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Columna
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'Lideresa'

Enrique Gil Calvo

Los efectos del veto a Ruiz-Gallardón sobre las expectativas electorales del PP han sido claramente perjudiciales. Ahora mismo se predice que Zapatero ganará por amplio margen, pero entonces Rajoy debería dimitir, como hizo Almunia en el PSOE tras cederle a Aznar la mayoría absoluta en el 2000. En tal caso, ¿quién le sucedería a la cabeza del PP? Descartado Gallardón, e incapacitados Pizarro y Zaplana por su historial, sólo queda Esperanza Aguirre, con declarada ambición de convertirse en lideresa. De modo que quizá convenga tomarse por fin en serio a la presidenta madrileña, a la que parece haberle llegado su hora de aspirar a ser la Margaret Thatcher española.

¿De verdad tiene madera Esperanza Aguirre de lideresa? Así podría resultar finalmente, si sabe jugar sus cartas, pues el líder político no nace sino que se hace, según revelan los precedentes de Suárez y Zapatero, sin dotes para el cargo pero que lograron conquistarlo y ocuparlo contra viento y marea. Y a Esperanza Aguirre podría ocurrirle otro tanto, además de poseer de nacimiento el requisito supersticioso de incluir la letra zeta en su nombre de pila. Examinemos, pues, la naturaleza de su capital político, para hacernos una idea a la luz de su pasado historial de lo que podríamos esperar de ella.

El capital político de Esperanza Aguirre deriva de su eficacia destructiva

Ante todo, se trata de una de las principales matronas del PP, esas heroínas populistas de rompe y rasga, de la estirpe racial de Agustina de Aragón, que hacen las delicias del electorado español de clase media: Celia Villalobos en Málaga, Teófila Martínez en Cádiz, Rita Barberá en Valencia... y Esperanza Aguirre en Madrid, que viene de arrasar literalmente en las últimas elecciones autonómicas. En este sentido, hay que reconocer que sus credenciales plebiscitarias son insuperables. Además, tiene un cierto encanto mediático con ribetes sexistas, reflejado en su mirada de miope y su media sonrisa irónica, que recuerda la de un Zaplana con fama de atleta sexual: un alumno mío bastante rojo me dijo que a él Esperanza le ponía. Semejante gancho no es de despreciar, pues al fin y al cabo, la mitad del tirón de Zapatero procede de su mirada líquida, dicho sea a lo Bauman.

Pero tengo para mí que la mayor parte de su capital político procede de su probada eficacia destructiva, pues la castigadora Esperanza ha demostrado una despiadada crueldad acabando sin complejos con la carrera política de todos sus enemigos, tanto externos como internos. Primero acabó con su adversario Simancas, tras arruinarlo con el escándalo del tamayazo. Después ha terminado con su compañero Gallardón, al que ha derrotado tanto abiertamente (compitiendo por el liderazgo local de su partido en Madrid) como en la penumbra (vetándole con su ultimátum a Rajoy). Y ahora se dispone finalmente a acabar con el propio presidente de su partido (arruinando sus expectativas electorales con su veto a Gallardón): el último obstáculo que le queda para encaramarse hasta la cima del liderazgo.

¿A quién recuerda esta eficacia destructiva? A su mentor Aznar, indudablemente, cuyo capital político nació de haber acabado con un rival incombustible: "Váyase, señor González". Se trata de una variante del carisma de tipo militar (Weber dixit), procedente de la eficacia demostrada a la hora de vencer a todos los enemigos en el campo de batalla, como en el caso de Napoleón. Y Aznar hizo de ese carisma letal o destructivo su única estrategia política, de acuerdo a la dialéctica del enemigo propuesta por el pronazi Carl Schmitt: tanto el enemigo exterior, terrorista, como el enemigo interior, socialista y nacionalista. Pues bien, Esperanza Aguirre sigue la misma estrategia neocon de lucha sin cuartel contra el enemigo exterior e interior.

A diferencia de Gallardón, un constructor neto como autor del nuevo gran Madrid, Aguirre carece de espíritu constructivo (sólo se la conoce por unos tranvías disfrazados de metro ligero), pues concentra todos sus esfuerzos en la política de tierra quemada. Está destruyendo los dos principales servicios públicos, la sanidad y la educación, mediante su feroz vaciamiento en beneficio de una rapaz privatización. Y no sólo eso. Aguirre está sometiendo a la enseñanza madrileña a un proceso segregacionista de limpieza étnica. Y en cuanto a la medicina, está destruyendo su prestigio institucional con la inquisitorial persecución de sus profesionales en materias como la interrupción del embarazo y la sedación paliativa. Además, está obstruyendo desde la Administración madrileña las leyes estatales protectoras de los derechos ciudadanos (tabaco, violencia de género, alquiler, dependencia). Todo ello sin reconocerlo ni rendir cuentas, rechazando asumir incluso el sentido de las sentencias judiciales. Así demuestra su incapacidad para ejercer un liderazgo responsable y positivo: vaya ejemplar de lideresa.

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