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10.000 policías y soldados vigilan Jerusalén

"Mire usted, el ciudadano medio israelí no se entera de nada", comentaba ayer un sonriente cincuentón judío ante un televisor en una tienda de la calle de King George, en Jerusalén, en el preciso momento en que el presidente George W. Bush saludaba a los miembros del Gobierno israelí en la pista del aeropuerto Ben Gurión. Efectivamente, casi nada se sabe de lo que se cuece en las reuniones de Bush con los dirigentes hebreos. Eso sí, imposible no percibir que el visitante era de postín. Muchos recordaban la asistencia de dignatarios al entierro de Isaac Rabin, en 1995, y los monumentales atascos de tráfico que se generaron. Los israelíes aprendieron la lección y eludieron moverse por la ciudad.

El centro de Jerusalén fue sellado a cal y canto y la vida comercial se hundió. Veinte grandes calles permanecerán cerradas durante muchas horas al día hasta mañana, cuando Bush abandone Israel. Unos 10.000 policías y soldados vigilan cada esquina y los francotiradores aguardan apostados en el tejado del hotel King David. También fue cortada al tráfico la autopista que une Jerusalén con Tel Aviv mientras el séquito de un millar de personas del presidente circulaba por ella. No es posible un baño de multitudes. En la jerarquía de los temores destaca, según la policía, que los fanáticos judíos -dos de ellos fueron detenidos junto a la residencia del presidente Simón Peres- intenten perpetrar un atentado.

Las molestias para los vecinos fueron notables. Quienes trabajan en el centro no pudieron acceder en coche y está prohibido aparcar estos días en el corazón de Jerusalén. Aunque cualquier presidente estadounidense cuenta con las simpatías de los israelíes, la visita de Bush es vista por la gran mayoría como una escala sin sustancia. "No te creerás que nos va a traer la paz", decía Judith, empleada del Banco Leumi.

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