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DON DE GENTES | OPINIÓN
Columna
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Jodíos peliculeros

Elvira Lindo

Yo, a ustedes les tengo un respeto imponente. Lo digo de corazón. Si alguna fuerza tengo es ésa, que cuando tecleo esto lo hago teniendo muy presente que los que me leen no son unos cretinos. Lectores cretinos los hay, pero yo actúo como si sólo me leyera aquel que no se conforma con los odiosos topicazos. Un topicazo muy en boga es el afirmar que la gente que trabaja en el cine español es vaga, aprovechada y escasa de talento. Este topicazo se parece tremendamente a los que soltaba Anasagasti, ese servidor de esta patria que pagamos todos, sobre los miembros de la Casa Real en aquellos tiempos en que era personaje fijo del Tomate: vagos, aprovechados, escasos de talento. Habrá republicanos que se sumen por pensar que así son fieles a su republicanismo, pero si se es honesto y se dice lo que se ve y no lo que la ideología manda ver, habrá que admitir que esas personas se pasan el santo día realizando servicios diplomáticos, presidiendo recepciones, viajando, y algo que yo, personalmente, llevaría fatal: la certeza de que en algún momento de esos viajes me obligarían a presenciar unos bailes regionales. Definitivamente, no quiero ser reina. El cine me ha tentado más que la Corona, pero también me ha dado mucha pereza. Los horarios son infames, los lugares de trabajo no tienen comodidad y, lo peor, estás rodeado las veinticuatro horas de gente. En eso comparto talante con Azcona; me gusta el trabajo camastrón del que escribe, a pesar de que, una vez que entregas, ya nadie te haga ni puñetero caso y los actores estén seguros de que pueden mejorar tus frases. Para colmo, también me da pereza el lado lúdico, la exaltación del gregarismo, el besuqueo y el cariño exagerados. Tanta expresividad te deja con la sensación de ser una sosa, de que no sabes divertirte y estás condenada a ser espectadora de un grupo al que nunca acabas de pertenecer. Tal vez lo que menos me atraiga del cine es eso, el gregarismo. Posiblemente porque yo pertenezco a ese mundo individualista y solitario que es el de la escritura, y no me puedo ni imaginar que tuviera que presentar una novela con cuarenta personas más que no parasen de darse besos y de decir que es la mejor novela en la que han participado nunca. Puede que sea esa imagen tan falsamente compacta que dan los miembros del cine español (como de colegueo) la que haga que el público los halague o los desacredite metiéndolos a todos en un mismo saco. Tampoco es eficaz que ellos se defiendan como si se tratara de un grupo al que la sociedad está atacando. Para empezar, muchos de ellos tienen la suerte de poder pagar su hipoteca con un oficio que han elegido y que es maravilloso. Incluso cuando tienen que poner dinero de su bolsillo, como decía el otro día Alex de la Iglesia, están corriendo el riesgo del privilegiado, no comparable al que tienen que asumir muchos ciudadanos. Viven en un país en el que cabe la posibilidad de hacer una película después de haber fracasado con la anterior, cosa que difícilmente ocurre en esa América en la que no se conciben las segundas oportunidades, y cuando los artistas son conocidos, lo habitual es que reciban el cariño espontáneo de las personas con las que se cruzan. Lo he visto. También ocurre que a veces, por el simple hecho de haber mostrado sus ideas políticas, son vapuleados por ciertos sectores que sólo saben expresar su ira. No están solos. Nos pasa a todos los que hacemos un trabajo público: de la misma forma que se te da un cariño inmerecido, también puedes ser víctima de un rechazo que te hiela la sangre. Y más en un periodo de cierta fractura ideológica. Tampoco hay que creerse del todo que España trate peor a sus artistas que el resto del universo: he leído críticas demoledoras en los periódicos americanos a su propio cine, a sus estrellas (cada vez que una pasa por Broadway la machacan) y a la falta de ideas de los guionistas. Es cierto que tienen una industria que puede sobreponerse a ello, pero escudarse en que se nos tiene que tratar bien porque somos pequeños como Calimero no conduce a ninguna parte. He leído alguna vez que todo ese supuesto rechazo viene del papel que tuvieron los cómicos ante la guerra de Irak; esa razón se desvanece cuando se tiene en cuenta que el 92% de los españoles se mostraba en desacuerdo, incluidos (dada la inmensidad del porcentaje) algunos votantes del PP. No es el único sector que sufre el azote de una nueva era: al escritor que no vende rápido se le retira de las librerías, al pintor que hace pintura figurativa no se le lleva a Arco, al músico que no entra en los círculos comerciales se le ignora sistemáticamente. ¿Qué hacer? A los comicastros y escritores no nos queda más remedio que querer al público. Quererlo es respetarlo. El amor con amor se paga. Así han sobrevivido mis queridos pequeños comerciantes del centro, que, abrumados por los Prycas y los Continentes, han embellecido sus tiendas y se dedican a mimar al cliente caprichoso, ofreciéndole cosas diferentes, bonitas, pequeños tesoros para los sentidos. Como esa joya de diez minutos llamada Alumbramiento, en la que Víctor Erice contaba la historia de un bebé recién nacido, Luisín, al que le brotaba sangre del ombligo. Sólo un cretino se negaría a subvencionar un arte que, de vez en cuando, ofrece algo tan hermoso.

Tampoco hay que creerse del todo que España trate peor a sus artistas que el resto del universo
A los comicastros y escritores no nos queda más remedio que querer al público. Quererlo es respetarlo
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Escena final de <i>Alumbramiento,</i> en la que aparecen todos los personajes del corto de Víctor Erice.
Escena final de Alumbramiento, en la que aparecen todos los personajes del corto de Víctor Erice.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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