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Columna
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Otra batalla de Valencia

Valencia es de nuevo el escenario. El último mitin de José Luis Rodríguez Zapatero es la radiografía de lo que va ser la campaña electoral socialista. No es casualidad que el presidente del Gobierno escogiera esta ciudad para protagonizar un acto multitudinario, apenas veinticuatro horas antes de disolver el Parlamento y convocar los comicios. Confirma que para los socialistas es absolutamente clave obtener un buen resultado en una plaza, cuya importancia se ha puesto en valor con la designación de la vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, como cabeza de lista por la circunscripción.

Los piropos de los militantes son un termómetro exagerado, pero un indicador al fin y al cabo, de la percepción que la candidata transmite a una parte de la ciudadanía. "Un lujo, un lujo" repetía un caballero, poco después de que una señora le gritara a pleno pulmón: "¡sabuda!". Una reacción que no es tanto fruto de un ardor mitinero del que Fernández de la Vega carece, sino de la sensación de eficacia que comunica su gestión como coordinadora y portavoz del Gobierno.

Quien sí domina las artes del mitin y fue una sorpresa es el ministro de Sanidad, Bernat Soria, que en algún momento recordó las maneras suaves pero firmes del viejo profesor Enrique Tierno Galván. El candidato por Alicante se sirvió del recurso populista de nombrar uno a uno los pueblos más importantes del País, para enganchar con la gente y luego lanzar un discurso demoledor contra sus adversarios. Ante las reivindicaciones del Gobierno valenciano para que se incrementen las partidas del Estado sobre sanidad, dijo que la valenciana es la comunidad que menos invierte por ciudadano al año, con 1.100 euros frente a los 1.600 de Extremadura, y se preguntó en qué se habían gastado los 1.100 millones de euros que le transfirió el Estado. "Soy médico y he venido a trabajar por los ciudadanos y por los pacientes", dijo antes de identificar al PP con el diagnóstico y a Zapatero con el tratamiento.

Probablemente, las elecciones acaben dilucidándose en clave económica, pero aún así para los electores menos ideologizados el elemento determinante no serán las cifras, sino la sensación de confianza que cada candidato sea capaz de transmitir. Zapatero lo sabe y el discurso de los grandes números del crecimiento, de la hucha de las pensiones y del superávit de las cuentas públicas lo combina con la idea de decir la verdad a los ciudadanos y con la preocupación por la familia (becas, ayudas para la natalidad, subvenciones para vivienda).

Y ahí, hablando de la familia, Zapatero se encuentra cómodo porque es consciente de que la sociedad española ha cambiado y "diga lo que diga algún cardenal, la familia no se rompe sino que goza de buena salud".

El cardenal García Gasco no esperó veinticuatro horas y el mismo domingo que el Papa oficiaba la misa de espaldas a los fieles, el foro de laicos de su diócesis anunciaba una movilización contra Zapatero similar a la celebrada en Madrid. Unas horas antes, citando a Azaña, Zapatero recordó que la libertad no hace a los hombres más felices, sino que sencillamente los hace hombres y que la verdad no es lo que nos hace libres, sino que la libertad es lo que nos hace verdaderos. Falta saber si, como advirtió en cierta ocasión un párroco de pueblo a una beata melindrosa, "Dios no es tonto del todo".

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