Jérôme Don Nadie
El 'broker' que casi hunde Société Générale arriesgó demasiado para llegar a la cumbre
La única fotografía reciente que conocemos de Jérôme Kerviel, el operador bursátil que ha causado un quebranto de 4.900 millones de euros a Société Générale (SG), no le hace justicia. Esa mirada huidiza, las facciones borrosas, la simple camisa blanca sin atributos no tienen nada que ver con el personaje que describen sus colegas, que bromeaban sobre su elegancia en el vestir y su parecido con el actor Tom Cruise. Y no es una fotografía robada, es la que figura en el anuario interno de SG; un detalle que su abogada, Elisabeth Meyer, se encargó de destacar. "Lo han ensuciado, han ensuciado a su familia, lo han manchado con fotos inaceptables", decía.
Hay otra foto suya, mucho más joven, hecha quizá cuando empezó a trabajar en París en 2000, que le muestra sonriente, vestido de gala con traje oscuro, probablemente en una recepción. Tiene la cara redonda y la mirada directa, vivaz, seductora. Es la distancia que va desde la ingenua seguridad en el futuro del aprendiz hasta la introvertida angustia del profesional perdido en el laberinto de un juego imposible de ganar.
Realizaba transacciones ficticias, utilizando falsos 'e-mails' y claves y trucos que sabía de su época de controlador
Ahora se ha sabido que en los últimos años otros tres operadores de SG se han suicidado por operaciones fallidas
Nacido hace 31 años en Pont l'Abbé, una pintoresca localidad de no más de 8.000 habitantes en el Finesterre, en Bretaña, el pequeño de los dos hijos del matrimonio formado por Charles, un herrero que daba clases de formación profesional, y Marie Jo, una peluquera que regentaba el salón de belleza local, fue un chaval feliz, según cuentan en el pueblo, muy unido a su hermano mayor, Olivier, también metido en banca y también despedido recientemente de su trabajo en BNP Paribas por malas prácticas.
Buen estudiante, todos le definen como una persona equilibrada, inteligente, pero no un superdotado; simpático, pero no exuberante. Practicaba el yudo y jugaba al fútbol, pero nadie recuerda sus hazañas deportivas. Philippe Orhant, su profesor de yudo, recordaba que sólo llegó a cinturón verde, al parecer por problemas con las rodillas.
Su biografía, hasta hace una semana, describe una vida transparente. Acabado el bachillerato ingresó en la Universidad de Quimper, no muy lejos de su pueblo, y optó por estudiar economía. Atraído por las finanzas, probablemente en el rastro de su hermano mayor, consiguió una beca de BNP Paribas para hacer un máster en finanzas en la Universidad Lumière de Lyón; un título creado por los principales bancos franceses para formar operadores bursátiles de nivel medio. "Los tipos más brillantes o más ambiciosos no vienen aquí", reconocía la directora del departamento de ingeniería financiera, Valérie Buthion.
Sus profesores no guardan ningún recuerdo especial de Kerviel. "Era un estudiante como los demás, nada particular", explicaba uno de ellos. "Si era un genio de la informática", añadía refiriéndose a los calificativos que le había dedicado el presidente de SG, Daniel Bouton, cuando hizo público el fraude, "aquí nunca nos dimos cuenta". Obtuvo la calificación de "assez bien", y en 2000, un mes antes de graduarse, ya tenía un empleo en la SG.
Entró en el banco por la puerta pequeña, ocupándose sólo de operaciones rutinarias. Hasta 2005 no consiguió pasar a formar parte del grupo Delta One, especializado en mercados de futuro, pero no destacó en exceso. Se instaló en Neully-sur-Seine, a cuatro pasos de la estación de metro que lleva al barrio de negocios de La Défense, donde están las oficinas centrales de la Société Générale. Una dirección de prestigio; Neuilly, pegada a la capital francesa, alberga a algunos de los ciudadanos más ricos de Francia y es el lugar que sirvió de trampolín político a Nicolas Sarkozy, que se hizo con la alcaldía cuando sólo contaba 28 años.
El pequeño apartamento de 50 metros cuadrados por el que paga unos 1.500 euros mensuales se encuentra en un edificio de estilo II Imperio, el más característico de París. Junto a la entrada hay una tienda de productos rebajados de nombre inquietante: La Descente aux Affaires (La Bajada a los Negocios). La elegancia de las líneas de la fachada contrasta con el estado un tanto decaído del interior. La moqueta verde que cubre el pasillo está raída y manchada. El joven de provincias intentaba triunfar en el implacable mundo de los operadores de Bolsa en París, pero Jérôme Kerviel no podía permitirse disponer al mismo tiempo de una casa confortable y una dirección de prestigio.
Desde su ventana podía contemplar cada mañana los grandes rascacielos de La Défense. Por la noche, tras una jornada laboral de 10 intensas horas, llegaba a casa demasiado cansado. Sus vecinos prácticamente no le conocen. "No le vemos nunca, siempre está en el trabajo", aseguraba una señora de mediana edad embutida en su abrigo de pieles.
Empezó ganando no más de 35.000 euros brutos anuales. Actualmente estaba en los 50.000, una suma relativamente modesta para un trader que llevaba ya ocho años en la casa. Aunque este año esperaba obtener una prima especial de nada menos que 600.000 euros, aunque el banco sólo le reconocía la mitad. Y en esa negociación estaba antes de saltar a la fama, convencido de que merecía esta recompensa no tanto por el dinero en sí, sino como reconocimiento a su capacidad y valía profesional y por lo mucho que le había hecho ganar al banco.
Trabajaba en el sexto piso de uno de los edificios de la SG. Había conseguido llegar al sanctasanctórum de la casa, el llamado Delta One, la más prestigiosa de las seis salas de mercados de la SG, la especializada en "derivados de acciones", una actividad de una gran complejidad en la que el banco es líder mundial sin discusión. En los últimos tiempos, su horario laboral no bajaba de las 10 horas diarias, era el último en salir y a menudo se quedaba por la noche. No tomaba vacaciones desde hacía ocho meses y sólo se había ausentado del trabajo cuatro días. Sus colegas tenían prohibido tocar sus operaciones.
Pero no era un auténtico trader habilitado para tomar riesgos y dar cuenta de ellos, sino lo que en el oficio se conoce como un arbitrista. Su trabajo frente a las cuatro pantallas de ordenador que ocupaban su mesa y sus dos líneas telefónicas permanentemente grabadas consistía en equilibrar el valor de los títulos que cotizan en distintas bolsas y aprovecharse de las pequeñas variaciones de las acciones. Básicamente comprar y vender de forma simultánea, de modo que una operación cubra la otra. Sin mayor riesgo, sin descubiertos.
Ahí fue donde Kerviel encontró el filón. Pasaba órdenes de compra sobre los mercados europeos, preferentemente Francfort y Londres, pero no las cubría con órdenes de venta para equilibrar la operación, sino que realizaba transacciones ficticias utilizando falsos correos electrónicos y claves y trucos que había aprendido en sus años de controlador. Al final de cada jornada, el balance de sus operaciones se diluía con el de los demás operadores, así que el banco no se daba cuenta de los grandes riesgos que había corrido; a fin de cuentas, a SG sólo le interesaba el saldo final de las transacciones.
De este modo, arriesgando por encima de lo permitido, había conseguido beneficios tan importantes como para exigir el bono de 600.000 euros. Y todo iba bien hasta que cometió un error; no cubrió una operación, despertó sospechas y la balbuceante explicación que dio disparó todas las alarmas. Los directivos de SG descubrieron con horror el viernes 18 de enero que Kerviel había comprometido hasta 45.000 millones de euros en los mercados bursátiles y, de acuerdo con el Banco de Francia, mantuvieron el secreto para poder deshacerse del fardo tan pronto abrieran los mercados el lunes.
El resto es historia. La Bolsa se desplomó, SG perdió 4.500 millones y otros 2.000 más por la crisis de las hipotecas basura. Es posible incluso que la decisión de la Reserva Federal norteamericana de bajar tres cuartos de punto sus tipos de interés tenga su origen en la pelota creada por Kerviel.
El miércoles 23, el director Daniel Bouton dio cuenta en público de la catástrofe. Aguantándose la cabeza con las manos, destrozado, definió al discreto operador como "un formidable disimulador" y "un genio de la informática", tranformándole en una especie de enemigo público número uno y buscando las explicaciones más burdas. Dijeron que "tenía problemas personales"; la muerte de su padre, de cáncer, hace dos años le habría afectado mucho. Y su novia le había dejado.
Pero no parecía ser el caso. Jérôme estaba en paradero desconocido y los periodistas buscaban su rastro. En Pont L'Abbé encontraron a su tía Sylviane Kerviel, convertida en portavoz, que contó que la madre de Jérôme se había trasladado inmediatamente a París para darle su apoyo. "Porque no estaba muy bien", explicó. "Pero no ha hecho nada malo, era un chico reservado, serio. No se ha quedado ni un céntimo, estoy segura de ello", añadía. "Somos muchos los que aquí creemos que su banco quiere hacerle llevar un sombrero que le viene grande".
Otros, como Yvette Lepine, una vecina, creen que sí, que a Jérôme le afectó la coincidencia de la muerte de su padre con la ruptura con su novia, que le dejó sin dar explicaciones cuando todo parecía estar dispuesto para la boda. "Iban a comprarse una casa juntos, pero todo se estropeó; las dos cosas pasaron al mismo tiempo, y creo que fue cuando todo empezó a torcerse en su cabeza". Pero lo que sí es cierto es que entre sus amigos había preocupación por los estragos que el estrés estaba causando en el joven Kerviel. "Siempre que podía venía aquí a descansar un poco del estrés parisiense", señalaba un primo suyo, "pero incluso cuando estaba aquí hablaba todo el rato de su banco y parecía siempre cansado, de tan en serio que se tomaba su trabajo". Su madre, dicen, le aconsejaba dejarlo y encontrar "un oficio más tranquilo". Ahora se ha sabido que había presentado currículos a varias instituciones financieras de la City, en Londres.
¿Cuál sería la diferencia entre un ludópata desesperado que intenta cubrir sus pérdidas de juego apostando más y más, y un broker como Jérôme Kerviel? La presión. El jugador se sube a la espiral de su pulsión, pero al operador le empuja la presión de la sala, la competencia con sus colegas y la necesidad de reconocimiento por parte de sus superiores. Ahora se ha sabido que en los últimos tres años otros tantos operadores de SG se han suicidado. El último, tras realizar una operación fallida de nueve millones de euros y ser amonestado, se tiró al vacío.
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