a la oferta. Lo que planean es transformarse en reventas, sacando a subasta los asientos más deseados.

Quedan por arreglar flecos legales y técnicos, aparte de la mala publicidad con que se enfrentarían los pioneros de las entradas al -mejor- postor. Ante la galería, todos los dioses de la canción gustan de gestos populistas y proclamas igualitarias. En realidad, son meras hojas de parra: hace tiempo que se ofrecen para conciertos privados, siempre que el pagano -millonario ruso, banco alemán, empresa punto com- observe cierta discreción. Considerando ese panorama, quizás los fanáticos hacen bien en ponerse a la cola para conseguir entradas al viejo estilo y a precios fijos.

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