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Columna
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Bancos bisexuales

Vicente Molina Foix

Primero fue en la alta costura, después en la alta cocina, y ahora el síndrome de la fusión está entrando en lugares insólitos y poco dados a ella. La última modalidad de este aire de los tiempos que nos agita y nos mezcla, nos desarbola, nos funde y nos confunde, la he experimentado en mi sucursal bancaria, lugar antes modoso, algo triste y por supuesto exento de toda ambigüedad sexual, desde hace poco convertido en escaparate rutilante y lugar de encuentro de la gente más mod del barrio.

La sucursal estuvo cerrada un largo tiempo por obras, y los imponentes y demás clientes nos vimos obligados a trasladar nuestra pequeña fortuna o nuestras miserias a otra oficina cercana, donde alguno de los empleados conocidos seguía atendiendo en ventanillas prestadas. Luego observamos con asombro que el gran chaflán ocupado por la sucursal de toda la vida lucía entre los escombros de albañilería una barra de bar muy vistosa y una moderna cafetera italiana envuelta en plásticos; nuestro banco, pensé, va a ofrecer el estímulo de un cortado cuando la cola en caja sea larga o nuestro saldo en rojo amenace con deprimirnos. Poco a poco, sin embargo, se fue viendo que en el antiguo y espacioso local del banco había expositores de bar o confitería, veladores, sillas coquetas, banquetas altas, sofás de diseño, y un buen día, antes de que fuese posible efectuar un ingreso o consultar el saldo, una franquicia de origen colombiano abrió sus puertas al público.

Ahora el síndrome de la fusión está entrando en lugares insólitos y poco dados a ella

Con el temor de que mis ahorros se hubiesen fundido o molido en la transformación, me decidí a entrar en el lugar donde, de modo incongruente, seguían las siglas del banco junto al nombre de la cafetería. Fui atendido al instante por una simpática camarera, sintiéndome obligado, para que no me tomara por un voyeur de hostelería, a pedir una consumición; en la duda de la amplia oferta elegí un "café extremo", ignorando que la expresión, lejos de referirse a un solo muy cargado, quería decir que la infusión llevaba alcohol. "¿Y qué le provoca para acompañar su cafesito?", me preguntó la dependienta en su dulce entonación latina. Había buñuelos grandes como balas de cañón, brownies, donuts, muffins e incluso un surtido de tartas evidentemente nacionales; sin tener hambre pedí una napolitana de crema, leyendo de refilón en la pizarra superior del establecimiento que también se ofrecía una amplia selección de granizados y nevados de nata, sea lo que sea esto último. Instalado en uno de los elegantes sofacitos, y mientras olía el aroma aguardentoso de mi extremado café, algo se interpuso de pronto en mi campo de visión: un cajero automático medio camuflado tras una columna. Había banco, después de todo.

Una semana después de la apertura de la cafetería reabrió sus puertas la oficina bancaria propiamente dicha, y allí estaban, de manera reconfortante, aunque desplazados al culo del local, mis más familiares rostros del BBVA, la entidad a la que llevo una vida confiando mis ahorros; me tranquilizó comprobar que en sus mesas no había posos de café ni tazas sucias apiladas ni migas de muffin. Al ir a ingresar un cheque con la unción de los viejos actos rituales, el cajero me anunció que el banco piensa abrir más locales, en Madrid y el resto de nuestra geografía, combinando el esparcimiento con el depósito, aunque, me aseguraron mis amigos de la sucursal, su propio trabajo seguirá centrado en el cash y nunca en el catering.

Pero al llegar a casa me entró una ansiedad: ¿será este híbrido del bancafé o coffee-house-bank un indicio de crisis, quizá el aviso de un inminente corralito español? También me acordé de que mi banco me cobra cada vez más comisiones por cualquier servicio que me presta. ¿Apuros económicos en las altas esferas? No es el caso, por fortuna. Hace sólo unos días, el señor presidente de mi citado grupo bancario, don Francisco González, ha declarado con lógico orgullo que las últimas crisis en el sector no afectan a su entidad, dando unas cifras de resultados espectaculares: el BBVA obtuvo hasta el pasado septiembre un beneficio neto de 4.756 millones de euros, un 29,4% más que en el mismo periodo del año 2006. Mi modesto fondo de pensiones, mi cuenta corriente o -cuando menos- las ganancias y sueldos de los directivos, están a salvo.

El banco capuccino, el jugador de fútbol convertido en hombre-sándwich del césped, los teatros de la Gran Vía o la plaza de Jacinto Benavente con nombre de teléfono móvil o marca de helado, los minicines que expenden más palomitas que entradas, las librerías que sirven copas, los periódicos que por un módico precio completan tu cubertería o te hacen una cultura musical. Nada ya es una sola cosa, todo es fusión, y un día, sin darnos cuenta, nos despertaremos del sueño de la razón pura convertidos alegremente en andróginos.

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