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Reportaje:

¡Peliqueiros, a correr!

Las figuras más populares del Entroido vuelven a ocupar Laza

"Sólo se entierra la sardina donde no hay Entroido", remarca Xocas Diéguez, lazano de Soutelo Verde, en el taller de Francisco Añel, O Xastre de Castro de Laza (Ourense). "Aquí no hubo que recuperar nada porque nunca se perdió. Incluso en los peores años de la posguerra, cuando estaban prohibidas las máscaras, iban a menear las chocas delante del cuartel de la Guardia Civil". El primer traje de peliqueiro que llenó Diéguez se lo hizo Añel a los cuatro años.

O Xastre, de 76 años, fue un modelista apreciado en la emigración barcelonesa. Desde 1980 guarda los patrones del traje referencial del Entroido gallego. Acostumbrado a que su nombre aparezca "por todos sitios" durante estas fechas -hay caretas suyas en Japón y Estados Unidos-, parece preocupado: "Yo querría que todo el mundo hiciese peliqueiros, porque me cuesta enfriar la aguja". Añel enseña gratis, pero la transmisión es frágil. De momento, las dueñas de Confecciones Queiper, en Laza, facturan ya trajes enteros por 2.000 euros: careta, chaqueta, pantalón, zamarra -un falso látigo- y chocos -seis cencerros de hierro y bronce de 1,5 kilos sujetos a la cintura-, accesorios aparte. Entre ellos, las charreteras de los hombros, a imitación de los trajes militares antiguos, y algunos broches y bordados que remedan algunos atavíos de la jerarquía eclesiástica. Un recordatorio de algunos enemigos conocidos: el clero y la Guardia Civil.

"Andar menudo, mirando al frente, con las rodillas un poco levantadas"
"Si un tipo se descontrola, lo llevamos hasta la salida del pueblo"
"El buen peliqueiro deja el traje como lo vistió", dice Ñuco, de 72 años
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Añel explica cómo decidió trizar los bordes de la dentadura del peliqueiro para demonizar la sonrisa. Su esposa, Encarna Fraguas, sintetiza los orígenes del término peliqueiro (por la pelica de la parte posterior de la careta): "Vino uno del pueblo para que le hiciésemos un peliqueiro. Traía una piel en la mano, y ya yo pensé para mí: 'Aquí está mi gatito'. Entonces había que chamuscar un poco la piel de los gatos de casa para que no se los llevasen".

Al contrario que en Xinzo y Verín, los otros vértices del triángulo orensano, el pequeño centro de Laza todavía parece una plaza medieval. Es Domingo de Entroido, y la lluvia concentra todos los juramentos en los siete bares que circundan la Praza da Picota. El sonido de las chocas se escucha en Laza durante los tres viernes anteriores a la fiesta, pero hoy se estrenan los peliqueiros. "El buen peliqueiro deja el traje como lo vistió", dice Ñuco, de 72 años, en activo hasta los 55, temeroso de que algún peliqueiro patine en el barrizal con su traje de 15 kilos. Van llegando jóvenes ojerosos, faltan los peliqueiros, y enseguida se establecen diálogos intergeneracionales: "Hoy peliqueiro es cualquiera", dice Edelmiro Fernández, con su nieto al hombro, medio en broma.

Cuando suenan las primeras chocas, todos observan en silencio la primera carrera del año. La aparición suscita la pregunta que responden los lazanos todos los años: ¿cómo se corre el peliqueiro? "Con fuerza y elegancia", según Miro Fernández, de 67 años. El manual no escrito se conserva por vía oral. "Andar menudo, mirando al frente, con las rodillas un poco levantadas", dice Ñuco. Son intocables, pero sólo castigan con la piel de la zamarra a aquéllos que estorban o a cualquiera que les falte al respeto. Todavía hoy, los peliqueiros pueden ser encerrados en un establo "si se evaden". Lo mismo vale para los foráneos. "Nunca hay problemas, pero si un tipo se descontrola lo acompañamos hasta la salida del pueblo".

"Ya no es lo de antes", vuelve Ñuco, que desactiva la letanía mirando al peliqueiro que le hizo llorar. Quizá sea el recuerdo de cuando Laza perdía las puertas durante el Entroido. El turismo festivo no ahoga el etnográfico, pero en las casas de Laza los turistas ya sólo entran apadrinados por gente del pueblo.

El lunes fue el día de los ritos de purificación -farrapada y hormigas- y de La Morena, la vaca que embiste a las mujeres, además de la xitanada dos burros, sátira de los gallegos que iban a la siega. Hoy correrán los peliqueiros veteranos, y el testamenteiro -Manuel Quintas desde hace 20 años- pondrá fin al Entroido repartiendo las partes del burro entre los vecinos. Sus propios secretos, en tono de sátira local.

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