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Columna
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Sus fetos

La declaración de un grupo de médicos de Roma sobre la "obligación ética de mantener en vida a fetos prematuros, aun sin el consentimiento de los padres", un torpedo directo del Vaticano contra la práctica del aborto terapéutico, resulta lo bastante cínica y macabra -ese hipócrita interés por la vida, acompañado por una muy poco ética indiferencia hacia el sufrimiento humano- como para prestarse a más comentario que el del buen sentido que cada uno aplicará por su cuenta.

Sí me interesa subrayar aquí las posibilidades dramáticas que, para la ficción, ofrece tal iniciativa, si sale adelante y se cuela en los oportunistas programas de los políticos-plañideros, no sólo italianos. Para empezar, podremos readaptar a la actualidad aquella película o dramón mexicano -un clásico que ha sido resucitado en varias telenovelas- que tanto éxito tuvo en la España del Congreso Eucarístico de 1952: El derecho de nacer. Les ruego me permitan hacerles un somero resumen.

Una joven de la alta sociedad pide a un apuesto ginecólogo que la libre del ser que lleva en sus entrañas, fruto de su relación con un indigno calavera. El tocólogo objeta ante tamaña petición y le cuenta a la mujer la historia de su vida: él mismo es un niño que consiguió nacer porque su madre no logró abortar. Moraleja, el Señor impidió aquel aborto para que yo pueda ahora evitar éste.

Imaginen lo que daría de sí una cultura en la que todos los ex fetos pudieran dedicarse a la obstetricia y los hospitales más devotos dispusieran, al estilo de los masters de periodismo patrocinados por los más prestigiosos periódicos, de sus propias granjas de antiguos fetos reanimados -no importaría en qué condiciones: es el soplo, la vida, el don divino lo que interesa; allá ellos si salen jorobaditos- y amaestrados para que se conviertan en no menos píos ginecólogos.

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