Cuando el río suena...
Me inclino a pensar que los motivos políticos por los que el presidente señor Rodríguez Zapatero frenó el trasvase del Ebro hacia el Levante seguramente estarían relacionados, entre otros, con la economía y el medio ambiente, y no sólo con las presiones de los independentistas catalanes.
Económicamente no era viable, acabaríamos pagando todos los españoles durante unos 15 años, por el "interés general", las expropiaciones, las presas reguladoras y a las constructoras; un interés general que es más bien dudoso, porque el Levante español cuenta ya con sus propios ríos y con el trasvase de dos más: el Tajo-Segura y el Júcar-Vinalopó. Los demás nos preguntamos: ¿cuántos ríos más necesitan? ¿Por qué justificándose en la solidaridad interregional pretenden saquear los ríos y los ecosistemas de otras comunidades? Ambientalmente era una idea atroz. El agua de un río nunca sobra, puesto que no es un canal, es un ecosistema, no un depósito de agua a nuestra disposición. Por tanto, el Ebro no suministraría agua de forma constante, sino que sufriría fluctuaciones en su caudal a pesar de los embalses. ¿Qué ocurriría entonces? Si sobra todo lo que llega al mar y lo desviáramos, el delta del Ebro desaparecía y con él sus habitantes. El litoral pasaría a salinizarse, y se sufrirían intrusiones marinas. En España la política de agua nunca se ha basado en la gestión de los recursos, sino en la satisfacción de la demanda, sin cuestionar de dónde sacar el agua. Considero que el Levante tiene una posibilidad única de encabezar un cambio ejemplar en ese aspecto en nuestro país y optimizar la red hídrica, que tiene un 40% de pérdidas.
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