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Reportaje:LIBROS | Ciencia

La dama del mar y sus estelas

Vivimos en un planeta en el que una molécula química, el agua, cubre más de dos tercios de su superficie. Sabemos, además, que la vida nació en los océanos, entonces mucho más acogedores que la tierra; esto es, que el mar fue la cuna de la vida (recuerdo o herencia de aquel pasado es el que en la sangre que circula por peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos de sangre caliente como los humanos, sodio, potasio y calcio se hallan en proporciones muy semejantes a las que existen en el agua del mar). Y sin embargo, a pesar de tan ubicua presencia y de la deuda vital que tenemos contraída con mares y océanos, los conocemos, aún hoy, mucho peor que, por ejemplo, la superficie de Venus, cartografiada con gran precisión por los radares de la sonda espacial estadounidense Magellan, y eso que su superficie está oculta por gruesas nubes de ácido sulfúrico. Es cierto que es muy difícil estudiar un volumen tan inmenso de agua, una sustancia cuyas propiedades hacen a los océanos opacos (a una profundidad de 150 metros sólo llega alrededor del 1% de la luz que recibe la superficie, y más allá de los 900 metros la oscuridad es absoluta), por no hablar de las tremendas presiones que reinan en sus profundidades, pero desde hace tiempo existen instrumentos y técnicas que hacen posible tal estudio (el agua transmite mal la luz, pero muy bien el sonido). Y, por supuesto, se ha avanzado mucho en tal dirección, aunque no lo suficiente, ni todo lo que es posible. Pero aunque no sepamos todo lo que podríamos saber, lo que ya conocemos es fascinante, como muestran dos libros de reciente aparición: La exploración del mar, de Robert Kunzig, y Noticias desde un universo desconocido, de Frank Schätzing. Independientemente de que si tuviera que inclinarme por uno me decidiría por el de Kunzig (menos denso y más ágil), ambos constituyen magníficas exposiciones generales de lo que hoy se sabe de los océanos. Acostumbrados a encontrar una literatura de divulgación científica dominada por temas como el universo, la física de partículas elementales, la biología molecular o el cerebro, libros como éstos, que se ocupan de un tema tan cercano y sin embargo tan desconocido, representan una novedad, aportando aire fresco a la cultura científica. Aire fresco y entretenimiento, porque la variedad de la geografía de los fondos marinos, de las corrientes que lo atraviesan (condicionando el clima terrestre) y de la vida que albergan océanos y mares es increíble, rivalizando incluso con las pluvisilvas tropicales.

Si hablamos de arte narrativo, nadie ha igualado a la zoóloga y bióloga marina estadounidense Rachel Carson
Aunque no la recordemos por sus contribuciones a las ciencias marinas (no las hizo), puede ser considerada una gran naturalista

Semejante variedad permite al buen narrador espléndidas descripciones, que no faltan ni en el texto de Kunzig ni en el de Schätzing. Pero si hablamos de arte narrativo, nadie ha igualado todavía a quien con justicia podríamos llamar la gran dama del mar, la zoóloga y bióloga marina estadounidense Rachel Carson (1907-1964). Más recordada hoy por su gran libro de 1962, Primavera silenciosa (existe versión española en Crítica), en el que realizó una poderosa y conmovedora denuncia de los efectos nocivos que para la naturaleza tenía el empleo masivo de productos químicos como los pesticidas, el DDT en particular (el "elixir de la muerte" lo llamaba), Carson ya había alcanzado antes la fama con tres libros sobre el mar: Under the sea-wind (1941), The sea around us (1951) y The edge of the sea (1955). El segundo, El mar que nos rodea, constituyó un éxito editorial: publicado en junio, en los dos primeros meses su editorial, Oxford University Press, tuvo que realizar 15 reimpresiones; en noviembre se habían vendido más de 100.000 copias (de la primera edición se vendieron 1.300.000), y se mantuvo durante 86 semanas en el primer lugar de la lista de los libros más vendidos de The New York Times (batiendo la marca del Kon-Tiki de Thor Heyerdahl). Se tradujo a 31 lenguas. Tengo entendido que la primera traducción al español la realizó en 1952 la editorial Atlante de Ciudad de México, pero no he podido confirmarlo. Lo que es seguro es que en 1980 Grijalbo lo publicó, traducido por Rubén Landa y revisado por Enrique Rioja. Ahora, 27 años después, Destino lo recupera, de nuevo en traducción de Landa, aunque con otro revisor (Riera Rey).

Sin duda que los 56 años que han pasado desde su aparición se notan. Y desde no la primera pero sí la segunda página, cuando Carson dice que la edad de la Tierra "es aproximadamente, dos mil millones de años"; muy lejos de los 4.500 millones en que ahora la estimamos. De hecho, ya antes de esos dos mil millones de años había comenzado la vida (los fósiles más antiguos que se conocen tienen 3.500 millones de antigüedad). Otra fatal laguna es que cuando Carson escribió su libro no se conocía aún la teoría de la tectónica de placas, que nos muestra el dinamismo de los fondos marinos, que se crean y destruyen a lo largo de inmensas dorsales oceánicas. Más aún, en 1952 sólo dos personas, William Beebe y Otis Barton, habían penetrado en el océano a mayor profundidad de lo que lo hace la luz solar, descendiendo casi un kilómetro en las aguas de las Bermudas utilizando una primitiva esfera de acero que colgaba de un barco.

El mar que nos rodea es, pues, viejo, sí, pero no por ello innecesario o irrelevante. El estilo literario, sensibilidad y amor por el mar de Carson hacen que su lectura sea altamente recomendable, sin olvidar que se aprende mucho con él. Es, eso sí, la que se nos transmite en él una visión amable y optimista con respecto a las posibilidades de los humanos de contaminar un volumen semejante de belleza natural. Todavía no había comenzado Carson a investigar en la dirección que le llevó a escribir Primavera silenciosa. Hoy, y los libros de Kunzig y Schätzing no dejan de señalarlo, sabemos más, y no somos tan optimistas. Ahora está claro que también nosotros podemos cambiar el océano. "Puede que sea demasiado grande para poderlo entender con facilidad", escribe Kunzig, "pero es lo bastante pequeño para estropearlo".

Es cierto que a través de las páginas de un buen libro suele revelarse algo de la personalidad de su autor, y El mar que nos rodea no es una excepción, pero la vida de Rachel Carson merece la pena ser conocida con detalle, no sólo leyendo sus libros. Existen varias obras al respecto; la última (en inglés), The Gentle Subversive: Rachel Carson, Silent Spring, and the Rise of the Environmental Movement, de Mark Hamilton Lytle, es excelente y muy bien documentada. Nos muestra lo dura que fue su vida, siempre preocupada por ganar dinero para mantener a la familia que dependía de ella (su madre, su hermana y su sobrino). Sólo tras el éxito de El mar que nos rodea pudo dejar su empleo en el Servicio de Estados Unidos para la Pesca y la Vida Natural, y dedicarse profesionalmente a la escritura. También comprarse una casa a orillas del mar, de su querido mar.

Aunque no la recordemos por sus contribuciones a las ciencias marinas (no las hizo), Rachel Carson, la dama del mar, puede ser considerada con justicia una gran naturalista. No sólo nos enseñó a amar la naturaleza -especialmente la oceánica-, sino que terminó siendo la gran voz que alertó a la humanidad de los peligros de los pesticidas, siendo así fundamental en el surgimiento de los actuales movimientos ecologistas (y sufriendo por ello intensas campañas en contra de poderosos grupos industriales). En este sentido -y aunque sé perfectamente que su propósito y ámbito temporal son otros-, habría sido magnífico que el bello libro Los grandes naturalistas, editado por Robert Huxley, la hubiera acogido entre sus páginas, acaso como un apéndice. En cualquier caso, de lo que estoy seguro es de que a Carson le habría gustado este libro, con sus espléndidas láminas que repasan las vidas y contribuciones de los grandes naturalistas de la historia, desde Aristóteles a Asa Gray. Si la naturaleza es bella, ¿no es razonable festejarla con libros bellos?

Un comentario final. En última instancia de lo que los libros de Carson, Kunzig y Schätzing nos hablan es del agua, un compuesto químico tan importante para nosotros, los humanos (el 77% de nuestros cuerpos están formados por ella), como interesante desde el punto de vista científico, no obstante su aparente sencillez: dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno entrelazados entre sí. H2O. Una biografía del agua, del químico Philip Ball, es un magnífico instrumento para conocer la historia científica, propiedades y presencia en la Tierra, al igual que en numerosos escondrijos del universo, de esta ubicua, sencilla y fundamental molécula.

El mar que nos rodea. Rachel Carson. Traducción de Rubén Landa. Revisada por Joan Lluís Riera Rey. Destino. Barcelona, 2007. 302 páginas. 20 euros. The Gentle Subversive: Rachel Carson, Silent Spring, and the Rise of the Environmental Movement. Mark Hamilton Lytle. Oxford University Press. Nueva York, 2007. 277 páginas. 23 dólares. La exploración del mar. Robert Kunzig. Traducción de Joandomènec Ros. Laetoli. Pamplona, 2007. 387 páginas. 22 euros. Noticias desde un universo desconocido. La fascinante historia de los océanos. Frank Schätzing. Traducción de José Aníbal Campos. Planeta. Barcelona, 2007. 511 páginas. 22,50 euros. H2O. Una biografía del agua. Philip Ball. Traducción de José Aníbal Campos. Turner-Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2007. 474 páginas. 28 euros. Los grandes naturalistas. Robert Huxley (editor). Traducción de Marta Alcaraz. Ariel. Barcelona, 2007. 304 páginas. 42 euros.

Imagen del fondo del mar Rojo.
Imagen del fondo del mar Rojo.CLAUDIO ÁLVAREZ

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