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Columna
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Inversión internacional

Emilio Ontiveros

La crisis crediticia no ha inhibido los flujos de inversión extranjera directa (IED), que han registrado en 2007 un nuevo récord. Con cifras de la UNCTAD, esos movimientos internacionales de capital superaron los 1,5 billones de dólares, un 18% superiores a los registrados en 2006. Las inversiones también han crecido durante la segunda mitad del año, en la que los efectos del estrangulamiento crediticio han sido mucho más explícitos en todo el mundo.

Se trata, recuérdese, de inversiones cuya pretensión es la de controlar e influir en la gestión de las empresas donde se concretan; constituyen el vehículo por antonomasia de internacionalización de la producción de bienes y servicios, de globalización de la propiedad empresarial. Sintetizan, por tanto, las aspiraciones de crecimiento de las empresas multinacionales. A un crecimiento rentable, por supuesto.

Malos empresarios serían los que condicionaran decisiones estratégicas por la percepción circunstancial de una desaceleración

En consecuencia, de esa expansión cabe deducir que las expectativas de las empresas que vehiculan las inversiones, que arriesgan sumas crecientes a cambio de esperanzas razonables de rentabilidad, no son precisamente de paralización del crecimiento económico. Una presunción que no se limita a unas cuantas economías, sino que, a juzgar por los destinos de esos flujos, reflejan el crecimiento esperado a largo plazo en el conjunto de los bloques activos en la economía global. Del total de esos capitales, dos terceras partes fueron invertidos en economías avanzadas y el resto en economías en desarrollo y en transición; entre estas últimas, Rusia ha sido la más importante, con más de 50.000 millones de dólares, en gran parte dirigido a su sector energético. China, Brasil, México y Singapur son los principales receptores entre las economías consideradas emergentes.

La principal región receptora de esos flujos ha sido la Unión Europea (UE), donde han recalado el 40% de todas las entradas, aunque Estados Unidos (con 193.000 millones de dólares de entradas, un incremento del 10% sobre 2006) sigue liderando la clasificación mundial de receptores individuales. En este último caso la depreciación del dólar ha podido constituir un estímulo, una vía de abaratamiento de las adquisiciones de activos estadounidenses por inversores europeos y asiáticos, con monedas apreciadas. Llama favorablemente la atención, en todo caso, el incremento registrado en las inversiones en la UE (del 15% y del 16%, respectivamente en la UE25 y UE15), magnitudes y ritmos expresivos de una manifiesta confianza en las economías de la región.

Una gran proporción de las IED totales se han concretado a través de operaciones de fusiones y adquisiciones transfronterizas, aunque es cierto que este tipo de operaciones ralentizó su ritmo de crecimiento en la segunda mitad del año, como consecuencia seguramente de las mayores dificultades de financiación. En las economías de América Latina, sin embargo, han sido las greenfields (inversiones en la creación de nuevas empresas y en expansión) las que más han crecido. El crecimiento económico intenso de la región, propiciador de jugosos beneficios en los sectores de materias primas, parece haber sido la principal motivación de un comportamiento tal.

No son datos, en definitiva, que inviten precisamente al pesimismo y a la desconfianza. Si admitimos que las decisiones de las empresas multinacionales están apoyadas en información y expectativas relevantes, no habría que deducir un panorama particularmente adverso en el futuro a medio plazo y largo plazo en el conjunto de la economía mundial.

No garantizan, sin embargo, su continuidad en este año. Si las dificultades en la financiación crediticia se agudizan o/y se prolongan, y se deja sentir su impacto en el crecimiento de alguna de las economías más avanzadas, es posible que esos flujos desaceleren su ritmo de crecimiento. Pero, no nos engañemos, incluso en el más adverso de los horizontes que con los datos hoy disponibles pueden anticiparse, la eventual inflexión en lo que ya es una muy larga tendencia de crecimiento económico mundial, no tiene por qué ser particularmente severa.

En consecuencia, malos empresarios serían los que condicionaran decisiones estratégicas, de diversificación geográfica y crecimiento a largo plazo, como son las IED, por la percepción más o menos circunstancial de una desaceleración que, en todo caso, no va ser igual de intensa en todas las regiones del mundo.

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