Reflexiones cristianas para este tiempo
Qué poco tiempo ha pasado desde el año 1963, cuando Pablo VI clausuró el Concilio Vaticano II, y qué lejos estamos de aquel espíritu que limpió ambientes enrarecidos, cultivó actitudes utópicas y presentó a la Iglesia con una necesidad urgente de dialogar con el mundo sin ninguna prepotencia, sin ningún privilegio que podía haber concedido una historia no siempre edificante.
Uno de los puntos básicos del concilio fue la definición sobre la Iglesia, que hasta ese momento había sido el arca de salvación, la esposa de Cristo, el Cuerpo Místico de Cristo... Pero el Vaticano II, a través de la constitución dogmática Lumen Gentium, habla con una voz profética del Pueblo de Dios, dando un giro copernicano a la comprensión de lo que es la Iglesia. Hablar de pueblo es hablar de cosas conocidas por todo el mundo. Un pueblo tiene unas estructuras, unos servicios, unas autoridades... Todo ello sirve para configurar la expresión de pueblo. Es cierto que la Iglesia es un pueblo especial, las autoridades no se eligen, como arma solo tiene el poder moral y esa misma autoridad moral le confiere privilegios que otras instituciones no tienen.
Al arzobispo habría que ponerle una nota baja como padre de los sacerdotes
- EL PAPA. Tras la elección del cardenal Ratzinger como Papa, mucha gente pensamos que el Concilio Vaticano había sido enterrado. Un silencio largo y pertinaz no ha dado ni ha quitado razones para cambiar ese pensamiento; aunque medidas, realmente mínimas, nos recuerdan que el prefecto de la doctrina de la fe es Benedicto XVI. Pequeños incidentes con algunas comunidades, escasa presencia y apoyos a instituciones conservadoras indican por dónde camina la Iglesia.
Unos meses antes de ser Papa, Ratzinger escribió un libro en el que reivindicaba la misa en latín y de espaldas al pueblo. Este libro despertó un fuerte rechazo en los ambientes litúrgicos, donde se consideró que aquella manifestación de intenciones era peligrosísima para la buena salud de la Iglesia. El entonces cardenal Ratzinger explicó que sus propuestas eran más progresistas que las que estaban al uso, porque él contemplaba una asamblea en la que el sacerdote formaba parte integral de la misma comunidad, por eso estaba en el mismo sentido que el pueblo, y que le parecía que poner al sacerdote en otro plano, de cara al pueblo, era separarle a la vez que se disgregaba la comunidad orante.
- LA IGLESIA ESPAÑOLA. La Iglesia española que acudió al Concilio Vaticano II, por decirlo con una palabra amable, estaba absolutamente desconectada del cambio teológico que sucedía en Europa. Pero algunos de sus miembros percibieron claramente el nuevo sesgo que estaba tomando la Iglesia. Entre los que rápidamente conectaron con ese movimiento de renovación cabe señalar al cardenal Vicente Enrique Tarancón, que fue el artífice de esa renovación y el que abrió las puertas del viejo caserón de la religiosidad española a los aires del concilio. Valga como ejemplo de todo este cambio el impulso que dio a la Conferencia Episcopal, el instrumento conciliar que ayudaba a comprender a la Iglesia como pueblo de Dios. Esa primavera bien pronto quedó ahogada por los fríos invernales y si antes la Iglesia española había contado con el beneplácito del Vaticano -léase Pablo VI- con Juan Pablo II hubo prisas por desmontar todo aquel espíritu de renovación al que se acusaba de haber impregnado a la sociedad española de un secularismo peligroso. Buena prueba fue la aceptación inmediata de la dimisión presentada por el cardenal Tarancón y su sustitución por el cardenal Suquía en la presidencia, acompañado de Agustín García-Gasco, acabado de nombrar obispo, en la secretaría. El cambio se constató de inmediato, apenas se conocieron los nombres de los nuevos obispos jóvenes que tenían que garantizar la permanencia de un sistema ideológico de carácter conservador.
Aquellos obispos ya se han hecho mayores y continúan dirigiendo las riendas espirituales del país. Es cierto que no todos tienen el carácter belicoso del trío cardenalicio Rouco, Cañizares y García-Gasco, pero los que no piensan de la misma manera guardan silencio y solo a través de este silencio podemos interpretar una cierta disconformidad con los planteamientos guerreros del trío de cardenales. De cuando en cuando surge alguna perla -Jaca, Canarias o Alicante- en que la condición ultramontana aparece como una prueba más de la situación que se está viviendo
- LA IGLESIA EN VALENCIA. Todo lo que pueda referirse a la Iglesia en Valencia está relacionado íntimamente con los dos últimos arzobispos. No es lo mismo el episcopado de Miguel Roca que el de Agustín García-Gasco, las diferencias son significativas. Miguel Roca puso en marcha el Sínodo Valentino, que supuso un gran movimiento religioso de las parroquias y de los grupos laicales. Es cierto que tenía un carácter frío, producto de su timidez, y que los sacerdotes no se sentían demasiado gratificados con este distanciamiento, pero había creado estructuras inferiores que tapaban esta carencia del arzobispo: vicarios episcopales elegidos después de consultar a los sacerdotes y la presencia amistosa en la cúpula del presbiterio de algunos obispos auxiliares que tenían una relación afectiva con el clero, léase Rafael Sanus. Después de aquel episcopado la Iglesia valenciana cayó en un socavón importante.
La mayoría de sacerdotes de la diócesis tienen buena voluntad y sobre todo grandes dosis de creatividad, pero todo este entusiasmo de los sacerdotes no encuentra demasiado apoyo en los programas diocesanos, entre los que no existe una pastoral de conjunto que integre y encauce todas las energías del clero valenciano. Hay grupos que rompen la actuación pastoral monótona de la diócesis, pero tampoco representan núcleos que tengan una gran influencia. Hay que mencionar al colectivo -bastante homogéneo- autodenominado Els rectors del dissabte. Una treintena de sacerdotes con gran carisma personal pero escaso predicamento en las instituciones diocesanas. Su fuerza depende de los medios de comunicación, porque su presencia solo es posible si los medios de comunicación publican sus manifiestos; de todas maneras, a pesar de un cierto anonimato de los miembros del colectivo, cada vez tienen más peso en la sociedad valenciana. En la diócesis siempre ha habido un núcleo de sacerdotes que han compaginado el ejercicio del ministerio con el trabajo temporal; este grupo de sacerdotes también representa un potencial efectivo, aunque su influencia en la diócesis es prácticamente nula. Por último, está la revista Saó y todo su entorno. A las autoridades eclesiásticas nunca les han complacido ni las personas que han integrado el consejo editorial ni los contenidos, inclusive se inició en un tiempo no muy lejano un informe con todas aquellas afirmaciones de la revista que podían ser susceptibles de sanciones; supongo que ese dossier ha ido engordando, pero oficialmente nunca se nos ha llamado la atención. La influencia de la revista es pobre entre la clerecía. De hecho, son escasos los sacerdotes suscritos a ella, pero en cambio tiene un gran peso en la sociedad valenciana.
Por otra parte, la dimisión hace tres años del arzobispo genera una cierta sensación de provisionalidad entre los sacerdotes y las propias instituciones diocesanas. Esta situación menoscaba el esfuerzo y la ilusión de los sacerdotes que continúan trabajando en el tajo.
- EL ARZOBISPO. La figura de Agustín Garcia-Gasco, arzobispo de Valencia, es compleja. Por una parte, todos los que han tenido la oportunidad de hablar con él han salido impactados por la cercanía y afectividad que se desprendía del encuentro, situación que contrasta con algunas ausencias que el presbiterio diocesano lamenta: nunca ha asistido a los funerales de sacerdotes, cuando estas celebraciones son muy frecuentadas por los mismos sacerdotes. Seguramente, lo que molesta a un sector -amplio o no- del presbiterio es el posicionamiento ideológico del arzobispo; aunque sin duda hay un sector -amplio o no- que se congratula cada vez que el arzobispo hace un pronunciamiento. Un aspecto que resulta deleznable en el señor arzobispo es el poco interés que tiene en el uso del valenciano en la liturgia. Da la sensación de que al señor arzobispo el tema ni le va ni le viene. Por otra parte, es notoria su beligerancia hacia los socialistas. Desde su llegada a la diócesis dejó claro al entonces conseller de Medio Ambiente, Emèrit Bono, que el diálogo con los socialistas iba a ser difícil o imposible. Por lo que respecta al equipo de gobierno, dejando aparte a los obispos auxiliares, tiene un carácter monocolor y una cierta mediocridad. No parece capaz de entusiasmar a los equipos sacerdotales. Otro reproche que se le hace al señor arzobispo es el desconcierto absoluto que crea con los nombramientos. Nadie conoce cuáles son los criterios utilizados en las designaciones. La opacidad de la economía diocesana es también otra queja frecuente de ciertos sectores del clero. Para acabar, habría que poner buena nota al arzobispo en sus relaciones institucionales, sobre todo con las actuales, y una nota mucho más baja en el apartado que le corresponde como padre de los presbíteros y motor del movimiento pastoral.
Emili Marín es sacerdote y periodista.
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