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Reportaje:

Hermanas desahuciadoras

Las clarisas de Huesca pretenden expulsar a la que fue su portera más de 50 años

Una mañana del pasado mes de junio, Dolores Labián se levantó a las siete para abrir la cancela del convento. Como cada día desde 1956, barrió las hojas del zaguán. No sabía que era la última vez que tendría que hacerlo. Las siete hermanas clarisas recién llegadas a la comunidad se acercaron a su portería para darle una noticia: ya no necesitaban sus servicios. "Bien", pensó Dolores, que, con 75 años, hace ya 10 que rebasó la edad legal de jubilación. Luego añadieron algo que le gustó menos: tenía que abandonar la portería en la que había vivido 50 años.

Dolores no sólo limpiaba. Los vecinos del barrio confirman que fue siempre el único contacto de las monjas de Santa Clara, religiosas de clausura, con el exterior. Como mandadera, les hacía la compra, gestionaba su correspondencia y salía a repartir por los comercios de Huesca los productos de su huerta. A cambio, cobraba una compensación que empezó siendo de 15 pesetas y llegó a 100 euros. Dolores, o "Lola, la del convento", como la conocen en el barrio, explica que trabajaba sin Seguridad Social ni vacaciones por devoción, pero, sobre todo, porque un contrato verbal le autorizaba a vivir en el patio del convento. Pero no hay papeles que lo atestigüen.

"Es el vestigio de un trato feudal", explica el abogado de Dolores

De las 24 monjas que conoció Dolores al llegar a Santa Clara sólo quedan tres. Al resto las fueron enterrando en el pequeño cementerio del convento, a veces con Antonio, el marido de Dolores, como sepulturero. En mayo de 2007 llegaron nuevas religiosas de Barcelona. En un principio, Dolores se alegró, porque pensó que evitarían el cierre del convento. Las nuevas inquilinas le confirmaron una tendencia: la clausura se ha relajado y ya no hacen falta mandaderas; además, traían un proyecto. A cambio de reconvertir su casa en una hospedería, le cederían un piso que la congregación iba a comprar cerca de allí. Dolores y Antonio, enfermo de alzhéimer, fueron a inspeccionar. Encontraron una casa de tres piezas y sin ascensor en un callejón sombrío que el Ayuntamiento planea demoler para rehabilitarlo. "Que se venga aquí el obispo", se dijo Dolores.

No hubo contraoferta. Recibieron una demanda que afirma que la pareja había ocupado "a precario" la vivienda, y que nunca existió arrendo ni "relación laboral ninguna". Dolores habría realizado sus labores por "mera amistad o benevolencia" y se habría mantenido con el salario de Antonio, ayudante de máquinas en Renfe. Las monjas también les acusan de haber modificado la vivienda. "Se refieren a la calefacción y al mantenimiento de la casa, todo hecho con permiso", explica Agustín, electricista y uno de los cinco hijos de la pareja. Él también está demandado porque, junto a su hermano Juan, creó una empresa de reparaciones con el convento como sede social.

Dolores llora: "Me tratan como a una okupa". Su marido tiene 50 años de facturas de luz y agua para atestiguar que su situación era pública. Aun así, Manuel Freire, el abogado de la familia, ve el pleito difícil por la ausencia de contrato. "Es el vestigio de un trato feudal", explica. Los hijos de Dolores tienen claro que la propiedad es de las monjas. "Pedimos sólo un espacio digno para nuestros padres después de una vida de trabajo", explica Agustín. "Que sean felices aquí parece ya imposible. Un usufructo vitalicio en un piso normal bastaría".

La dulce voz del portero automático de las clarisas rechaza comentar la versión de los Labián. Invariablemente remite a su abogado, Mariano Bergua, que no devolvió ninguna de las llamadas de este periódico. Las autoridades eclesiásticas tampoco se han pronunciado. La familia ha pedido la mediación de Jesús Sanz, obispo de Huesca. Freire declara que, si los intentos de conciliación fracasan, está dispuesto a denunciar a las clarisas ante el Ministerio de Trabajo para revisar la situación de la mandadera, que tampoco recibe ninguna pensión.

"Si llego a saber que esto termina así, me marcho hace 20 años, cuando aún tenía fuerzas", lamenta Dolores a la sombra de unos pinos. Los plantó Antonio. "Y los he cuidado más que si fueran míos", murmura sonriendo, ajena a tanto barullo.

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