La sonrisa de la iguana

En un país con memoria de pez, Tomislav Nikolic, que cumplirá 56 años el 15 de febrero, puede presentarse sin rubor como alternativa de refresco a siete años de Gobiernos democráticos. Nadie parece acordarse de que el vicejefe del Partido Radical de Serbia (su líder, Vojislav Seselj está preso en La Haya) fue vicepresidente en la coalición rojinegra encabezada por Slobodan Milosevic entre 1998 y 2000. Tampoco de que luchó (eso sí, sin disparar una bala, según declaró años después) en la guerra de Croacia en 1991, de la que aún le ronda una matanza de civiles en Antin, una aldea de la región croata de Eslovenia.
Los que le conocen bien le califican de patriarca insensible, falto de calor humano, más dado al insulto que a la réplica, a la pasión irracional que a las ideas. Un hombre que apenas ríe y cuando lo hace parece esbozar la sonrisa de la iguana a la hora de comer, como le describió un gran periodista serbio.
Nikolic no es una persona ilustrada y presume de ello (estudió hasta secundaria). Su serbio coloquial de acento campesino le permite mostrarse cercano a la gente. Esa imagen gris, sus trajes de estilo soviético (se siente más ruso que europeo) y un discurso renovado con las aristas pulidas por un equipo de mercadotecnia estadounidense (calificó de broma que quería a su jefe como primer ministro y a Serbia como una provincia rusa dispuesta a albergar sus armas nucleares), le han permitido atraerse 1,6 millones de votos en la primera vuelta.
En su favor, que no es como Seselj, un hombre patológicamente peligroso que dirigió paramilitares y sobre el que pesan graves acusaciones de crímenes de guerra en el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia. Tampoco es como Aleksandar Vucic, el tercero del partido, una especie de fotocopia de Seselj y rival emergente si perdiera hoy las elecciones.
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