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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Se tiró a las vías del metro (II parte)

Cada mañana van llegando a la plaza de Sant Oleguer, en el barrio del Raval, conocidos indigentes que desde hace años se reúnen ahí para refrendar la tradición de marginalidad que desde el siglo XVIII ha tenido el sitio, descrito por el cronista Josep Maria Carandell como "el núcleo de mayor densidad marginal de la Barcelona antigua", al que se le llamaba la Isla Negra.

Entre los borrachines dicharacheros, Iomar es conocida por ser la mujer que hace unos años intentó suicidarse. "Mira, ella se aventó a las vías del metro, pero le salió mal la jugada y no se mató", me dice Robert Redford, uno del grupo, quien le grita: "¡Iomar! ¡Ven acá! Enséñale a esta señora cómo te quedó el cuerpo".

Iomar, de 54 años, se aproxima y se quita unos guantes azules que lleva puestos, me enseña su mano desfigurada y después se descubre la espalda y parte de la cintura cubiertas por una cicatriz horripilante. Parece que la enseña con frecuencia, pues se ríe y acepta los dedazos de sus compañeros que le ponen encima, para mostrar las 24 puntadas que se llevó cuando hace seis años la arrolló un tren en la estación de Navas.

-¿Por qué te aventaste a las vías?

-¡Porque la vida es un calvario!

Las bancas son como el salón de su casa y con esa confianza tratan a las visitas: "¿Quiere una loncha de queso?", me ofrecen. "¿Quiere un pedazo de jamón?",insisten. "¡Siéntese! ¡Siéntese!". Conforme transcurren las horas, Iomar se embriaga con cerveza Damm y me cuenta su historia.

Era pinche en casa de unos condes adinerados y quedó embarazada de un militar, quien huyó al poco tiempo. "Di a luz en 1978 y los condes tampoco querían que tuviera a mi hijo en su casa y yo no tenía tiempo de atenderlo; entonces lo llevé a los Hogares Mundet. Yo iba a visitarlo una vez al mes. Un día fui a verlo y me dijeron que ya lo habían adoptado. Mi hijo tenía cuatro años y no volví a saber de él. Desde ahí me puse mal".

Aunque duerme en cajeros, Iomar no pierde la vanidad y siempre lleva el cabello pintado de rojo y el rostro maquillado. "Me gusta dormir en La Caixa de Lesseps porque ahí estoy tranquila, porque en esta zona entran a asaltarnos". Iomar baja todos los días a la plaza, algunas veces se la ve llegar por la calle del Hospital, otras por la calle de Penedides, quizá porque va cargando al mismo tiempo la convalecencia y el arrepentimiento.

Al arribar a Sant Oleguer, chacotea y se regocija con las anécdotas de Robert Redford: "Un día estaba yo afuera de la iglesia de la Mercè pidiendo limosna y pasó Pasqual Maragall. Le extendí la mano y llegaron sus guardias y me dijeron 'aléjese'. Él les dijo 'déjenme con el señor' y me dio 2.000 pesetas. ¡Es el mejor alcalde que ha tenido Barcelona!", dice Robert. "¡Si la ciudad estaba más limpia con Maragall!", apuntan los indigentes. Robert comparte con Iomar un trago de un rosado Don Simón y continúa: "Yo mismo le vi asomarse a las papeleras para ver si estaban limpias". "¡A lo mejor estaba buscando un biberón como el tuyo!", le dice otro del grupo. "No. A él le gusta el güisqui", responde Robert.

A medida que las latas de cerveza se vacían, Iomar se transforma. Comienza a gritar improperios al que pasa con la furia de una hiena. Si le da la gana se baja los pantalones hasta quedar desnuda y orina en la calle o cruza a la estación de policía para orinar en el vestíbulo, aunque la lleven a la cárcel.

Después se apacigua. El sol y la resaca le provocan somnolencia. Se deja arrullar en una banca, mientras los mayores del barrio salen a pasear y alimentar a las palomas, compartiendo el mismo espacio con gitanos y prostitutas que encuentran en el sitio su propio remanso. Escena cotidiana de la plaza de Sant Oleguer, que a pesar de estar en el ombligo de Ciutat Vella, es la espalda de Barcelona.

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